Las SÚPER FOTOS de Sharon Stone que te harán ver de nuevo “Bajos Instintos” (¡Ayyy papá!)

Las SÚPER FOTOS de Sharon Stone que te harán ver de nuevo “Bajos Instintos” (¡Ayyy papá!)

 

Hay escenas que definen una película, escenas que se convierten en el centro de una historia, que se vuelven inolvidables. Su impacto hace que nos acordemos qué pasó por nuestro cuerpo en el momento en que las vimos por primera vez, y cuando las revemos (siempre se las vuelve a ver) nos sorprenden de nuevo, y les seguimos encontrando detalles y elementos que se nos habían escapado. La ausencia del impacto inicial no las deteriora.





Infobae

La escena del interrogatorio de Bajos instintos (Basic Instincts) fue inolvidable para una generación. Y, acaso, ostente un récord singular: el de ser la escena más pausada en la historia del VHS. Tal vez el inventor de la función cuadro por cuadro tenía en mente a Catherine Trammell, el personaje de Sharon Stone, cuando desarrolló su técnica. Para fijar esa imagen, para eternizar esos pocos segundos.

En 1992, año del estreno de Bajos instintos, Sharon Stone tenía 34 años y llevaba una década tratando de hacerse notar en Hollywood. Había participado en una decena de películas pero sin llegar a protagonizar. Aprovechó su oportunidad cuando le tocó un buen papel en El vengador del futuro de Paul Verhoeven quien dirigiría también Bajos instintos.

Verhoeven tenía en su cabeza un film fuerte, que impactara, altamente sexual. Uno de sus objetivos era que la suya fuera la primera película mainstream en mostrar una erección. Eso, sabemos, no lo logró. El director holandés sabía lo que quería de su protagonista femenina y sabía que en un medio como Hollywood lo iba a conseguir.

Sharon Stone obtuvo la chance de una audición urdiendo un pequeño engaño. Pero en el momento de hacer la prueba ante cámara no se guardó nada. Sabía que era la oportunidad de su vida. Un par de años atrás, Sharon subió a su cuenta de Twitter un minuto de aquel momento. La vemos en un primer plano, despeinada, ella, su voz, la sonrisa maliciosa, una copa y un cigarrillo. Luego de ese minuto era imposible no darle el papel. Hay electricidad y vértigo en esos ojos y en esa boca.

La escena en cuestión de la película dura menos de tres minutos. Cinco investigadores interrogan a Trammell, escritora de éxito y sospechosa de haber matado a una ex estrella de rock. Está sentada en un sillón delante de ellos. Cinco contra una. Las preguntas pretenden ser duras. La implacabilidad es una de las características del detective de homicidios. Ella, sin embargo, los desarma al instante. Es ella, la presa, la que domina la situación. A los cinco hombres se los nota incómodos, inquietos. La mujer está tranquila, confiada, avasalla con sus gestos seguros y su desparpajo.

Prende un cigarrillo a pesar de que le dicen que el edificio es libre de humo. Se convierte en un arma que ella blande con maestría. Suelta el humo. Habla a los ojos, se inclina hacia adelante, se dirige a sus interlocutores con seguridad, llamándolos por sus nombres. Los seduce, juega con ellos. Los domina. Disfruta de la situación. Luego se quita el saco blanco. El vestido es del mismo color. Elegante e incitante. Un homenaje solapado a la Kim Novak de Hitchcock en Vértigo.

Se acoda en el sillón. Habla de sadomasoquismo, manos, dedos, sexo, placer y cocaína. Hasta que llega el momento. Poco más de un segundo. Las piernas cruzadas, la izquierda sobre la derecha. Las descruza. Quedan abiertas. Los detectives pueden ver debajo de su falda, sin la oposición de la ropa interior. Vuelve a cruzar las piernas para el otro lado, la izquierda sobre la derecha. Catherine Trammell sabe que ganó.

Sobre la filmación hay, como corresponde, dos versiones. Aunque ambas se parezcan entre sí. Hasta un momento de los hechos los dos protagonistas acuerdan.

