El fin de Rusia en Venezuela

El fin de Rusia en Venezuela

 

Quienes hoy usurpan el poder en Venezuela, han cacareado un supuesto apoyo incondicional de Rusia, con la intención de hacer contrapeso al acorralamiento internacional que lidera Washington. Sin embargo, las evidencias que desdicen la fortaleza de tal acompañamiento son abrumadores.





Por David Morán Bohórquez @morandavid

Si bien es cierto que la URSS tuvo una presencia muy activa en América Latina, especialmente en Cuba, que se convertiría en el receptor de los subsidios directos soviéticos para financiar la isla como la plataforma para exportar la “revolución” a otros lugares de América Latina y El Caribe, su presencia se desvaneció luego de la disolución de la URSS.

El nuevo Estado ruso independiente, La Federación Rusa (Rusia) heredó el legado de relaciones de la Unión Soviética con América Latina. Pero ya no existía la misma cercanía ideológica con los gobiernos de izquierda. Teniendo en cuenta los problemas económicos de Rusia, ésta estuvo ausente en la mayor parte de la década de 1990, en términos de su incidencia política o económica en América Latina.

Relata Vladimir Rouvinski, director del Centro de Investigaciones CIES (Colombia) que “El escenario comenzó a transformarse a fines de la década de 2000, cuando el creciente antiamericanismo del Kremlin y su apuesta por la construcción de un nuevo orden mundial multipolar fueron bienvenidos por los protagonistas claves de la izquierda como Hugo Chávez, Raúl Castro y Daniel Ortega. El cambio de la actitud del Kremlin hacia el legado político de la URSS y la glorificación del pasado soviético en Rusia moderna, también fueron recibidos positivamente por los políticos de la izquierda, muchos de los cuales participaron en la insurgencia de la época de la Guerra Fría y se sentían todavía cercanos a las ideas que promovía la URSS. Para ellos, Putin representaba a los rusos que conocieron antes. Desde esta perspectiva, los líderes de los gobiernos de la izquierda creían que aunque unas relaciones más estrechas con Rusia no podían retomar los «viejos buenos tiempos» de los subsidios soviéticos, la riqueza petrolera de Rusia podría ser útil.

Pero a pesar de ser unos los tres mayores productores mundiales de crudo, junto a EEUU y Arabia Saudita, la economía soviética es poco competitiva, y es una de los ex repúblicas soviéticas con el menor PIB per cápita, muy inferior, por ejemplo, al de tres de ellas que se integraron a la Unión Europea

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Tanto Estonia, Lituania y Latvia son hoy países mucho más ricos que Rusia. Durante cuatro mandatos consecutivos y con un boom de precios petroleros que duró más de ocho años consecutivos, Putin y su oligarquía no pudieron poner a la economía rusa en la senda de la productividad y la competitividad mundial.

En el más reciente Índice de Competitividad Global 2018, (0 muy malo, 100 muy bueno) – que evalúa los fundamentos microeconómicos y macroeconómicos de la competitividad nacional, que se define como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país – publicado por el Foro Económico Mundial (WEF en inglés) estudiando 140 países del mundo, Rusia ocupó el puesto 43/140 con 65,6 puntos, por debajo, por ejemplo de Chile, Portugal. Italia, Islandia, Irlanda y muy lejos de Suiza, Japón, Alemania, Singapur o EEUU, 1/140 el más competitivo, con 85,6 puntos. Y por estos lados, Venezuela 127/140 con 43,2 puntos ocupó el penúltimo puesto entre los países de América Latina y El Caribe, superando sólo a Haití 138/140 con 36.5 puntos

Los mercados, el sustento de la geopolítica

Las pocas industrias rusas competitivas a nivel mundial es la de armamentos y la petrolera. Y algunas otras agrícolas de poco valor agregado.

Putin y su oligarquía arrribaron a Venezuela en el año 2005, en pleno auge de aumentos de precios petroleros y con Hugo Chávez con una chequera llena de petrodólares ansiosa de comprar equipos militares y ansiosa por entregar grandes bloques en la Faja del Orinoco a empresas de gobiernos amigos.

