Tras los años de la presidencia, Rafael Caldera se mantendrá activo en la lucha. Es elegido para presidir la Unión Interparlamentaria Mundial (1979-1982) y ello lo lleva a visitar buena parte del mundo. Si a los veinte años participaba en la elaboración de la Ley del Trabajo, a los setenta, luchará para que se apruebe la reforma de esa ley y tener así una Ley Orgánica del Trabajo mejor adaptada a los tiempos. Presidirá la comisión bicameral para la reforma de la Constitución de 1961, proyecto lamentablemente preterido por la ceguera del momento político.

No en vano pudo escribir en su último mensaje:

Al término de una extensa parábola vital puedo decir que he sido un luchador. Desde mi primera juventud, cuando Venezuela salía de la larga dictadura de Juan Vicente Gómez, hasta comienzos del siglo XXI, mi meta ha sido la lucha por la justicia social y la libertad.

Dos veces me tocó servir al país como Presidente constitucional y las dos fue mi primer empeño el que en mis manos no se perdiera la República. El pasado autocrático del país, su propensión militarista, los extremismos de la izquierda y las desigualdades sociales heredadas conspiraban contra el fortalecimiento de la vida democrática iniciada en 1958.

Los líderes civiles luchamos durante largos años por construir en Venezuela una República democrática. Un país donde la presencia activa del pueblo en la decisión de los asuntos públicos se viera asegurada por la elevación de las condiciones de vida, el respeto a los derechos y la educación de los ciudadanos. Un país donde la firmeza de las instituciones acrecentara la separación de los poderes públicos y el imperio de la Constitución y las leyes”.

“Procuré -dijo en su Despedida- tener el corazón cerca del pueblo y me acompañó siempre el afecto de mucha gente. He tenido adversarios políticos; ninguno ha sido para mí un enemigo. Quiero que Venezuela pueda vivir en libertad, con una democracia verdadera donde se respeten los Derechos Humanos, donde la justicia social sea camino de progreso. Sobre todo, donde podamos vivir en paz, sin antagonismos que rompan la concordia entre hermanos”.

Casi por cumplir noventa y cuatro años, el veinticuatro de diciembre de 2009 se extinguía este venezolano insigne, de quien el maestro Blas Bruni Celli(3) pudo decir que era “uno de los hombres más preclaros de la Venezuela de todos los tiempos”. Rafael Caldera (San Felipe 1916 – Caracas 2009).

La historia no interesa a quienes han dejado ya este mundo. La necesitamos nosotros para entender la situación actual. La necesitamos para edificar el futuro, porque en la historia se nos muestra el ser del hombre, sus posibilidades. No se puede comprender el siglo veinte en nuestro país, desde 1936 a 1999, sin considerar la trayectoria -la vida y el mensaje- de Rafael Caldera. No se podrá construir la Venezuela del siglo veintiuno en democracia, libertad y justicia sin recoger su legado.