Tanto Sharon Stone como Verhoeven coinciden en que el director le pidió que se sacara la ropa interior. Adujo que el blanco de la bombacha podía provocar un reflejo molesto. Ella aceptó. Y se sacó la prenda y, como en un juego, la puso en el bolsillo de la camisa de Verhoeven.

Rodaron por largas horas. La actriz, el realizador, el director de fotografía Jan de Bont (director luego de Twister y Máxima velocidad) y unos pocos miembros más del equipo. Varias tomas, distintos planos. Verhoeven le mostró a Sharon en el monitor el resultado. Ella se mostró satisfecha.

Todo cambió cuando la actriz vio en pantalla grande el primer corte. En ese momento se acercó a Verhoeven y le dio vuelta la cara de un cachetazo. Se sintió expuesta y poco cuidada por el holandés. Él adujo que todo había sido hablado y que hasta le había mostrado las imágenes en el set. Que nada había sucedido sin su anuencia. Sharon explicó que como en ese tiempo no existía el HD, lo que ella vio en el monitor era una versión oscura de la escena que en fílmico y en una sala de cine, en la pantalla inmensa, adquiría una definición y nitidez que no había imaginado. Que un plano como ese se le debe mostrar antes a la actriz. Le exigió que lo sacara. Verhoeven no escuchó más. Con los dedos marcados en su mejilla le preguntó: “Si te quitás la ropa interior y la cámara te apunta ahí, ¿qué pensás que se va a ver después en pantalla?”.

Tal vez Sharon pensó que solo se trataría de una insinuación, que Verhoeven no se animaría a más. Posiblemente la ascendencia holandesa del realizador y del director de fotografía, la naturalidad con la que asumen los desnudos, la escasa propensión a escandalizarse, hayan creado en el set un clima sin presiones, relajado, que propició que Sharon fuera más osada de lo que ella siquiera había considerado.

Sharon no podía sacarse el plano de la cabeza (al fin y al cabo lo mismo que le pasaría después a los espectadores de todo el mundo). Utilizó todos sus encantos para convencer a los directivos del estudio de que cortaran el plano polémico pero no fue escuchada.

El representante después de la función privada le insistía en que esa escena iba a liquidar su carrera, que quedaría signada para siempre. Se equivocó. Sucedió exactamente lo contrario. Esa película y en particular esa escena la convirtieron en una superestrella. Se erigió de inmediato en un sex symbol -tal vez el mayor de la década del 90-, protagonizó varios films más y hasta obtuvo una nominación al Oscar.

El papel que una decena de estrellas rechazaron porque no se animaron a los desnudos, porque temieron la violencia, a ella la consagró.

El guionista de la película fue Joe Eszterhas, un personaje de muy alto perfil y polémico. Antes había escrito, entre otras, Flashdance, Corazones de fuego y Al filo de la sospecha. Al vender este guión, que en un principio tuvo otros títulos: Love Hurts y Sympathy with the devil, batió un récord. Le pagaron tres millones de dólares, la cifra máxima obtenida por un guionista hasta el momento.

En sus memorias, Hollywood Animal, cuenta que tuvo varios altercados con el director porque en el set de filmación alteraba lo que él había escrito. Sin embargo, lo increíble de la situación es que la película con el guión más caro de la historia es recordada por una escena que no estaba en él. Se trató de una invención de Paul Verhoeven derivada de un episodio que vivió en una fiesta. Una de las chicas presentes, copa en mano y muchas más ya tomadas, le contó que no llevaba ropa interior y le pidió al director que observara la reacción de los hombres presentes cuando ella se sentaba en un sillón. El holandés de inmediato supo que en algún momento utilizaría ese recurso en una película suya.

El personaje no fue escrito ni pensado en ella sino en una bailarina de strip tease que conoció Eszterhas, pero Catherine Trammell es su actriz. Las miradas, los abruptos cambios de estado, la furia que convive con el encanto, la peligrosidad, la sonrisa más afilada de Hollywood.

“Sharon Stone es Catherine Trammell sin el picahielos”, dijo Paul Verhoeven. Ella contó que se inspiró en la sensualidad de Kathleen Turner. Hay algo de la sinuosidad de Turner o de la Barbara Stanwyck de Pacto de sangre en Trammell, en ese personaje en el que converge una escritora, una especie de superhéroe femenino, una asesina y una dominátrix.