De acuerdo a datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), que monitorea el flujo de armas en el mundo, Venezuela comenzó sus compras en 2006, y para el 2014 había desembolsado 3.850 millones de dólares en equipo militar de todo tipo de origen ruso.

Según alardea el régimen de Maduro, en más de 14 años de estrecho intercambio y “relaciones estratégicas de cooperación” se han suscrito más de 264 acuerdos en áreas como medicina, turismo, agricultura, minería, armamentos, educación, banca, finanzas, energía y petróleo.

 

Nicolás Maduro alardea sosteniendo una réplica de la espada de héroe nacional de Venezuela Simón Bolívar en Caracas el 28 de julio de 2016. Igor Sechin (izq), presidente de Rosneft y Eulogio Del Pino (der), entonces presidente de Pdvsa lo flanquean | foto AVN

 

¿Y hoy que queda de eso? Casi nada a excepción de la presencia de Rosneft y un fracasado proyecto de instalar una fabrica de fusiles en Maracay, que se ha tragado ingentes cantidades de recursos, plagada de escándalos de corrupción y con retraso en la ejecución de más de seis años.

También unos contratos de mantenimiento al armamento ruso en Venezuela, que justifican la presencia de algo más de un centenar de personas, entre militares y técnicos, para equipos de aviones cazas, equipos lanzamisiles, tanques, etc, que expertos militares consideran que sólo servirían como defensa a un primer hipotético ataque.

De resto, tanto los mercados rusos como los venezolanos no le han dado vida a los acuerdos firmados. La presencia de productos y servicios rusos en la oferta nacional es casi inexistente. Y sin la demanda y oferta de productos, la geopolítica no es sostenible en el mediano plazo.

Que en el caso ruso, ya pasó. Luego de 14 años de actuar libremente en Venezuela, con la región casi en abandono por la administración Obama, el avance y consolidación de la geopolítica rusa en Venezuela no se logró. Hoy son otros los tiempos y las condiciones.

La aterradora fragilidad de Venezuela (y la notable de Rusia)

Venezuela, en socialismo, es uno de los estados más frágiles del mundo. Y por lo tanto, unos de los objetivos geopolíticos más riesgosos. Con la característica que es uno de los seis países del mundo que más han empeorado su condición en le última década, junto a Mozambique, Libia, Mali, Siria y Yemen. Hoy luego de la anexión rusa de Crimea y de la intervención en Siria, la sociedad rusa cuestiona fuertemente a la oligarquía de Putin la inutilidad y las pérdidas que tales acciones le han causado a Rusia.

 

 

 

Según el Indice de Fragilidad de los Estados (ver Nota 1 al final de este artículo) elaborado por el El Fondo para la Paz (FFP en inglés), Rusia con 74,7 puntos es evaluado como un estado en advertencia, con potenciales riesgos en desarrollo, Venezuela con 89.3 puntos, está en el umbral de ser calificado en una situación de alerta. (mueva el cursor sobre los países para ver la puntuación global)

 

 

El primer imperativo en un despliegue geopolítico es alcanzar y mantener un adecuado poder relativo, entendido éste como militar, político, económico, cultural y social en comparación con los de la zona objetivo. Por ejemplo, PIB per cápita, densidad empresarial, idioma, lazos históricos, potencia militar, capacidad financiera, entre otros.

Su importancia se calibra al ponerlos en relación con el poder de otros Estados, en la lógica del poder relacional de Robert A. Dahl, en cuanto a que el poder es también una propiedad estructural, en el sentido de que su naturaleza y dimensiones depende de las relaciones entre los individuos y del contexto en que se insertan.

