Luis Alberto Buttó: Universitarios y pobreza

Luis Alberto Buttó: Universitarios y pobreza

 

Por si no llegara a entenderse cabalmente, aclaremos que la siguiente frase resulta de realizar un agrio ejercicio de sarcasmo que envuelve la rabia profunda que la motiva: ¡viva el nacionalismo de la autodenominada revolución bolivariana! La ironía descrita radica en el hecho, descarnadamente trágico y apartado de toda comicidad, de que por responsabilidad única y absoluta de un gobierno que en su narrativa hipertrofiada, vacua y obstinante, recurre sin cesar a palabras tipo patria, soberanía e independencia, la divisa estadounidense terminó erigiéndose supremo patrón de referencia para, en el intercambio cotidiano, calcular el costo de la vida de los venezolanos. Así las cosas, de manera aberrante se normalizaron las transacciones en dólares y hasta los buhoneros, que pululan aquí y allá, se entienden con sus potenciales clientes en términos de verdes y desdeñan hablar de multicolores. Para los venezolanos, el refugio en dólares hace mucho dejó de ser mecanismo para salvaguardar ahorros. Hoy en día, es mera supervivencia.

En el contexto anterior, se entiende el drama de vida que experimentan quienes conforman el conjunto de docentes-investigadores que hacen posible la materialización de la educación superior nacional. El sueldo del profesor universitario venezolano mejor pagado ronda los 15 dólares mensuales. En este caso, el verbo rondar no se utiliza como figura retórica para adornar el escrito. En verdad, estamos obligados a recurrir al vocablo para reflejar con exactitud la realidad de un país que cada amanecer contabiliza, ya sin asombro, la variación constante de la divisa que rige las compras de cualquier tipo en el día a día. Con la cifra señalada en mente, saquemos las cuentas pertinentes. Si la canasta alimentaria ronda (de nuevo el verbo en cuestión, ya saben el porqué) los 125 dólares mensuales, eso quiere decir que el profesor universitario con mejor ingreso en Venezuela está, cuando menos, ocho salarios por debajo del monto indispensable para adquirir los alimentos que su familia requiere en el brete de la diaria subsistencia. No por ociosidad hay que recalcar el planteo: alimentos, no más. Aquí no se considera ningún “lujo” adicional; salud, por ejemplo.

Ahora bien, en vista de que la familia promedio venezolana consta de cinco miembros, podemos imaginar el caso de un profesor de la condición referida que viva solo, sin nadie que económicamente dependa de él. En este caso, el profesor aún estaría cuando menos un salario y medio por debajo de la posibilidad de ir al mercado y comprar lo suficiente para cubrir las 2.000 y tantos kilocalorías que requiere para no caer en grado de malnutrición. ¿Paga alquiler, condominio, transporte, ese profesor? ¿Cuando menos logra reponer, de cuando en cuando, las gastadas suelas de sus zapatos desvencijados? Responder tales preguntas es incurrir en ociosidad: cualquiera puede deducir la verdad. Para graficar mejor la explicación, no olvidemos que el grueso de los profesores universitarios venezolanos no tiene la categoría titular, que es la última en el escalafón académico y que por esa razón fue utilizada en este escrito como referente. O sea, el drama es mucho mayor de lo esbozado. Pobreza absoluta de ingresos por donde se le mire. En este marco, no pocos dicen que en Venezuela los profesores universitarios son unos héroes y que pese a todo mantienen su dignidad. No sé. Es cuestión de perspectiva. No entiendo la dignidad de vivir en pobreza ni la heroicidad de soportar hambre.

Con razón, cada vez son más los profesores universitarios que dicen adiós: adiós a sus aulas; adiós a su país. Duele el presente, tanto como duele el mañana.

@luisbutto3

Exit mobile version