María Oropeza: Venezuela no aguanta más

María Oropeza: Venezuela no aguanta más

 

El inicio de la semana fue un día cualquiera para hacer diligencias. Debía ir a al SAIME (Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería), ya que tuve que volver a sacar la cédula de identidad (la anterior fue hurtada) y, aunque ya me tomaron los datos y la foto, aún no me han entregado el documento, pues la entrega instantánea es cosa del pasado: ahora todo depende de la disponibilidad del material. Cuando finalmente llegué al ente (bastante alejado del centro de la ciudad), se encontraba cerrado por falta de electricidad. Sí, fue tiempo perdido.





Me trasladé entonces a la oficina de una amiga (quien, por supuesto, tampoco contaba con electricidad) y esperé allí al menos dos horas mientras adelantábamos un trabajo. Finalmente regresé a mi casa y al llegar, tampoco contaba con electricidad (servicio que volvió después de unas cuatro horas). Resalto que los cortes eléctricos en Venezuela suelen realizarse por sectores, a menudo por tiempos indeterminados, y, sumados a las fallas de las líneas comunicacionales, imposibilitan al ciudadano mantenerse informado sobre lo que sucede en el día, al menos de forma simultánea.

Mientras todo esto sucedía (un día común y corriente para cualquier venezolano) en los canales del Estado se presenciaba el más burdo show del año: pseudo-opositores «doblándose para no partirse» en un falso diálogo con el criminal régimen de Nicolás Maduro, en el que incluso acordaron la reincorporación de los 55 diputados del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) a la Asamblea Nacional legítima. Esto sucedió después de que el régimen decidiera patear la mesa de «diálogo» con Juan Guaidó y el Frente Amplio en Barbados, tras no llegar a ningún acuerdo.

La postura del régimen consistía en: 1) levantar sanciones de Estados Unidos contra el régimen de Maduro y 2) que la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente nombrara un nuevo CNE (Consejo Nacional Electoral) para unas nuevas elecciones de la Asamblea Nacional –legítima– y no unas elecciones presidenciales.

Mientras tanto, la propuesta del presidente (E) Juan Guaidó consistía en: 1) que tanto él como Maduro se separen de sus cargos; 2) que el Gobierno de Transición pasase a ser un «Consejo de Gobierno» con la participación incluso del chavismo; 3) convocar elecciones presidenciales «libres» en nueve meses.

Es importante evaluar cada escenario, antes, durante y después del diálogo en Noruega y Barbados.

Cuando Guaidó se juramentó como presidente interino, fue él quien pautó una ruta que pocos días después se volvió un mantra para todos: cese de la usurpación, gobierno de transición, y elecciones libres. Cada día que pasaba y cada ataque del régimen comprobaba que no era posible una transición con mafias y usurpadores, ni menos unas elecciones libres con Maduro en el poder, pero también se evidenciaba que, a pesar de todo el esfuerzo que hacían y hacen los venezolanos para salir de esta catástrofe, solos no podemos.

La realidad es que somos una ciudadanía desarmada que está siendo reprimida constantemente por un tirano, y la mejor evidencia de esto fue cuando el régimen decidió quemar los convoys con ayuda humanitaria, o la masacre de nuestros pemones, sin contar la represión y asesinatos de jóvenes y estudiantes que salieron a protestar en rechazo del régimen y a respaldar a Guaidó como presidente legítimo. Todo esto sucedió en este mismo año que aún no acaba.

A este panorama, deben sumarse las 7000 ejecuciones realizadas por el régimen de Maduro según informe oficial de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, más los cientos de encarcelados y exiliados por pensar distinto, y por supuesto, los casi 5 000 000 de venezolanos en la diáspora.

A pesar de todo lo dicho y lo vivido, Guaidó decidió ir a otro diálogo con el régimen de Maduro, como si esto fuese la primera vez (es preciso recordar que la dirigencia «opositora» de Venezuela desde hace 17 años está en un diálogo de nunca acabar).

