Hay más. No me refiero a la economía, que ha crecido entre 2 y 3 por ciento según el año (razonable para Estados Unidos), al pleno empleo, a la sobreexcitada Bolsa (la clase media posee acciones) o a que las formas chulescas para dirimir asuntos comerciales con México, Alemania y China, o presupuestarios con la OTAN, le han dado réditos porque no hay país que no acabe plegándose parcialmente a sus exigencias (incluida China). No, me refiero a que Trump encarna el zeitgeist populista al extremo que un Partido Republicano que le hacía ascos ahora le tiene fervor. Mantiene entre 85 y 90 por ciento de apoyo entre los republicanos, incluyendo el decisivo Medio Oeste y la importante Florida; la organización que alguna vez fue de Nelson Rockefeller, Reagan o la dinastía Bush hoy es una prótesis de Trump. En un país donde votan los más motivados, la base del partido cuenta mucho.
Trump mantiene un 40 por ciento del voto independiente porque el votante blanco de pocos recursos y escasa educación, antiguo bastión demócrata junto a los afroamericanos y los hispanos, sigue más apegado al antielitismo nacionalista del mandatario que al discurso socialista de varios precandidatos demócratas o al lenguaje moderado de gentes como Joe Biden, al que perjudica su pedigrí de político tradicional, o Pete Buttigieg, al que asocian con la consultoría internacional. Sólo Bernie Sanders, populista de izquierda, podría disputarle a Trump el voto blanco de los de abajo, pero el partido rival se alejaría del centro. Y, aunque no lo crean, en los sondeos Trump no aparece como un «extremista», sino situado a mitad de camino entre el americano «promedio» (nunca he entendido lo de «promedio») y el conservador extremista (que íntimamente no es).
Trump tiene menos de la mitad del voto popular, pero le basta un 48 por ciento, debido al sistema electoral indirecto, para ganar. Los demócratas necesitan superarlo por 3 puntos porcentuales y aún no están allí.
Publicado en ABC (España) el 2 de febrero de 2020