Luis Alberto Buttó: Adviento

Luis Alberto Buttó: Adviento

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

Más allá de los sobresaltos y afanes propios de la cotidianidad, los días de adviento deben ser propicios para que el espíritu y esencia de esta práctica cristiana inunde el pensamiento, se internalice en los corazones, y se constituya en norma que guíe la conducta humana con la precisión requerida para que sea eficazmente sanadora y creadora la acción desarrollada en el contexto de la relación establecida entre cada uno y la otredad que le rodea; vale decir, para que el entendimiento se abra a la cabal comprensión del significado intrínseco del mágico y poderoso concepto “nos-otros”.  

No hay que esforzarse mucho en buscar para encontrar; sólo basta mirar alrededor. Trascendiendo los linderos personales, pero potenciando al máximo el aprendizaje que en esos espacios se obtiene, hallaremos la cruda realidad de hermanos que esperan, de hermanos que necesitan, de hermanos que claman, aunque no siempre el reclamo de ayuda salga a tiempo y, a veces, ni siquiera se pronuncie, porque las circunstancias nacidas del reinado de lo malévolo despliegan el manto del silencio que acalla la demanda de justicia. Valga el permanente recordatorio: hay semejantes que sufren encerrados en mazmorras y sus cebados captores hacen lo indecible para impedir que se denuncie el maltrato que reciben. No levantar la voz para acusarlos es cohonestar la patología que anima a los carceleros. Que quede claro: los que tras rejas padecen no son muchos, son demasiados. Un solo hombre encerrado por su pensamiento ya es todo el exceso posible.

Cada paso dado en función de la ayuda al otro debe ser solidario en la verdad y no en el discurso. Hay leyes de la vida inexcusables de ser desestimadas; verbigracia, aquella que recuerda que la mano que recibe siempre está por debajo de la mano que da. Es inadmisible que tal desproporción se recuerde de cualquier forma posible. Ya hay derrota en el hecho de que el hombre se vea obligado a pedir y tal revés no debe reafirmarse por aquel que se activó para prestar auxilio. De una vez por todas, debería entenderse lo irrespetuoso y jactancioso que es, incluso, recordar que estuvimos al alcance cuando se nos necesitó. Hay obligación inexcusable en arrimar el hombro y tender la mano cuando se es realmente humano, pero al hacerlo no cabe, por miserable, la espera del reconocimiento ni del agradecimiento que nos hace sentir que somos bondadosos. La bondad no es intercambio, es convicción acendrada en aquel que entiende que la soledad no es óbice para el acompañamiento. No se trata de karma, se trata de compromiso. El amor filia, el amor ágape, se validan por sí mismos; no requieren contraprestación. Ellos son la mejor oración.





La creencia que no ofende, la creencia que no excluye, la creencia que no maltrata en aras de alcanzar objetivos supuestamente superiores, es la única que enaltece porque es la única que respeta. Así es en lo individual, como lo es también en lo religioso y mucho más en lo político. En el terreno fertilizado por el respeto crece el árbol de la tolerancia y el fruto de ésta es la paz. Pero, ¡ojo!, que nadie se llame a engaño: la paz no siempre es dulce y hay que tener valor para cultivarla. Empero, el esfuerzo desplegado para cosecharla bien vale la pena, pues redunda en el crecimiento y la estabilidad de la sociedad. Con paz podemos soñar, con paz podemos esperar. El leitmotiv de los intolerantes es acorralar la paz. Ellos son la negación de la esperanza, ellos son el mal que recuerda que no puede ni debe haber descanso para la acción del bien. Superar su predominio es tarea inquebrantable. Que los intolerantes sientan la vergüenza y el oprobio de saberse la mácula de la auténtica condiciona humana.     

La fe deja de ser irracional cuando se traduce en fidelidad a lo que nos mejora por hacernos dignos. Que el adviento nos prepare para saber andar en el camino correcto. 

@luisbutto3