El 2019 cerró con broche de platino para Juan Luis Landaeta

El 2019 cerró con broche de platino para Juan Luis Landaeta

Foto cortesía

 

Juan es un creador. Eso. Lo de él es crear. Sí, sí. También es abogado. Pero dejemos eso a un lado y vayamos al otro extremo: poeta, autor de Litoral Central (2015) y La conocida herencia de la forma (2016), músico, artista plástico… explorador de palabras, imágenes, ideas. Sí, pienso en Juan Luis como una suerte de Indiana Jones que está buscando tesoros dentro de sí mismo. Cofres ocultos, a los que no es fácil acceder y luego debes romper un candado oxidado a punta de martillazos y cuando cede y abre, mostrará… arte. Nada más importante para alguien que tiene la necesidad de generar códigos y plasmar sensaciones/sentimientos/emociones en papel, lienzos o donde lo atrape el día o la noche, el saber que los tesoros están ahí… y son posibles de encontrar.

2019 cerró con broche de platino para Juan Luis debe, con una exitosa exposición, titulada “Unwritten”, en Washington. Y esta es la parte donde podría extenderme y escribir sobre el progreso de Juan Luis, su potencial y las típicas cosas que un periodista aplica para llenar espacio. No lo haré. Prefiero que este diálogo fluya sin que sobren mis palabras sino que sea lleno por las del artista entrevistado.





-Da la impresión de que existe un diálogo, una narrativa/comunicación orgánica entre las obras de tus tres exposiciones. De ser así, ¿qué hay más allá de las líneas?

-Sí, bueno, sabes que, vistas las cosas en retrospectiva, es más sencillo hallarles un sentido o si no, atribuírselo. Lo que quiero decir, es que, en este caso, si veo las tres exposiciones en su conjunto, noto cosas que hace dos meses o medio año no podía ver aún. Hay un espacio largo de percepción y revisión de esas imágenes.

Hace poco hicimos un ejercicio con un amigo diseñador, de ver las panorámicas de los tres shows, “Jardín Desierto”, “La identidad de la línea” y “Unwritten”. Vistas juntas, parecen tres párrafos de una página escrita. Me encantó ver eso así.

Te comento lo del espacio, porque la mirada va cambiando. Así como el criterio se enriquece y uno empieza a escuchar y leer lo que le dicen (o, de hecho, lee) de una manera distinta con el paso del tiempo, lo mismo ocurre con las obras, especialmente para su autor.

Yo no tengo esa obsesión por romper con lo que hecho o con quien he sido. Me parece que esa necesidad de “novedad” en la obra es un poco necia, bastante hija de los tiempos que corren… ¿Sabes? Este frenesí como por hacer scroll y que algo te entretenga, una y otra vez, no por su autenticidad sino por su (siempre supuesta) novedad.
El artista tiene que ser nuevo, pero para sí mismo, y eso nuevo que consigue son pasillos que lo acercan a su identidad y la identidad de su obra. No se trata de una originalidad universal, que yo creo que no existe.

Las cosas más vanguardistas son las más antiguas. Cualquier obra se puede descomponer en elementos que la hacen terminar en Tintoretto, o algo así.

En ese sentido, yo más que buscar novedad, lo que he querido es hacer un terreno propicio para lo inesperado. Por ejemplo, cuando empezamos a organizar y escoger los dibujos de “Jardín desierto” para mí no había ningún interés en color, en trabajar con color o colores. Mi prioridad había sido, durante esos 10 años de dibujos y láminas, la abstracción geométrica. Dibujaba hojas o ramas que terminaban siendo alas de un pájaro o un pájaro como tal. También formas abstractas, pero con la premisa de cierto rigor geométrico, las líneas, la curva, el balance y la densidad.

Así me sentía cómodo y a eso obedecí. Luego un día, y creo que, porque tenía un libro con esos colores en la tapa, se me ocurrió o me provocó, incluir una figura genérica (un círculo) de color naranja, en acrílico. A partir de entonces, casi no podía concebir una obra que no fuera con esa técnica y con la paleta negra y naranja. Así como antes me fascinaba trabajando con tinta, ahora el relieve y la textura del acrílico me habían tomado.

