Gustavo Coronel: Esto no es lo que nos habían contado

Gustavo Coronel: Esto no es lo que nos habían contado

Gustavo Coronel

 

En Salmos 37,25 uno puede leer: “Fui joven, ya soy viejo/nunca vi al justo abandonado/ni a su linaje mendigando el pan”. Pero luego leemos al poeta Inglés Edmund Blunden, quien nos dice en su poema “Un Informe sobre la experiencia”: “He sido joven/y ahora no soy demasiado viejo/ y he visto al justo abandonado/arrebatada su salud, su honor y su carácter, esto no es lo que nos habían contado”.

En efecto, esto no es lo que nos habían contado





El pasaje de la Biblia arriba citado contiene el mensaje esencial que nuestros padres y maestros nos hicieron llegar, de múltiples formas, cuando éramos niños y adolescentes, hasta hacer de sus mensajes un ropaje que se ha transformado en parte integral de nuestro cuerpo. Lo que nos dice Edmund Blunden es diametralmente opuesto. A nuestra edad, ya viejos o no demasiados viejos, vemos como al justo se le abandona y como se le arrebata la salud y el honor a quienes luchan por mantenerse fieles a las prédicas recibidas desde su nacimiento. Vemos con asombro que quienes luchan por sus principios, los cuales deberían ser universales, son considerados como “peligrosos radicales”, como seres anormales.

Nuestro viaje por la vida venezolana ha entrado en cielos llenos de nubarrones, sin que sea fácil ver el trazo del camino. Lo único reconfortante es sentir en las manos la brújula que nos regalaron nuestros mentores:

Uno recuerda al padre:

“No abandones nunca el camino correcto, rechaza tomar atajos”

A la madre:

“la bondad siempre triunfa sobre la maldad”

A la maestra de primaria:

“ La virtud es siempre reconocida”

Al maestro de filosofía:

“El imperativo categórico de Kant nos lleva a hacer lo correcto aun cuando seamos los únicos que lo hacemos”.

A los novelistas:

“El crimen no paga”.

A los amigos:

“Has sabido abandonar los caminos del compromiso que conducirían a un éxito fácil…. Todo éxito contaminado por el abandono de nuestro código de vida no vale la pena… para nadie”.

Es difícil armonizar estas firmes enseñanzas y consejos de quienes siempre vimos como modelos a ser imitados e ídolos a ser honrados con lo que vemos y oímos hoy en día en Venezuela. Cuando vemos la magnitud de la divergencias entre la realidad predominante en nuestro país y el código de vida que nos legaron nuestros padres y maestros, es preciso concluir en que esto no es lo que nos habían contado.

Son muchos los compatriotas que han sido vencidos por la tentación de arrojar la brújula moral al cesto de la basura, incluyendo bastantes de quienes creíamos reconocer como de los “nuestros”. Por años en Venezuela pudimos distinguir claramente quienes eran de los nuestros y quienes no, quienes Vivian de acuerdo a los principios y valores de rango universal y quienes habían decidido abandonar esos valores. Pero hoy ha emergido una tercera fuerza que dificulta en grado sumo ese reconocimiento, ha aparecido una legión gris que todavía se apega a algunos valores pero ya no a otros, que ha ido pasando – en base a pequeñas y progresivas entregas y de manera insidiosa – a formar parte del mundo que no es ya el mundo que nos habían contado. Es una situación horrible que recuerda la novela de Jack Finney, llevada a la pantalla con Donald Sutherland, “The Body Snatchers”, en la cual invasores extraterrestres remplazan el cuerpo de las personas con una réplica perfecta pero desprovista de su condición humana. Las personas que uno ha conocido toda la vida son las mismas externamente, pero han cambiado su alma, han perdido su brújula interior.

Este es un fenómeno que amenaza el esencial concepto de identidad nacional, el cual es indispensable para lograr vivir en justicia y dignidad. Ya es difícil saber quiénes somos, ya que ese sentido de identidad estaba estructurado por un cuerpo de principios y valores que se han ido difuminando en la mente de muchos de los miembros de la sociedad, a medida que se les ha exigido escoger entre principios y comodidad, entre valores y perniles, entre la rebeldía ante la dictadura y deseos de notoriedad.

Lo que mantiene unida a una sociedad es el apego a valores y principios universales como la justicia igual para todos, la libertad, la igualdad de oportunidades, la compasión, el altruismo, la consecución del bien común. Las aspiraciones de mejoramiento individual o grupal son perfectamente legítimas, siempre y cuando no colidan con esos principios universales de mayor rango. Hágase millonario, felicitaciones, siempre y cuando no sea a costa del tesoro público ni de la victimización de sus compatriotas.

La situación actual de Venezuela, la tragedia de estos últimos 20 años, es que un inmenso gris ha ido cubriendo nuestra sociedad. Quienes se cobijan hoy debajo de ese gris conocieron en algún momento los principios y valores que le enseñaron sus mentores, simplemente los han ido abandonando día tras día, porque prefieren vivir en acomodo permanente con lo que consideran la nueva realidad. Este es el gran enemigo de la Venezuela del futuro. Los malos serán eventualmente vencidos por los buenos, de ello tengo pocas dudas. Pero ¿qué hará Venezuela con esa legión de seres grises quienes flotan entre los decididamente buenos y los claramente malos? Con esa gente no se puede contar para construir un país digno y realmente progresista. Ellos forman una inmensa carga, un terrible lastre.

Se requiere un proceso intenso de re-educación en Venezuela, el cual fabrique una nueva generación de buenos ciudadanos que vaya diluyendo el inmenso gris de la mediocridad creado por la cobardía moral de muchos compatriotas.