Y el contexto de la presencia rusa en Venezuela cambió. Si bien Rusia ha rebajado sus potenciales riesgos internos, el apoyo de la opinión pública hacia su geopolítica cayó. Rusia no tiene capacidad ninguna para actuar como un offshore balancer en América Latina, ni muchos menos tomando como base un estado frágil como Venezuela. Es sencillamente delirante pensar que podría (y de hecho no pudo en 14 años) desarrollar un poder relativo que le sirviera de contrapeso al de EEUU en la región, un país no sólo mucho más poderoso, sino estable, sin fragilidades internas preocupantes (38 puntos en el Indice de fragilidad 2019)

 

 

De mango bajito a bagre podrido

Putin se coleó en la liga de jugadores globales con su entrada a bajo costo en Venezuela. Venta de armas a un gobierno con mucho dinero, que además no le criticaría su falta de democracia en Rusia, su persecución política a rivales y sus pretensiones de revivir la extinta URSS. Con irritar e EEUU Putin ganaba.

Pero no sólo Putin, sino el oligarca Igor Sechin, presidente de Rosneft, se jactaba que había conseguido activos petroleros a muy bajo costo, en la que en Rusia llaman el “lejano extranjero” (América Latina). Eran los tiempos de altos precios petroleros, muy altos para ser precisos, y Venezuela producía largo sobre los 2 millones de barriles, con un envidiable acceso al mercado estadounidense.

Tejió así Rosneft un entramado de seis participaciones en empresas mixtas con Pdvsa, que les supondría en el caso base, disponer libremente unos 100.000 barriles diarios de petróleo en Venezuela. Sechin se jactaba en el Kremlin de sus dotes negociadoras. Además de participaciones en campos de gas costa afuera y la hipoteca del 49,9% de Citgo por un préstamo de apenas USD 1.500 millones.

 

 

A fines de 2015 se prendieron las alarmas en la oligarquía de Putin:  los gerentes de Rosneft, dieron la alarma a sus jefes sobre las inversiones de la compañía en Venezuela. El socio local de Rosneft, la estatal PDVSA, le debía cientos de millones de dólares, según los documentos internos, y no parecía haber ninguna posibilidad de que las cosas mejoraran.

“Será así por la eternidad”, escribió un auditor interno de Rosneft en un correo electrónico a un colega en noviembre de 2015, quejándose de que no había avances para que PDVSA explicara un agujero de USD 700 millones en el balance general de una empresa conjunta, reseño Reuters en un trabajo especial.

Rosneft ha invertido alrededor de USD 9 mil millones en proyectos venezolanos desde 2010, pero aún no ha alcanzado el punto de equilibrio equilibrio. Rosneft dice que PDVSA ha pagado gran parte de su deuda. En un informe financiero publicado el 5 de febrero de 2019, Rosneft dijo que los préstamos que extendió a PDVSA, que habían ascendido a unos USD 6,5 mil millones, ahora se habían reducido a USD 2,3 mil millones.

Los propios informes y evaluaciones de Rosneft realizados por analistas de energía muestran que los proyectos de la compañía en Venezuela todavía producen menos petróleo del que se anticipó originalmente, con planes de desarrollo archivados o atrasados.

A fines de 2018, Rosneft había gastado aproximadamente 1.500 millones de dólares más en Venezuela de lo que había ganado en forma de petróleo asignado como dividendos, según los cálculos de Reuters.

En abril del año pasado, la consultora de energía Wood Mackenzie dijo que su pronóstico para el pico de producción en el campo Junin-6 era ahora de 120,000 barriles por día, la mitad de lo que los documentos internos de Rosneft pronosticaban en 2015, y poco más de la cuarta parte de los 450,000 barriles inicialmente predicho. El campo Boquerón y las empresas conjuntas de Petroperija registraron pérdidas, dijo Rosneft en su informe financiero para 2018. En los prospectos de gas costa afuera de Patao, Mejillones y Rio Caribe, que Venezuela suscribió a Rosneft en 2017, no hubo un plan de desarrollo ni un plan de infraestructura, dijo Wood Mackenzie el año pasado.

Según muestran los documentos internos de PDVSA, el proyecto Petromonagas, donde Rosneft había planeado aumentar la producción, no ha tenido muchas esperanzas. A partir de julio pasado, estaba bombeando menos petróleo por día que en 2015.