Aquello era sobre cartulina y papel. Luego llegó la tela, el lienzo, el lienzo preparado y luego ya la tela cruda, preparada por mí mismo, que es en lo que trabajo hoy día y de momento.

A lo que voy, es que sí siento un diálogo de las tres exposiciones y no solo entre ellas, sino entre ellas, las obras y mis textos, mi proceso de escritura personal en todo este tiempo.

Uno tiene una parte inconsciente, de la que sale cierta potencia, pero luego adquiere por roce, algo de bagaje por el contacto con los materiales. En la literatura el material es el lenguaje, en la pintura, impera lo objetual, uno está en puja con maleabilidad de los instrumentos. Óleo, acrílicos, soportes, tintas, hay un dialogo inmanente en esa operación y ese diálogo se refleja en lo que la búsqueda va arrojando: obras, estudios, borradores.
Al final la obra es un registro de lo que se buscaba hacer, no un “finito” como tal.

-Tu proceso creativo pareciera ser más de apertura del grifo del flujo de consciencia… ¿puedes elaborar al respecto?
-Bueno, me resulta un poco difícil y hasta irresponsable describir con algo de rigor mi proceso creativo, pero intentaré atisbar algunos elementos que sean concisos.

Por ejemplo, yo estoy investigando mucho, constantemente. Como no tengo formación artística académica, tengo la libertad de ver algo y seguirlo, con mis herramientas. Vivo en una ciudad perfecta para hacer eso. Una va a una galería y una obra te lleva a otra obra y a otro artista y a una escuela de arte en Alemania o Bali. Así que estoy consumiendo constantemente influencias, pero, sobre todo, obras. Dejo que todo eso entre y, sobre todo, que sean cosas que disfruto. No puedo ocuparme en algo que no disfrute, me interese o me inquiete. Hace poco descubrí a Sarah Sze y me explotó la cabeza.

Para seguir, pues además de estar investigando y curioseando mucho, en donde pueda, buena parte de mi proceso creativo radica en la hechura misma. Yo soy un hijo de la repetición. Todo lo que hago lo hago por series. Mis libros son fruto de escribir por un tiempo determinado, con absoluta obsesión, decenas y decenas de borradores, de los que van restando ideas. Yo creo que las ideas o los conceptos tienen como un ciclo de vida. Uno las descubre, se excita, las goza, las absorbe, las complejiza, las cuestiona, las repele y finalmente las olvida o algo así.

Lo mismo me pasa con las obras. Trabajo muchísimo en ese sentido y siempre trabajo en series. Todo mi trabajo se resume en 5 o 6 series, hasta el momento. Las puedes ver y puedes ver como una serie ya contiene elementos firmes de la anterior: la manera de trabajar el fondo, la limpieza gestual o caligráfica, la incorporación de determinada paleta…

Ahora bien, lo que no hago pintando es pensar. Eso lo hago después. Después analizo, me rio o me molesto. Pero esto es como si estuvieras entrenando todo el rato para una carrera. En la carrera no piensas en tus músculos, piensas solo en moverte o respirar.

Mi maestro Jacobo Borges me dijo algo muy hermoso en una ocasión. El adora la literatura japonesa y budista. Me dio un ejemplo de eso que te acabo de decir, comentándome que un samurai, peleando, no puede pensar donde moverá el sable. En el momento que se detiene a hacerlo, ya su oponente la clavó una punzada. Es así tal cual.

Eso no quiere decir, que se trate de una fiesta improvisada. Tiene que ver más con una técnica, con vaciar la mente del “supuesto lógico” de lo que se “debe” hacer y cómo. Como uno recibió una educación artística menor o al menos estrictamente escolar en la infancia y el bachillerato, hay cosas que se tienen presentes y que sinceramente, hay que luchar por mandar bastante al carajo.

