Universidades de todo Estados Unidos están usando los celulares de sus estudiantes, a través de las posibilidades que ofrece Bluetooth y las redes wifi, para monitorear el rendimiento académico de los alumnos, analizar su conducta o evaluar su salud mental, una práctica que ha generado debate sobre los límites de la tecnología y la privacidad.
Para el profesor Jeff Rubin, quien imparte Introducción a las Tecnologías de la Información en la Universidad de Syracuse (Nueva York), el uso de la aplicación SpotterEDU ha sido muy positivo: su clase de 340 alumnos nunca ha tenido tan alto nivel de asistencia. La sala de conferencias de Rubin tiene siete pequeñas balizas ocultas, que se conectan con una aplicación en los teléfonos inteligentes de los alumnos para rastrear su asistencia.
Con esa tecnología, quienes asisten sistemáticamente ven incrementar sus “puntos de asistencia”, a la vez que puede reducir la calificación de los ausentes. El mecanismo también alerta al profesor de las ausencias y las llegadas tarde, luego de lo cual puede contactar a los estudiantes para preguntarles dónde han estado.
“Quieren esos puntos”, dice Rubin al diario The Washington Post. “Saben que estoy vigilando y actuando en consecuencia. Así que cambian de conducta”.
Las autoridades escolares entregan a SpotterEDU los horarios completos de los alumnos. La aplicación registra un cronograma de la presencia de los estudiantes y los profesores pueden ver incluso si se fueron temprano o salieron a tomar un descanso.
La aplicación fue creada en 2015 por Rick Carter, ex entrenador de baloncesto universitario, como una forma de vigilar a los estudiantes atletas: muchas escuelas ya pagaban “chequeos de clase” para asegurarse de que seguían siendo elegibles para jugar.
SpotterEDU usa balizas Bluetooth de aproximadamente del tamaño de una baraja, que se ocultan en paredes y techos de las aulas. Carter dijo que cuanto menos visible era más efectiva y se negó a que The Washington Post las fotografiara.
SpotterEDU trabaja con casi 40 escuelas, indicó, incluidas universidades como Auburn (Alabama), Florida Central, Columbia (Nueva York), Indiana y Missouri, así como varias universidades más pequeñas y una escuela secundaria pública. En 2019 registró más de 1,5 millones de datos de estudiantes en todo el país, incluidos seminarios de posgrado y servicios de capilla.
Rastrear más que la asistencia
19 universidades estatales, colegios privados y otras escuelas usan la aplicación Start-up Degree Analytics, con sede en Austin, que mediante wifi rastrea los movimientos de aproximadamente 200,000 estudiantes para analizar su comportamiento.
Un algoritmo divide el alumnado en grupos, por ejemplo, “primer año a tiempo completo” y compara a cada alumno con el comportamiento “normal”, según lo definido por el promedio de sus compañeros. También genera un “puntaje de riesgo” para los estudiantes basado en factores como la cantidad de tiempo que pasaron en centros comunitarios o en el gimnasio.
La compañía luego alerta a los funcionarios escolares en caso de anomalías, si es que desean intervenir en el mundo real. Durante una cumbre tecnológica en abril en Silicon Valley, su creador, el experto en datos Aaron Benz, explicó que de ese modo se detectó el caso de “Sasha”, una estudiante que por su patrón de comportamiento parecía sufrir de depresión. Las autoridades escolares intervinieron para ayudarla, dijo.
Controversia
Aunque algunos estudiantes consultados por el Post dijeron que no les importaba el uso de tecnología de rastreo, otros sí expresaron preocupaciones. Un atleta de primer año en la Universidad de Temple que pidió hablar de forma anónima reveló que la aplicación SpotterEDU se ha convertido en una pesadilla, marcándolo ausente cuando está sentado en clase y tarde cuando llega a tiempo. Contó cómo había tenido que convencer a las autoridades escolares de que había un error pues creyeron más en la aplicación que en él.
“Podemos enfrentar repercusiones con nuestros entrenadores y asesores académicos si no mostramos una asistencia del 100 por ciento”, dijo. Pero “me distrae del aprendizaje porque literalmente me estoy volviendo loco, tocando todo para tratar de que funcione”.
Jacie Dannhardt, una estudiante de Virginia Commonwealth University (VCU) que optó por no participar en Degree Analytics, dijo que estaba furiosa porque la universidad había lanzado a los estudiantes de primer año a un programa de seguimiento del que ninguno de ellos había oído hablar. “Todos somos adultos. Tenga un respeto básico por nuestra privacidad”, dijo. “Ya no necesitamos pases para salir al pasillo”.
Expertos en privacidad comparten esa preocupación
Chris Gilliard, profesor de Macomb Community College en Michigan, quien testificó ante el Congreso el mes pasado sobre privacidad y derechos digitales, consideró que los sistemas aíslan a los estudiantes que no poseen teléfonos inteligentes, son coercitivos para los estudiantes que sí lo los tienen e innecesarios para los profesores. “Estás obligando a los estudiantes a una posición”, expuso: “Ser rastreado o quedar fuera”.
Joanna Grama, consultora de seguridad de la información y especialista en educación superior que ha asesorado al Departamento de Seguridad Nacional en privacidad de datos, cuestionó cómo el monitoreo o rastreo digital pueden afectar la vida diaria de los estudiantes.
“¿En qué momento empezamos a paralizar a toda una generación de adultos, seres humanos, que han sido rastreados y les han dicho qué hacer todo el tiempo que no saben cómo valerse por sí mismos?”, se preguntó. “¿Eso es cruel? ¿O es generoso?”