Thays Peñalver: Venezuela y la primavera latina

Thays Peñalver: Venezuela y la primavera latina

El problema de las primaveras latinas parte de una visión política incorrecta. En Venezuela no hay manera de convencer a muchos políticos de que el Caracazo, el famoso estallido social de 1989 que abrió la puerta a los cambios políticos fue planificado durante muchos años por la izquierda anticapitalista.

Como lo es también el caso chileno hoy. Fundamentalmente es muy difícil, porque la mayoría vio cómo su propio vecindario saltó de manera espontánea a patear las puertas de los comercios de alimentos, para posteriormente abrir las de electrodomésticos y terminaron cargando con reses enteras o con televisores pantalla plana.

En esas acciones, la vasta mayoría de los venezolanos –y hoy los chilenos- lo que vieron fue a sus propios vecinos furiosos, bastante descreídos en política saqueándolo todo y jamás vieron a un comunista instigando a abrir los locales y por eso para muchos políticos y analistas, el Caracazo pasó a la Historia como un fenómeno espontáneo.

De la misma manera, los analistas de cuerpos de seguridad, lo que vieron fue a los miles de detenidos y muertos que nada tenían que ver con un movimiento subversivo. Así que el “yo lo viví, a mi nadie me puede echar el cuento”, junto a la ausencia de un supuesto objetivo político como asaltar el centro de poder, son pues las críticas que más se me hacen a la hora de explicar lo que, en mi opinión, por supuesto que fue planificado.

Para entender mi opinión, debemos releer algunos titulares que nos pueden ayudar a comprender nuestras primaveras: “La explosión social fue la voz de los jóvenes por sus frustraciones”, reza uno. “Son los grandes protagonistas” o “Más de un millón de ellos está desempleado”, explican otros.

“Nadie me ha dado una oportunidad; estoy enojado por cómo funciona todo el sistema”, explica un muchacho en las calles a un periodista, mientras que un investigador declara que “muchos (jóvenes) sienten que sus sueños han sido aplastados” y otro más formula que se trata de: “Los jóvenes y desposeídos (..) ignorados por los hacedores de políticas”.

De hecho, en buena parte de las notas, el propio redactor o el investigador aparecen adjetivando las noticias y plasmando sus propias frustraciones mientras que los medios de comunicación dejan de ser intermediarios de noticias para convertirse en justificadores inconscientes de la protesta, endilgándoles el sonoro titulo de “revoluciones”.

Solo que estos titulares y explicaciones, no son de Chile aunque parezcan, son de Londres en 2011.

Veamos. Toda sociedad por evolucionada y justa que parezca se encuentra en una ebullición permanentemente controlada. Las frustraciones personales del desempleado, del que tiene un mal trabajo o el sueldo no le alcanza, al que no pudo ascender, al que no puede acceder a las oportunidades de estudio, las aspiraciones insatisfechas, las malas decisiones y los fracasos personales, en fin los infortunios de cada quien, se van haciendo manifiestos en todo cuerpo social y en especial en los jóvenes.

Hay que añadir a esto la irresponsabilidad política y mediática del populismo de ambos extremos, un ejercicio constante de quienes explotan el resentimiento como modelo electoral y de los que dividen permanentemente al cuerpo social, sembrando la idea de que unos tienen más que otros, infiriendo que a unos los han robado, así como la explotación electoral de fenómenos basados en la discriminación dentro de ese cuerpo social, es decir el impacto en cada quien de los problemas laborales, raciales o étnicos, sexuales o incluso el odio al inmigrante, que termina incorporándose al criterio común de que hay un responsable de los problemas.

Y esa irresponsabilidad política, continua, metódica durante años, principalmente de sectores que no cuentan con el voto mayoritario, termina simplificando al responsable de que dichas aspiraciones fueron aplastadas, haciendo por ejemplo que la Unión Europea tenga en parte la culpa del verano londinense y el Brexit sea una solución, que España tenga la culpa de que el joven barcelonés no encuentre buen trabajo y la solución sea la independencia o en casos aun más personalistas contra la educación privada, los empresarios, o los inmigrantes como responsables de las desdichas laborales.