La página recta, el color dentro de la línea, la pulcritud, el recorte. Largo etcétera. Yo me asomo al lienzo a ver quién soy. Es un reflejo difícil, se trata de una conquista, porque el lienzo es una tela, no un espejo. Pero yo sé que, si voy descalzo y dejo de pensar, me voy a ver, o me puedo ver.

– La búsqueda de un artista jamás se detiene. No hay una “llegada”… ¿dónde estás transitando actualmente?
-Bueno, ahorita estoy pensando mucho en dos o tres cosas. Una de ellas tiene que ver con los materiales que uso, todos ellos: los del fondo, los de la superficie, los de las figuras sólidas y en los que hago la obra. Sobre todo, porque estoy muy interesado en hacer obras de más y mayor formato, cosa que implica otras exigencias. No es lo mismo hacer el trazo de una línea, con su intensidad expresiva, de 10 centímetros a hacerla de 2 metros.

Por otro lado, estoy viendo las obras como piezas de un conjunto, buscando una manera de que las obras empiecen a interactuar entre ellas. Cada vez emergen solas mejores imágenes de los propios lienzos que los vinculan más y más.

El tercer elemento tiene que ver con lo que dije arriba. No estoy haciendo collages, pero estoy sustituyendo recursos. Por ejemplo, en vez de pintar una línea muy densa de tal espesor, ahora uso cinta. Cinta adhesiva. O restos de otras obras. Ojo, no es collage, tiene que ver con la generación de texturas y la relación entre formas identitarias y formas genéricas. Un punto pintado no es igual a un punto recortado.

– Si bien lo más difícil, considero, es encontrar un código/estilo personal, y creo que lo estás acariciando… y luego vienen la afinación y establecimiento del mismo: ¿Cómo afecta el dejarte llevar por lo que eres como artista plástico en. Tu visión de lo que eres como ser humano?

-No sé si uso las palabras correctas, pero yo siento que la pintura o la obra plástica me ofrece algo mucho menos civilizado que la literatura. La literatura tiene todo lo que sabemos, esplendido, potente, hermoso o maldito, pero sigue teniendo una contención que está sujeta al criterio, los editores, los antólogos y un largo etcétera.
Ríete con lo que te voy a decir, pero en la pintura puedes… pintar con las manos y llenarte la cara, el pecho por error o por acierto y sudar y que se caigan las canas sobre un lienzo que luego estará expuesto, juntando tus ácaros, tu sudor, tu talento y tu intuición.

Las obras plásticas son como manuscritos. Hay de todo allí. El aire del estudio de Picasso está en cualquier obra de Picasso. Ese tipo de cosas.

Entonces, esa relación entre dimensiones, es parte de mi convivencia con esas disciplinas. La hoja, la página escrita, impresa o virtual, es bidimensional. Los lienzos tienen relieve, textura, hay otra forma de la trama allí.

A mí lo que me interesa es el registro. Esta obsesión nuestra de generar historia, alterando superficies: páginas de papel, muros, laterales de una cueva, la propia piel con tatuajes…

Esta cosa hermosa que decía Borges, parafraseando, de que todos cuando vemos la luna, somos lo mismo: alguien viendo la luna. Los mismos de Egipto, Mesopotamia o Guasdualito.

De alguna forma, escribiendo o pintando, uno también es un tipo explorando la escritura cuneiforme, desarrollando un método de rasgar una piedra para que diga algo o le diga algo a alguien.

En cuanto a lo que me afecta, creo que el arte es una forma de metamorfosis o mejor, de alquimia. Digo alquimia porque todas las cosas son muy inestables. Todo en la tierra lo es. Entonces no se trata tan solo de transformar cosas, sino de transformarlas por un tiempo. Velásquez transformó esa tela y ese óleo y su genio en Las Meninas, pero en un par de siglos probablemente todo eso sea de nuevo tierra y barro o el sudario de un mesías.

