Los secretos de la depresión y muerte de la princesa Margaret

Los secretos de la depresión y muerte de la princesa Margaret

La princesa Margaret murió el 9 de febrero de 2002, luego de cuatro años de problemas físicos y depresión. (Getty Images)

 

El Caribe fue uno de los grandes amores de la princesa Margaret. Ella se contó entre las primeras personas que se aventuraron en las tierras salvajes que su amigo Colin Tennant, Lord Glenconner, adquirió en la pequeña isla Mustique, de San Vicente y las Granadinas, cuando no había siquiera agua corriente. En las dos hectáreas que él le regaló, construyó allí su refugio personal, Les Jolies Eaux, que se convirtió en un imán para celebridades. Sus fiestas en la isla marcaban el punto máximo de la temporada de invierno, y uno sabía que no estaba entre los happy few si no lo invitaban junto con Mick Jagger o David Bowie.

Por infobae.com





Pero también en Mustique la princesa comenzó su fin, en 1998, cuando sufrió su primer accidente cerebro-vascular (ACV). Debido a sus años de tabaquismo, en 1985 Margaret se había sometido a una cirugía para quitarle parte de un pulmón, pero las huellas de los 60 cigarrillos diarios que fumó hasta 1991 tomaron la forma de problemas circulatorios. También en Mustique, por un termostato que funcionaba mal, en 1999 sufrió quemaduras graves en los pies, que le impidieron caminar y la forzaron a asistir en silla de ruedas a la boda de su sobrino menor, el príncipe Eduardo.

Hacia el cambio de siglo, según la recordó Lord Glenconner, la princesa vivía con “un sentimiento profundo de agitación y desesperanza”. Ya no quería volver a Mustique. Su casa no le pertenecía más y el comprador, si bien la invitaba regularmente, había hecho tal destrozo al diseño de Oliver Messel y la decoración que la nueva fealdad de su antiguo santuario la expulsaba. Ese sentimiento de depresión se prolongó hasta que, en 2001, Margaret fue hospitalizada porque prácticamente había dejado de comer. La incomprensión de la familia real británica, en particular de su hermana, la reina Isabel II, no ayudaron a mejorar el cuadro.

La historia se detalla en And what do you do? (¿Y usted a qué se dedica?), el libro que acaba de publicar Norman Baker, ex miembro de la Cámara de los Comunes (MP), ex ministro del gabinete y actual miembro del Consejo Privado, un grupo de asesores de la reina que puede emitir órdenes ejecutivas. Entre los escándalos de los príncipes Andrés y Carlos y los fabulosos patrimonios reales —libres de impuestos, y también de claridad sobre sus orígenes—, el político liberal demócrata cuenta la historia de la pérdida de Les Jolies Eaux y de los últimos días de Margaret.

La princesa Margaret con su hermana, la reina Isabel II, y los pequeños príncipes Harry y William, en 1989. (Parnell/ANL/Shutterstock)

 

“En 1996, con su salud deteriorada, ella transfirió la propiedad a su hijo, el vizconde Linley, para tratar de evitar el impuesto a las sucesiones. Con escasa sensibilidad, él decidió venderla poco después, y privar a su madre de su refugio caribeño”, contó Baker en el libro. “Como concesión, negoció que a ella se le permitiría pasar tres semanas por año en su villa, cortesía del nuevo dueño, un estadounidense de riqueza fabulosa llamado James Murray, hijo de un ganadero”.

A Murray la idea de tener una alteza en su casa lo ponía por el cielo de contento. Sin embargo, su remodelación de la casa dejó a Margaret sin aliento. “Decidió una transformación drástica de la villa pintoresca para hacerla más vibrante y americana, lo cual arrasó con los recuerdos y la magia para Margaret”.

Lord Glenconner dijo que cuando Linley vendió la casa, Margaret cayó en un pozo depresivo. “El día de 1999 cuando el agente inmobiliario le mostró la propiedad a los compradores potenciales, con Margaret in situ, fue —según sus amigos— uno de los más traumáticos en la vida de ella. Esto se sumó a sus dolencias físicas”, destacó Baker.

“Había perdido su santuario, que tanto le importaba, y había perdido la salud también. Se sentía a la deriva y sola en el palacio de Kensington”. En 2000, cuando dejó de mostrarse en público tras una gala del Ballet de Londres en noviembre, comenzaron los rumores. Que sólo se amplificaron cuando en la navidad Margaret permaneció encerrada en su dormitorio en Sandringham, mientras el resto de la familia real asistía a los oficios religiosos públicos de celebración.

Los medios dijeron que sufría de episodios de confusión y que su depresión le había hecho perder el deseo de vivir; que muchas veces se negaba a comer y que era raro que se levantara de la cama. Antes del año nuevo de 2001, dos médicos habían pasado por Sandringham para verla.

El segundo es más conocido: la negativa de su hermana, ya reina, a permitir su casamiento con Peter Townsend, un héroe de guerra que había pasado al servicio de la familia real, pero había estado casado. Margaret asistió con él a la coronación de su hermana en el verano boreal de 1953, pero como titular de la Iglesia Anglicana, que no aceptaba el divorcio, Isabel II separó a Margaret de su enamorado. En 1955 un comunicado informó que ella rompía su compromiso para cumplir con sus deberes de alteza.

En todo caso, el amor que se profesaban las hermanas Windsor no estuvo exento de incomprensión, y así fue como hacia el final de la vida de Margaret “la reina, quien sin dudas pensaba que actuaba para el bien de su hermana, le dijo que dejara de sentir lástima por sí misma, y hasta se ha dicho que prohibió las sillas de ruedas en Sandringham y Balmoral, en la creencia de que una terapia de shock era la mejor manera de proceder para que Margaret volviera a ponerse de pie, literalmente”.

En enero y en marzo de 2001 la princesa sufrió otros dos ACV, que afectaron su visión y la movilidad del lado izquierdo de su cuerpo. “Para Margaret, la fría respuesta de su familia sólo exacerbó la cuestión”, señaló Baker. “Moriría poco después, en 2002. Sólo podemos especular si Margaret podría haber superado esta depresión y haber vivido hasta la vejez, como tantas mujeres en su familia, si su cuadro hubiera sido atendido con más compasión”.

En efecto, la princesa tenía 71 años cuando murió, luego de haber asistido —entre sus últimas obligaciones, efectivamente en silla de ruedas— a la celebración del cumpleaños 101 de su madre y a la del cumpleaños 100 de su tía, la princesa Alice, duquesa de Gloucester.