Luis Alberto Buttó: Mensaje navideño

Luis Alberto Buttó: Mensaje navideño

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

La sociedad venezolana es fundamental cristiana. Así las cosas, es mayoritaria la porción de nuestra población que en estas horas se prepara para conmemorar la navidad como magna fiesta religiosa que es de la civilización occidental. Pero, más allá de la forma y variantes con las que cada quien haya decidido y/o pueda desarrollar la celebración correspondiente, cabe preguntarse si del significado intrínseco de estas fiestas se desprenden mandatos particulares perentorios de ser honrados para estar en auténtica sintonía, no sólo en estos días, sino permanentemente, con el espíritu que la esperanza simbólicamente nacida en Galilea establece. Creo que, necesariamente, la respuesta ha de ser positiva y por eso me atrevo, sin ánimo alguno de pontificar, a proponer dos de esos mandatos.

Primer mandato: comprender y asumir nuestra maravillosa pequeñez en el universo. Practicar la humildad bien entendida lo llaman algunos; mantener cable a tierra lo definiría mejor. La arrogancia, la soberbia, la prepotencia, la petulancia, están de más en el comportamiento humano; en verdad, estorban y mucho porque desmadran la convivencia. Aunque tantos y tantos no lleguen a descifrarlo jamás, invariablemente el pronombre nosotros es superior y más gratificante que el pronombre yo. Cada ser humano necesita el respaldo brindado por sus congéneres y debe ser, así mismo, soporte sólido para sus semejantes. Contradictoriamente, los límites de la individualidad son tan válidos como reducidos, razón por la cual tienden a agotarse con suma facilidad; la única manera de potenciarlos es explorar y transitar los inagotables espacios de conceptos como equipo y hermandad. Ninguno de nosotros es el centro del universo y el universo no opera exclusivamente como creemos que opera o como queremos que opere. Hay que practicar el silencio para escuchar con atención. El otro está allí, al alcance de la mano extendida; sólo basta buscarlo o acudir a su llamado y eso no cuesta nada. A fin de cuentas, el pago se obtendrá cuando nuestro hombro se estreche con el hombro del hermano. El asunto no está en hacerlo desde nuestra perspectiva sino en comprometerse a dejar las ideas preconcebidas para comprender la visión del que nos habla.





Segundo mandato: no olvidar al que sufre. Siempre es imprescindible ser la voz de aquel al que se le impide hablar o no tiene fuerzas o medios suficientes para hacerlo. A nuestro alrededor, muchos lloran su dolor y claman desde su desesperanza. Es imperdonable que no hagamos lo que esté a nuestro alcance para evitar que esas voces se pierdan en el vacío de oídos sordos atrincherados en circunstancias particulares. El tiempo para dar respuesta a la convocatoria de auxilio es hoy, no mañana. Cada día signado por el sufrimiento y la carencia es un día perdido para el cabal disfrute de la existencia. La lejanía, la ausencia, el hambre, la enfermedad, la soledad, están también presentes al lado del oropel, de la plenitud, de la música y de la mesa con abundancia o dignamente servida. ¿Qué hacemos para cambiar las cosas? ¿Qué hacemos para aliviar el desconsuelo de quien está hoy atrapado en una mala hora de su vida? La cursilería de ciertos mensajes abruma cuando no están respaldados por la acción decidida y consciente. Es más, asquean cuando quedan al desnudo por ceñirse a la hipocresía cotidiana. Lo advirtió el apóstol: …«el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto»… Está bien, no discuto, se vale ser ateo. Lo que es inadmisible es ser inhumano. Solidaridad es la palabra. Agradecer las buenas oportunidades que se nos presentaron en el camino pasa por trabajar para que quien no las ha tenido no pierda la esperanza de hallarlas.

¡Felices fiestas! Preservemos la llama que anuncia la buena nueva.

@luisbutto3