– Compartes la creatividad como pintor, poeta, escritor, todos medios para que fluya algo, una necesidad, que en tu caso es…?

-Me encantaría poder precisarlo. Hoy por lo menos pienso que quien lo precisa, miente. Me asombra la eficiencia de esa gente que sabe exactamente para qué hace cada cosa, todavía más si está vinculada con las manifestaciones artísticas. Me hubiese encantado ser políglota.

Creo que no nos detenemos lo suficiente en lo maravilloso que es poder hablar, leer o comunicarse en cuatro, cinco idiomas. Tengo conocidos que lo hacen y no les parece tan extraordinario. A mí sí.

En ese sentido, creo mucho en que cada una de estas cosas que hago o me interesan, son como idiomas en los que puedo hablar, de lo que sea, porque la gente habla de lo que sea, uno no anda repartiendo epifanías todo el rato, eso es falso.

En música se tiende a asociar los tonos graves con colores oscuros, y los timbres agudos con más claros. De manera que se puede decir “amarillo” tocando una nota agudísima. En literatura se “escribe” amarillo y en la pintura, pues se echa un manchón y listo. En las tres ocasiones se dice lo mismo, remitido de otra forma.

Yo disfruto mucho aprender de todas estas disciplinas, sobre todo eso, verlas, cuestionarlas, verlas y verme desde afuera. Cuando estoy trabajando con un pincel me da hasta risa el júbilo que me puede causar estar utilizando esa herramienta tan vieja y tan moderna a la vez. Yo desde que escribo, lo hago a mano, así que siempre es igual. Es alguien dibujando letras o formas, lleven a donde lleven y digan lo que quieran decir.

– Crear, en este caso, mediante la pintura, reduce tus niveles de entropía (caos personal) o los incrementa al punto de seguir buscando un balance entre la paz interna y su opuesto?

-Es una pregunta muy buena. Hace poco le escuché decir a Neri Oxman un dicho que tenía tiempo sin escuchar: “el centro de la tormenta suele ser un sitio tranquilo, ¿no?”.

Yo sinceramente no creo que el arte, la pintura o la literatura me hagan mejor persona o un mejor individuo. Honestamente no creo en eso. Prefiero ser mil veces un muy buen amigo a un gran artista.

Yo no estoy buscando con el arte redención, ni perdón, ni confianza sobre mí mismo. Algo clave ahí tiene que ver con la filosofía budista, se trata más bien de desincorporar cosas. Expectativas, egos, vanidades, ambiciones. Lo que sea que haya ahí, en la manifestación artística, será mejor sin todas esas cosas.

Por eso me riño un poco con la idea entre moralista y bien pensante de que “el arte sana” o “el arte cura”, como si fuera siempre una cosa linda y lateral, una dulce taza de té para tus nervios. Nada que ver, o sea, revisemos la historia. Depravaciones, adicciones y largo etcétera. No digo que el arte sea nocivo o que siempre sea un bálsamo, lo que digo es que yo no pido ni quiero eso para mí.

Yo sé que a mucha gente la ha ayudado hacer y tener contacto con el arte, pero no es mi caso. Las cosas no me dejan de doler porque terminé un lienzo o un libro que me gusta.

Lo que sí pasa, es que el arte es mi manera de relacionarme, interactuar y descubrir el mundo. Un prisma, una manera excelsa de comunicarme con lo mío, la humanidad, nuestra diversidad, riqueza y miseria. En ese sentido, más que estabilizarme o algo por el estilo, es sencillamente mi forma de ser. Yo no me tracé ser como soy, soy así desde siempre.

En ese sentido, sí me frustraría no poder hacerlo, o que me lo impidieran o intentaran hacerlo. Siempre que me preguntan si me quedaría con la escritura, la pintura o cualquier otra cosa, repito lo mismo: si saco una, saco todas. No me considero un profesional de nada, me gusta explorar y nadie explora con límites. De hecho, el límite es lo radicalmente opuesto a la exploración.

Nota de prensa