Gerson Revanales: El gobierno perdió la guerra económica

Gerson Revanales: El gobierno perdió la guerra económica

Muerto el bolívar fuerte viva el dólar, el régimen perdió la guerra económica, los bodegones, la desaparición del bolívar como signo de soberanía y la libre de circulación del dólar, confirman el fracaso del modelo económico antiimperialista.

Afortunadamente este año se va en pocos días, ha sido el más duro para chavistas y no chavistas; la crisis que atraviesa el país como era de esperarse llego con la dolarización de la calle. A Chávez se le advirtió, el secuestro de la autonomía del BCV tendría graves consecuencias; desconocer la meritocracia en PDVSA, llevaría a una muerte lenta de la industria; enfilársela al sector privado conduciría a un empobrecimiento del aparato productivo; asi como apropiarse del famoso milloncito fue un robo descarado a los venezolanos.

La crisis actual es peor que la inmigración a Oriente tras la derrota de la batalla de La Puerta en 1814, hoy el venezolano no huye del sanguinario Boves, sino de la falta de oportunidades, de la violación de sus derechos como ciudadanos; de las nefastas políticas económicas o de la inseguridad. La crisis social, político, económico ha devenido de lo interno a lo internacional transformándose en una crisis con implicaciones a escala global –por el papel de múltiples actores de lado y lado EE.UU; Grupo de Lima; U.E Rusia y China, velando cada uno por sus intereses geopolíticos. Los gobiernos de Chávez y Maduro desde mediados de la pasada década han jugado un papel protagónico contra los EEUU, utilizando el petróleo para construir un amplio frente “antiimperialista” de alcance regional con puentes con Turquía, Rusia y China.





En este contexto, la crisis en Venezuela se produce en una región profundamente fragmentada, marcada por una heterogeneidad con profundas divisiones, ello explica la falta de una respuesta unánime y coordinada más allá de la actuación del Grupo de Lima en los últimos años. El deterioro de la situación ha devenido en una amenaza tridimensional (social, económica y humanitaria). A partir del drama social que conlleva la emigración masiva, esta se ha convertido en una amenaza regional. La hiperinflación, el desabastecimiento de alimentos y medicamentos y la crisis institucional han empujado a millones de venezolanos a huir. La diáspora de venezolanos se sitúa entre los cuatro demandantes de asilo, después de Siria, Irak y Afganistán. Esto ha supuesto un complejo y desconocido desafío para los países sudamericanos, destino de la mayor parte de los emigrantes que no pueden ir a EEUU o Europa. El flujo más importante se concentra en Colombia y desde allí se esparce por toda la región. De este modo, la llegada masiva de emigrantes presiona a estas débiles economías, caracterizadas por unas inadecuadas infraestructuras sanitarias, educativas, de alojamiento y de transportes. Por eso, no es de extrañar el surgimiento de brotes de xenofobia anti venezolana en algunos países de la región.

El futuro de Venezuela se puede decidir en las calles o por las instituciones, ya que la presión internacional es determinante pero no decisiva, en particular en el caso de los países que apoyan la vuelta de la democracia a Venezuela, mientras que los países cercanos a Maduro buscan disminuir la sensación de aislamiento internacional que sufre el régimen. Lo que sí está claro, es que los actores internacionales no son decisivos porque su capacidad de incidir en la realidad venezolana es limitada.
EEUU ha coqueteado con la posibilidad de intervenir militarmente, aunque todo indica que es más una estrategia para incrementar la presión, que una iniciativa que se contemple seriamente. Una intervención militar se presenta compleja, desgastante y poco conveniente desde un punto de vista económico. Mucho más efectivas –y menos costosa económica y humanamente– son las sanciones promovidas por Trump. Cuanto EEUU más apriete, menor será el margen de acción del régimen obligándole a buscar una salida negociada. El régimen tiene la última palabra.