Simón García: El acuerdo corto

Simón García: El acuerdo corto

Según el refranero quien acuerda primero pega dos veces. Se podrá rabiar contra los cinco partidos opositores que firmaron un compromiso con el régimen, pero no subestimar el hecho. Hecho político, positivo y que cambia juego.

En primer lugar por lo convenido. La flecha minoritaria, aunque no haya clavado en la diana, estableció el inicio de cambios que no pueden dejar de apoyarse, porque sean parciales: abrir un proceso de liberación de presos políticos; reincorporación de los diputados del PSUV a la legítima AN; conformar un nuevo CNE o instrumentar el programa de intercambio de petróleo por alimentos y medicinas.

Segundo, por el cambió de actores, ante la errónea decisión de la oposición mayoritaria de echar tierrita sobre Barbados. Tercero, porque se cambió la metodología. El “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, cedió paso al entendimiento corto que no resuelve la obstrucción catastrófica que es el régimen, pero despeja obstáculos para lograrlo.





Por último, aunque su naturaleza sea simbólica, trajo el acuerdo al territorio nacional, indicando que debemos cuidad que la determinante y valiosa solidaridad internacional no pase la raya de la injerencia. Una pertinente precaución, ante la presencia de potencias mundiales en la solución de nuestro conflicto, consiste en ejercer el derecho de los venezolanos a tomar responsabilidad por sus actos y mantener su capacidad para decidir, en última instancia, sobre el país.

Tres debilidades, derivan del tamaño del acuerdo: no abarcó el aspecto principal de la elección presidencial; no contó con la participación de los partidos del G4, sin los cuales no hay solución completa. Y casi todos los compromisos están en el horno. Son todavía metas espinosas por las que hay que luchar, dada la costumbre oficialista de manejar las negociaciones para, al ganar tiempo y oportunidad, desconocerlas.

El cese de las negociaciones en Barbados declarado por los representantes de Guaidó, permitió a Maduro anotarse un punto. Esta vez la inteligencia del régimen fue más allá de dividir a los opositores, al proyectar la imagen de que se puede llegar a acuerdos y que quien los bloquea es Guaidó y la oposición mayoritaria. Es una lectura a revisar.

No hay acuerdo perfecto. Si ninguno de los actores puede obtener el máximo de sus exigencias, es porque lo que se acuerdan son las concesiones que hay que dar, para que cada parte sienta que obtuvo su mejor ganancia. Esto es posible porque la verdadera apreciación de los objetivos es subjetiva.

Un buen acuerdo se produce cuando sus partes se convencen de tres certezas: no puede haber un solo ganador, hay que pagar un costo aunque no se quiera y se gana más acordando que pleiteando. Por eso no es asunto de que el régimen lo quiera o no, sino de que tenga evidencias de que se le acabó la cancha.

El país entero y la comunidad internacional desean una solución pacífica y electoral. Los buches fantasiosos de la prédica extremista sobre golpes e invasiones sólo existen en el engaño de las redes y su prédica de que con narcos no se negocia o que dictadura no sale con votos sólo desarma a la oposición y le da sobrevida al régimen en su cuarto de terapia intensiva: el escenario electiral. La oposición mayoritaria debe liberarse definitivamente de los espejismos extremistas.

Los tres sectores opositores, que representan a electores y visiones diferentes, están obligados a aproximarse para salvar al país que se niega a morir. La responsabilidad mayor es de la fuerza mayoritaria: debe regresar a Oslo y convertir a la AN en el escenario principal de decisiones plurales de cambio. No en ámbito para sectarismos y exclusiones.