Son estas razones y algunas otras, por la que una explosión social puede ocurrir en Nueva York o en Los Ángeles en 1992, tanto como hoy en Barcelona, Hong Kong o Chile, y que después de arrasar con todo, ese mismo joven que saltó a las calles continúe con sus sueños y aspiraciones arrasadas, o quizás y más probable, empeorará su situación. Pero las explosiones descontroladas con características de “revolución”, es decir, las que llevaron a los cambios políticos en cada momento son otra cosa.

Si se investigan en el preciso momento, se pueden descartar absolutamente todas las actividades y paranoias conspirativas de un Fidel Castro dirigiendo el Caracazo, o al chavismo dirigiendo hoy los sucesos de Chile.

Pero si se investigan como la consecuencia, como parte de un proceso más largo, se encontrará en muchos casos la mano de una planificación y organización previa, como lo fue el caso de todos los “azos” latinoamericanos de los 80 y comienzos de los 90, esto es, las primaveras latinoamericanas, que hicieron ingobernables a los países y trajeron a los populistas y neocomunistas al poder. Y eso es lo que ocurre hoy en Santiago.

Es aquí precisamente donde los analistas solo toman las fotos del día y simplifican el asunto con el fenómeno de la “desigualdad” como lo que ocurre en Chile. Es decir, solo explican el momento en el que todo está descontrolado y evidentemente ven a los jóvenes quemándolo todo a su paso en actividades verdaderamente “espontáneas”.

Pero si lo que ocurre en Chile se ve como parte de un proceso, como una semilla que lleva mucho tiempo germinando, el análisis termina siendo completamente distinto.

Es imposible analizar los destrozos de hoy, sin los conatos que comenzaron a organizarse en 2006 y explotaron entre 2011 y 2013, con la ayuda y asistencia económica de Hugo Chávez, no sólo con los petrodólares sino sustentando teóricos y teorías políticas, organizando estructuras parapolíticas y desarrollando un modelo hemisférico del que incluso hoy se conoce muy poco.

Es imposible desconectar la quema del Metro, sin tomar en cuenta las acciones de los comunistas procastristas y chavistas en 2011 y 2016. Sin tomar en cuenta cómo fueron formados y patrocinadas las figuras actuales de organizaciones juveniles quienes nacieron en democracia y no vivieron el pasado dictatorial. En la infiltración progresiva de los cuerpos del orden publico, en los “movimientos sociales” y de estudiantes por parte de la ortodoxia comunista y sí, literalmente sus hijos.

Es imposible entender lo que ocurre hoy en Chile, sin saber que las cabezas y figuras relevantes del liderazgo estudiantil son socialistas, del partido comunista, e incluso casados con comunistas cubanos y que las formas de organización desde la revolución de los pingüinos es prácticamente la misma que la empleada en muchos de los procesos emprendidos por los comunistas latinoamericanos desde los 80 y no pocas de sus organizaciones han sido financiados por los petrodólares y englobados en los foros comunistas latinoamericanos para integrar movimientos comunes, que no en pocos casos involucraron a los extremos de derecha.

Tampoco es posible separar tales sucesos sin leer el “manual” empleado en Caracas en 1989 o en Chile 2019 pues es el mismo que reconoció Cristina Kirchner: un “manual de instrucciones políticas para saqueos, violencia y desestabilización de gobiernos que tiene su historia y yo quiero ser absolutamente sincera”. Y lo fue porque ellos lo utilizaron en América Latina para demoler al statu quo y con el que destruyeron a las democracias imperfectas y llevaron al poder a los “progresistas” y “populistas.

Porque ese “manual de operaciones políticas” (Kirchner dixit) de quienes “al no poder conciliar con los votos, tienen este tipo de actitudes” apelando a la “articulación de sectores de extrema pobreza con sectores políticos y sindicales” para atacar objetivos específicos como el transporte o los supermercados en 2001, ayudó a causar el sisma que hizo a Argentina ingobernable.

Ese era y es el objetivo político principal del manual, pues no busca incendiar el Palacio de la Moneda, sino erosionar las bases que sostienen a los gobernantes en el Palacio, que es distinto y más dañino.