Sucedió en 2014, cuando pactaron irse a las elecciones de la Asamblea Nacional. Sucedió también en 2016, cuando frenaron el referéndum revocatorio. Sucedió en 2017, cuando decidieron ir a unas elecciones regionales que fueron convocadas por la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente y durante las cuales muchos de nuestros diputados «legítimos» abandonaron su curúl para ser candidatos. Estos son apenas algunos ejemplos. Por último, vemos hoy a Guaidó y a los partidos del Frente Amplio desviar la ruta para acudir a un diálogo que Maduro pateó porque ya no le interesaba buscar nada allí: los pactos estaban ya hechos con unos dirigentes que no representan a absolutamente a nadie sino a sus intereses, a la maldad y a la tragedia.

Fueron muchos quienes advirtieron a Guaidó que abandonara los diálogos con el régimen y retomara la ruta del coraje, e incluso hay cartas públicas de los dirigentes políticos como Diego Arria, María Corina Machado y Antonio Ledezma, quienes, además, manifestaban su apoyo y reconocimiento. Advertían, asimismo, que no era posible una transición con cómplices y corruptos, pues con mafias no se puede negociar. Todos estamos conscientes de lo peligroso y lo difícil que es asumir que solo por la fuerza será posible salir de Maduro y su régimen, pero es esa la responsabilidad histórica que hoy le tocó a Guaidó (y que él aceptó). Si no se siente capaz o dispuesto, pues que se aparte, pero otra traición más es imposible de aceptar.

Ahora el panorama cambia. Por un lado, el régimen insiste en que el gobierno de Estados Unidos debe levantar las sanciones que les impiden seguir con sus negocios (como el tráfico de drogas) y exige hacer unas nuevas elecciones parlamentarias, para recuperar la mayoría en el parlamento y lograr desplazar a los partidos «opositores». Mientras, Guaidó insiste en que él y Maduro se separen de sus cargos (cuando esto parece ser un reconocimiento tácito de que Maduro lo ostenta, cuando en realidad lo usurpa), y se realice una transición con chavistas (que incluye narcotraficantes y terroristas), y se celebren elecciones presidenciales en nueve meses (como si el venezolano estuviese dispuesto a perder más tiempo).

¿Cómo es posible pensar en elecciones sin antes lograr el cese de la usurpación? ¿Cómo es posible pensar en hacer pactos con mafias, narcotraficantes y terroristas para una transición? ¿Cómo es posible creer que serán unas elecciones libres con el propio sistema chavista?

Finalmente, la cruda realidad es que hay diputados chavistas que hace meses abandonaron sus cargos en el parlamento y que hoy, como si nada, pretenden reincorporarse con el apoyo de los colaboracionistas para seguir sosteniendo a Maduro en el poder. Otros andan en campaña electoral, mientras la ciudadanía sigue padeciendo la tragedia que es vivir en socialismo, con hambre, desempleo, pobreza, miseria, falta de agua y electricidad, y lo más importante, sin justicia y sin libertad. Parece que vivieran en una Venezuela paralela, desconectados completamente de la realidad.

Quien hoy no entienda o no acepte que este régimen es de naturaleza criminal (lo que impide una negociación genuina), debería hacerse a un lado. En otras palabras, hoy Guaidó no tiene otra opción que asumir el ruta del coraje o apartarse, pues seguir por el camino que le convenga al régimen lo llevará más rápido a quemarse políticamente que a ser presidente de la República en unas eventuales elecciones.

Hoy mi confianza y mi apuesta queda sólo en aquellos que desde siempre han advertido que sin la salida de Maduro y sus mafias, no será posible conquistar la libertad de Venezuela. Hoy mi confianza está en los valientes que enfrentan a Maduro y no evaden responsabilidades ni colaboran por debajo de la mesa. Hoy mi confianza está en los que mantienen su dignidad y no se dejan chantajear por cómplices o corruptos.

Venezuela no aguanta más.