Julio Márquez: La “anti-política” no existe

Julio Márquez: La “anti-política” no existe

No dejaremos de explorar jamás
y al final de nuestras exploraciones
llegaremos al lugar del que partimos
para reconocerlo por primera vez
T.S. Eliot

En buena medida gracias a la crisis que comenzó a sufrir el sistema democrático de Venezuela entrada la pasada década de los 80, se hizo muy popular entre los venezolanos el término “anti-política”, queriendo con él significar la actitud hostil y pasional que sin reticencias buena parte de la sociedad mostraba hacia sus líderes y partidos políticos. De hecho, se dice comunmente que la “anti-política” fue la principal causante del triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998, pues se le atribuye al rechazo irreflexivo a los políticos tradicionales la culpa del arribo de aquel nefasto caudillo al poder

No obstante, a pesar de lo popular que se ha convertido el término en cuestión, se hace necesaria la siguiente aclaratoria: la “anti-política” no existe; y no existe porque el término es un total contra sentido.





Es del conocimiento común que la palabra “política” proviene del griego “polis”, cuyo significado es “ciudad” o “Estado”; de allí que los asuntos públicos, aquellos que conciernen a todos los ciudadanos que hacen vida dentro de la polis, sean el corazón de la actividad política. Por tanto, por simple derivación lógica, la actividad política se plantea necesariamente como una actividad social, ya que ella solo puede darse en presencia de dos o más hombres. Aristóteles lo dijo magistralmente cuando señaló que quien que no vive en compañía de otros, haciéndolo de forma errante y sin ley, es una bestia o es un dios, puesto que por esencia “el hombre es un animal político”; es decir, el hombre es en sociedad, y solo en sociedad hay política.

La política es entonces, en cuanto a todas las actividades humanas se refiere, omniabarcante, pues está presente en todo cuanto al hombre atañe. La política no es un reducto dentro de la sociedad, no es una parte que pueda separarse a conveniencia del resto para pontificar a favor de una determinada idea o en contra de otra; la política es lo que hace y determina al hombre, diferenciándolo de los animales desprovistos de toda racionalidad al igual que de la omnipotencia y omnisciencia de los dioses.

Al colocarle el prefijo “anti” a la palabra “política”, se trata de construir un nuevo concepto que hace referencia a algo ya no distinto sino opuesto al hombre, pudiéndose decir que el concepto “anti-político” equivale a “anti-hombre” o a “anti-sociedad”, algo que, por su naturaleza absoluta, solo pudiera plantear consecuentemente alguien que no fuera hombre.

Cuando se utiliza el ilógico concepto de “anti-política” para señalar la saña con la que determinadas personas, por las razones que sean, se refieren a ciertos partidos o liderazgos políticos, se cometen dos gravísimos errores que se traducen inevitablemente en problemas sociales. El primero de ellos se puede resumir con la palabra simplificación, pues se simplifica la política cuando se le constriñe a ser un objeto monopolizado por una parcialidad que se presenta a sí misma como “la política”, mientras hace lo propio con sus contrarios con el mote de “la anti-política”. Esta visión maniquea de una realidad tan amplia ha conducido a la formación de tribus incapaces de promover la autocrítica, cuestión sumamente dañina para cualquier sistema democrático.

El segundo error puede resumirse también con una palabra, sacralización. Pues se tiende a etiquetar de “anti-político” a todo aquello que parezca indeseable, siendo lo político únicamente lo bueno, lo bonito, lo deseable. Esta visión idílica de la política desconoce que el hombre puede ser bueno y malo a la vez, y que aun siendo malo, sigue siendo hombre, ergo, un animal político. Creer que solo lo bueno y lo deseable es lo político, es afirmar que la política es una actividad divina y no mundana, y eso, como ya hemos visto, es simplemente imposible.

Hugo Chávez, como tantos otros líderes que han inscrito sus nombres en las páginas negras de la historia universal, fue un hombre, como hombres también fueron quienes por él votaron. Decir que ese caudillo y quienes en él confiaron son “anti-políticos”, es equivalente a decir que “ellos no son hombres y nosotros sí”. Lo maduro, lo verdaderamente necesario para que una tragedia como la venezolana no suceda de nuevo, es la asunción colectiva de una visión integral de la política, algo que lleve a entender que el hombre puede ser fuente de bien y de mal al mismo tiempo, y no encerrarnos en una dicotomía que nos imposibilita el pensamiento crítico necesario para la construcción de una democracia verdadera.