William Anseume: El mensaje de la muerte

William Anseume: El mensaje de la muerte

En este tiempo de profundización de la tiranía venezolana, el mensaje de la muerte ha estado presente casi en cualquier rincón del país; también, con obviedad, sus mensajeros.

Así, en las minas de Bolívar, en aquellas masacres de la llamada OLP y ahora el FAES, en las manifestaciones callejeras. Muertos, como parte de un discurso del sostenimiento firme, como política general de la crueldad, han abundado. También las injustas prisiones con vejaciones y las torturas han sido una comunicación permanente, fidedigna, de lo que el régimen dictatorial es capaz con la finalidad de silenciar y detener acciones en su contra, por mínimas que resulten: tuitear, por ejemplo.





O sea, el mensaje tiene sus dosificaciones. A algunos sólo le han arrimado la idea de fenecer como posibilidad cercana, para expresar los deseos en pro del silencio, de la inacción. En cuanto a esos acercamientos de calaveras al rostro no ha habido contención respecto a si la víctima es uniformada o no, mujer o no, niño o no. El informe de Michelle Bachelet es elocuente. Las recientes vivencias colectivas también.

El mensaje de la muerte de las mafias, de los asesinos poderosos, en serie y en serio, como aquel ” hombre de la etiqueta” de telenovela, no llega ni es llevado al muerto inerte, no es para sus familiares, va dirigido a toda la sociedad: mira cuánto te espera por tu decir, por tu hacer contrario a mis disposiciones, parece decir. O: en definitiva, siempre te tengo en mis manos. No tienes escapatoria posible, es otra opción intrínseca en la lectura de los hechos como discurso. Detento todo el poder.

La marca se torna indeleble. Hablando o, más bien, escribiendo acerca de las mafias poderosas, resulta inolvidable aquella escena de la película El padrino: la cabeza del caballo favorito, cortada, ensangrentada, a los pies de su dueño en su cama. Dice: sin palabras: te puedo llegar fácil, es lo que te espera si no te atreves a desistir.

El mensaje de la muerte no había tocado tan crudamente a los oficiales militares como ahora. ¿Oportuno? Puede ser: ascensos, salidas, movimientos ruidosos de sables. Tal vez a los militares se les había acercado el mensaje, sin concreción mortal: persecución diaria, torturas y vejaciones en prisión. Pero esta mensajería de la muerte no se había recibido así en el mundo castrense. El asesinato con saña del capitán de corbeta Acosta Arévalo es un texto claro a la Fuerza Armada, a la sociedad venezolana, acerca de quién detenta el poder mafioso y así lo usa, además se señala en líneas perversas que puede llegar a sus máximas consecuencias.

A esta hora no han entregado el cadáver a sus familiares. El mensaje redunda, resuena, en todos nosotros. A nadie, ni tonto, se le “va la mano” así. Tenemos que restituir también, a parte de la constitucionalidad, la legalidad, la democracia, los Derechos Humanos, la libertad, el engrandecimiento del respeto sin límites del otro ser humano vivo, la humanidad. Arrancarnos esta visión de que, como el malandro, no hay razón ni cuidado sino fuerza doblegadora.