Argentina: el imaginario eje “progresista” por Gustavo Romero Umlauff

Argentina: el imaginario eje “progresista” por Gustavo Romero Umlauff

El presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, ha iniciado sus actividades en el exterior dando un candoroso traspié al tratar de consumar una especie de eje “progresista” con el mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pretendiendo dar un completo giro diplomático frente al Grupo de Lima y reforzar, por el contrario, las relaciones con los organismos regionales fomentados por la izquierda latinoamericana como lo son el CELAC, el UNASUR y el Grupo de Puebla, entre otros.

Las respuestas de AMLO a la posibilidad de crear ese tipo de eje, conjuntamente con Argentina y Bolivia, han sido esquivas estando aún pendiente la aprobación de las nuevas condiciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte por parte de los Congresos de Estados Unidos, México y Canadá, tras largas y duras negociaciones con la administración norteamericana de Trump y que involucra más de un billón de dólares en operaciones comerciales. Asunto de vital importancia para el país azteca si el crecimiento económico se estima sólo en un 0.4% para este año, a decir del FMI; y, claro, que con ese índice ya se toca las puertas de la recesión. 

El eje ideológico planteado por el electo presidente gaucho se ha visto confrontado al pragmatismo económico que se requiere para dar crecimiento a un país, como parece haberlo entendido AMLO pues su riesgo es grande si se suma a la propuesta “progresista”. El sucesor de Macri no ha llegado a advertir, ahora, que seguir en la absurda lucha entre una “izquierda” y una “derecha” resulta perniciosa cuando no se llega a entender que los países no se desarrollan cuando el imaginario político supera al campo de las oportunidades comerciales.





En una desigual y compleja América Latina, donde la polarización y antagonismo, cuasi místicas, entre “izquierdas” y “derechas” viene imprimiendo cada vez más los procesos eleccionarios, la ideología ha perdido terreno para apelar a las emociones, sin posibilidad de discernir entre lo mejor y lo peor para un país, reduciéndose, entonces, sólo a los melodramas y espectáculos políticos.

Así, por ejemplo, la actitud cínica del presidente venezolano Nicolás Maduro de criticar la represión militar habida recientemente en Chile, cuando tiene probadas denuncias sobre las más despiadadas violaciones a los derechos humanos, o la majadería del presidente brasileño Jair Bolsonaro de negarse a felicitar al ganador de la contienda argentina porque no es de su simpatía ideológica, resultan tan patéticas que no sólo revelan la mediocridad de los gobernantes sino, además, sus enormes capacidades de hacer de los actos de gobiernos simples obras circenses para el aplauso ciudadano.

Sin duda, las democracias latinoamericanas muestran una enorme fragilidad y los escenarios frente a la desaceleración mundial parecen más difíciles de enfrentar; pero, el debate político se restringe, hoy en día, a lo emocional, al fervor y opera en la misma eficacia con las fórmulas de las “izquierdas”, invocando al imperialismo yanqui o al neoliberalismo y de las “derechas”, apelando al comunismo cubano o el incomprensible socialismo del Siglo XXI. 

Las declaraciones de AMLO –aunque muy sutiles- deben haberle dejado lo suficientemente evidente al electo presidente que México no abandonaría la causa del pragmatismo para incorporarse a un estéril proyecto “progresista” que ha terminado por llevar a la total quiebra, como prueba tangible, a un país tan rico como lo fue Venezuela o el desastre fiscal que dejara la era del “kirchnerismo” en Argentina. De ahí que veo como un mal presagio para el país gaucho que su nuevo gobernante no vaya a tomar con energía el timón de la economía y deshacerse rápidamente de aquellos radicales del peronismo para poder dirigir con mucho más pragmatismo los destinos de su nación.