La debacle de Pdvsa es la deblacle de Rosneft en Venezuela

Pdvsa es hoy un empresa en ruinas, que si fuese privada, la ley le hubiese obligado ser liquidada. Y además opera en un país azotado. La vida para un operador petrolero es casi imposible, sea de Rosneft, Pdvsa o Chevron. La inseguridad, la falta de alimentos, medicinas incluso agua en las instalaciones que se deterioran. Las fallas constantes en los servicios públicos, como la electricidad, les ha afectado, y mucho. La producción va palo abajo.

Y con las sanciones estadounidense a su socio Pdvsa, el valor de la participación rusa en las empresas mixtas se ha venido al suelo.

Los días en que “imperio” significaba ganancias se han ido. Imperio es un juego para estados con bolsillos profundos y ambiciones a largo plazo. Vladimir Putin carece de los recursos para gastar como el derroche de la antigua Unión Soviética, ni la paciencia de una China. Además de jugar, en el caso de Venezuela, en el “extranjero lejano”

En cualquier caso, Putin lo que quiere es el respeto, o al menos la aceptación a regañadientes de los EE. UU. y del resto de Occidente de que su país es una “gran potencia”. Lo ha intentado desde Venezuela desde hace 14 años, a muy bajo costo, pero ahora las cuentas son altas.

El fin de Rusia en Venezuela es EEUU

Trump, al contrario de Putin y Obama es un “market player”. Con paciencia ha arrinconado no solo a Maduro, sino también a Putin. Rosneft jamás pondrá recuperar sus inversiones en Venezuela mientras Pdvsa esté manejada por incapaces y corruptos. Y además ahora está sancionada por EEUU.

Por su lado, EEUU ha incrementado tanto su producción local de petróleo, que ahora le disputa mercados en Asia a la misma Rusia. Un imposible apenas ocho años atrás. Los vecinos de Venezuela, como Colombia y Brasil ahora la superan como productores de crudo y lo previsible no es alentador.

El Kremlin no es sentimental. Sabe perfectamente que este ya no es un juego de riesgo geopolítico. Frágil, lejana y sin capacidad de poder relativo, Rusia no logró tener la capacidad para jugarlo. Lo que le queda en Venezuela es un riego comercial, puro y duro.

Putin es sagaz, también Trump. El ruso tiene todos los incentivos para jugar como un amigo-enemigo (“frenemy” en inglés) con la administración Trump. Le “bajo dos” a la retórica irritante, pero ábreme el mercado de Estados Unidos. De hecho, los refinadores de EEUU han comenzado a comprar petróleo ruso, ausente allá desde el año 2013.

Putin y Sechin sueñan con colocar en los mercados de EEUU el petróleo que Rosneft produce en Venezuela, y que Pdvsa no podrá suplir en un futuro previsible. Por otro lado Trump sabe que mientras tenga sancionada a Pdvsa el sueño de Putin no será alcanzable.

¿Cuál es la piedra de tranca? Obviamente Maduro. Y repito, el Kremlin no es sentimental.

Tampoco la Casa Blanca

 


Nota 1: El Índice de Estados Frágiles o de Fragilidad de los Estados (FSI) es un ranking anual de 178 países basado en las diferentes presiones que enfrentan que afectan sus niveles de colapso. El Índice se basa en el enfoque analítico de la Herramienta del Sistema de Evaluación de Conflictos (CAST en inglés) del Fondo para la Paz (FPP). Basados ??en una metodología integral de ciencias sociales, se triangulan y someten a una revisión crítica para obtener puntajes finales para el FSI, mediante tres flujos de datos principales (cuantitativos, cualitativos y validación de expertos). Millones de documentos se analizan cada año y, al aplicar parámetros de búsqueda altamente especializados, los puntajes se asignan a cada país en función de doce indicadores políticos, sociales y económicos clave y más de 100 subindicadores que son el resultado de años de investigación de expertos en ciencias sociales. Es elaborado por El Fondo para la Paz (FFP en inglés) es una institución educativa y de investigación no gubernamental sin fines de lucro de los Estados Unidos. Fundada en 1957, FFP “trabaja para prevenir conflictos violentos y promover la seguridad sostenible”