En círculos, por Cástor González


 

Por exigencias del cacharrito, que me advirtió que no podía utilizar WhatsApp hasta tanto liberara espacio, me tocó revisar, borrar, deshacerme o respaldar recuerdos que ocupaban mucho espacio en su memoria. En el caso del perolito, que en algún momento fue algo así como el top del top de los equipos disponibles, su capacidad de almacenaje es igual a por lo menos 20 mil fotos, entre las cuales rescaté verdaderos tesoros de los años vividos, pero que además me permitieron visualizar de forma cruda y ruda lo que da el título a esta entrega, pues al parecer en 20 años, no hemos estado más que extraviados dando vueltas en círculos sin encontrar una salida a la destrucción sistemática de lo que fue un gran país.

En dos décadas hemos sido testigos de importantes momentos en los que estando a punto de revertir y superar ese accidente histórico del desgobierno, todo se ha desplomado y más que regresar al punto inicial de la lucha, se ha caído inclusive en negativo y así lo registra la memoria digital del aparato.





Allí, en la memoria digital, en esas más de 20 mil fotos, capturas de pantalla y archivos que reposaban en el cacharrito, pude ir tan lejos como aquel abril de 2002, que precedido de meses de la intensa volatilidad social que condujo a una huelga general indefinida, dio paso a la breve salida de Chávez del poder y su retorno, seguido de un llamado a diálogo con crucifijo en mano y para entonces bajo la conducción de su recién nombrado Vicepresidente de la República, José Vicente Rangel, lo cual devino luego en una intensa persecución comandada por el entonces Fiscal General, quien hoy vive en Roma gracias a la venta de las joyas de su señora. En fin, fue en 2002 cuando se creó y puso en práctica el modelo, el ciclo, el círculo, en el que con ligeras variaciones hemos caído una y otra vez los sectores democráticos desde entonces:

La primera reproducción del escenario 2002, fue casi inmediata y aún mucho más formal, cuando luego de los serios conflictos derivados del contundente paro petrolero, gobierno y oposición dialogaron nuevamente, esa vez bajo la conducción del Centro Carter, de la propia OEA comandada para entonces por Gaviria y adivinen quién lo comandó por la “oposición”, pues bien, el amigo Timoteo.

El esquema, el del círculo, fue el mismo, repetido también luego de las intensas protestas derivadas de las sospechas por el posible fraude cometido en el referéndum revocatorio de del 15 de agosto de 2004, y adivinen, ¿quién clamó entonces porque hubiese diálogo? Pues si, el propio Claudio Fermín.

En fin, luego de 10 años de lenta de reconstrucción del movimiento opositor luego de haber entregado en bandeja de plata la Asamblea Nacional y de la primera gran resurrección liderada por el movimiento estudiantil de la generación 2007 en el triunfo en el referéndum por la reforma constitucional, fue apenas en el año 2014, al quedar en evidencia lo que ya se mostraba como un fracaso descomunal y pernicioso para Venezuela producto del desgobierno madurista, que el espíritu de lucha se exhibió con toda su energía en las intensas protestas lideradas por Leopoldo López en el movimiento que se denominó La Salida. Allí, nuevamente el círculo se hizo presente y cuando se alcanzó una profunda crisis que parecía casi un derrumbe de lo que había sido cuestionado desde su origen, reapareció el diálogo, esta vez bajo la mirada de representantes de Colombia, Ecuador, Brasil y el Vaticano. Lo mismo ocurrió en 2016, 2017, el inicio de 2018 y ahora mismo, cuando la mayoría democrática apuesta a que el único diálogo posible sea el de la definición del desenlace, nos confrontamos con la iniciativa de Oslo y la ausencia en algunos casos de transparencia.

En una entrega anterior defendimos que el desenlace podría ser electoral y de hecho lo sostenemos, resaltando las condiciones mínimas con las que debe contarse para que ese sea el escenario. Sin embargo, una y otra vez los voceros y representantes más encumbrados del desgobierno, sostienen y confirman que esa no es la vía y que de haber alguna elección, será la de la Asamblea Nacional. Por ello, no queda otra opción preguntarse de qué sirve entonces arriesgar el único y valioso capital con el que cuenta la representación opositora, que es el de la fe y apoyo de la mayoría de los venezolanos, si está a la vista que detrás de cada intento de diálogo lo que sigue es desmovilización, desmotivación y persecución.

El círculo debe romperse. El 2019 no puede culminar en simple persecución y desmovilización como en efecto ya ocurre, y la transparencia y la determinación es clave para alcanzar ese objetivo. No esperemos que en Oslo o en cualquier otro escenario de negociación o diálogo tengamos una rendición incondicional del adversario, pero si la posibilidad de que se pacten elecciones libres con las garantías necesarias de que cada voto cuente. En ese escenario, quien esto escribe se suma, pues, así como de forma inequívoca se concluyó en que no era viable acudir a los comicios del 20 de mayo de 2018, podríamos en este caso afirmar que de concertarse las condiciones, las elecciones libres son el remedio local a nuestros males.