En Caracas el detonante fue una señora en un transporte, que terminó con todos los autobuses quemados, pero como Kirchner y su manual, 30 años más tarde confesarían que fue un movimiento planificado al detalle, exagerado por programas de radio que también confesaron que colaboraron y fueron altas figuras del chavismo, en el medio de una huelga de los agentes de orden publico, cuyos propiciadores estaban en el movimiento conspirativo.

Pasan a la Historia como “revoluciones espontáneas” porque a lo que llaman en el manual “la vanguardia revolucionaria” y la “dirección táctica” siempre se les sale de las manos a sus planificadores, cuando las calles ardieron sin la policía -en huelga-, con el sector militar de orden público acuartelado e infiltrado porque sus líderes estaban implicados en un golpe de estado y los medios de comunicación ampliando los saqueos que ahora eran dirigidos y organizados por sectores de la policía.

El mismo manual que el aplicado en Argentina, con una policía que hizo 30 huelgas el año en el que todo ardió y que obligó a usar al ejército.

Por eso el Caracazo y hoy el Chilenazo o Santiagazo son todo menos espontáneos. Y así todo luce que Chile es la nueva nación a la que lograron quebrarle la espina dorsal.

Primero redujeron a Michelle Bachelet a su mínima expresión, porque ella creía –como Carlos Andrés Pérez en Venezuela- que encarnaba los ideales de la vieja izquierda y se equivocó dramáticamente porque ella era la disidente fácil de vencer. Bachelet dejó entrar a los enemigos ancestrales pensando que cortejándolos podría controlarlos y la aniquilaron.

El resto fue fácil porque quedaban los demócratas liberales de varios partidos desnudos que hoy se suicidan, como lo hicieran los de Venezuela y Piñera coloca el epitafio de un modelo cuando exclama: “No supimos entender el clamor por una sociedad más justa”, siendo quizás Chile la muestra de una de las sociedades más justas –dentro de su imperfección- en el hemisferio.

Lo que nos lleva a Venezuela, ¿por qué después de que saltaran millones a las calles en 2017, con más de 150 muertos y 3.000 heridos durante más de cuatro meses, no se logró lo de Bolivia? Básicamente porque la oposición en toda su corta existencia, basó sus estrategias en la ilusión de que la “espontaneidad” por si sola lograba sus fines.

En otras palabras, fueron formados en la creencia de que el Caracazo fue espontáneo y sus ideales creen más firmes aún que los estudiantes serbios, con una mínima planificación realmente acabaron con la dictadura de Milosevic, como lo vieron en los documentales.

Por lo tanto, no solo su visión de confrontación es errada porque únicamente contempla uno de los cuatro elementos necesarios, sino que han permanecido de espaldas a los fundamentos generales de la ciudadanía y en especial, de los cuerpos armados que han terminado cohesionados en contra de la propia oposición.

A esto habría que añadir que los partidos políticos están destruidos y debilitados estructuralmente, pues carecen de militancia que les permita siquiera establecer una guía programática de movilización mientras que el escaso liderazgo que no está en el exterior, detenido o en embajadas, apenas depende de twitter para generar algunas políticas.

Las acciones y coordinaciones son básicamente muy pobres, no han podido romper el cerco mediático que impide que el mensaje llegue. Pero adicionalmente hay poco contenido programático, ni una línea de propuestas que permita trascender al simple cambio.

De esa manera, mientras la poca población acude y se manifiesta en las calles, el resto ve en todos los canales de televisión un mundo irreal, lleno de programas de comedia, concursos y las noticias que pasan son, como si Venezuela fuera otro país.

A esto se le unen dos enemigos más poderosos que el régimen. El primero fue haber apostado insensatamente por una quimera, una invasión como una solución mágica que no existía y que debilitó durante seis meses la posible estructuración de un verdadero programa político y fijó en el venezolano la teoría de que otros arreglarían sus problemas.

El otro enemigo es que tras años de éxodo masivo, ahora contemplan su futuro fuera de Venezuela y lógicamente toman menos riesgos, por no decir ninguno.

Lógicamente la oposición, que desapareció durante los últimos seis meses quiere ahora retomar algunas acciones, aprovechando las nuevas primaveras y esperando que no termine todo en el invierno, que parece avecinarse.


Thays Peñalver es abogada y periodista, autora de La conspiración de los 12 golpes.

Publicado en El Independiente el 24 de noviembre de 2019

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