La elección del actor principal también fue un acierto aunque menos sorprendente. Michael Douglas ya había protagonizado películas con algún contenido erótico como Atracción fatal y era una primera figura. Él también llegó después de que se barajaran otros nombres como el de Richard Gere, Don Johnson, Tom Cruise o Patrick Swayze.

La relación entre los protagonistas no era la ideal fuera de cámara. O tal vez sí. Había tensión, un recelo, un aire de violencia y atracción los sobrevolaba.

El rodaje no fue sencillo. Se rumorea que a Sharon le costó encontrar el personaje y que luego del primer día casi es despedida, al tiempo que Michael Douglas presionaba para que contrataran a Kim Basinger, quien ya había rechazado el papel para no quedar encasillada como actriz erótica luego de 9 semanas y media.

Sharon contó que, en algunas escenas, tirada en el piso al costado de la cama estaba su mejor amiga para darle fuerza y para que se sintiera protegida. Y que en alguna ocasión tuvo que utilizar un tubo de oxígeno que había en el set porque se descomponía por la intensidad de las secuencias violentas.

Las escenas de sexo llevaron más de cinco días de rodaje. Los actores desnudos pasaron horas en la cama.

Se sabe que Michael Douglas nunca hizo del pudor una norma. Sharon desechó el uso de unos parches adhesivos semitransparentes que se adhieren en la entrepierna y tapan la vagina y el ano de la mujer. No quiso usarlos porque se los tenía que despegar y pegar cada vez que iba al baño y la operación era muy dolorosa.

Haber filmado tantos días las escenas eróticas trajo un beneficio extra al director. Cuando la censura lo obligó a modificar unas escenas si no deseaba que la película tuviera la calificación más alta y así restringir el público que podía verla, Verhoeven reemplazó unos pocos planos por otros filmados en ángulos diferentes, que solo sugerían o insinuaban. Fueron muchos cambios pero muy breves. Menos de 40 segundos de película se modificaron. Entre las exigencias para bajar la calificación de la película nunca estuvo, aunque parezca extraño, la escena del interrogatorio. Luego de esos días rodando escenas sexuales, Sharon reflexionó: “El equipo de filmación me llegó a conocer más profundamente que mi ginecólogo”.

En el momento de su estreno no solo hubo polémica por las escenas de sexo o por la violencia. Grupos LGBT+ elevaron protestas y se manifestaron frente a los cines que la pasaban por considerar que la película los criminalizaba al poner como la asesina a un personaje bisexual. Se quejaron de que mostraban a las mujeres bisexuales como psicópatas.

La respuesta del público fue inmediata. Fue una de las cintas más taquilleras del año. Sin embargo la recepción crítica no fue unánime ni amable. El respetado crítico Jonathan Rosenbaum la calificó con cero estrellas. Escribió que era una película sin ningún valor aunque muy peligrosa porque su fórmula sería muy copiada (en esto acertó). Años después modificó su opinión y la reivindica como tantos otros.

Paul Verhoeven desde un principio quiso filmar un homenaje a Hitchcock pero con mucho sexo. A esto hay que agregarle el estilo bombástico, menos elegante pero más espectacular e impactante de Eszterhas. Esta combinación produjo que Bajos instintos se convirtiera en un modelo a seguir en los noventa. Hubo una ola de thrillers eróticos. Pero ninguno logró el impacto de este film.

Ese cruce de piernas (y en especial su descruzamiento) tal vez opaque que Bajos instintos es una buena película, que logra mantener la tensión y que puso de moda un género. Y que un film mainstream se haya animado a cruzar determinadas fronteras respetadas hasta entonces en cuanto a lo sexual y a la manera de mostrarlo. Bajos instintos es parte de su tiempo y sobre su tiempo. Describe y representa a los noventa con bastante precisión. Sus personajes y los actores que los interpretaron y varios momentos del film, en especial la escena del interrogatorio, se convirtieron en íconos de esos años.

Sharon Stone concuerda con eso: “Michael Douglas y yo nos convertimos en los Fred Astaire y Ginger Rogers, horizontales y desnudos, de los noventa”.