Luis Alberto Buttó: Suplicio y redención

Luis Alberto Buttó: Suplicio y redención

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

Durante la semana que culmina hoy, la tradición cristiana recordó el suplicio y la redención del hombre que centró su mensaje en esta enseñanza por demás universal y trascendente: «les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros». Bien por aquel se acuerda de repetir la cita cuando la circunstancia viene al caso, en especial a la hora del ejercicio ritualista; no tan bien por aquel que a eso se limita en demostración de una creencia que, lamentablemente, poco se concreta más allá de los alcances de la individualidad estricta. El tema, como todos los temas, tiene más de una lectura, y, en este caso, seguramente una de ellas será más abarcadora, y sin duda más humana, al materializarse en cierta sentencia proferida por uno de los apóstoles con la evidente intencionalidad de escrutar la conciencia del que la entienda: «el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve».

Para muchos, mirar más allá de la pantalla del móvil cuesta un tanto. Las manitas de los memes en pose de oración son reconfortantes y dan a entender el compartir de un deseo, de una esperanza, de algún grado de fe que arropa en colectivo. Pero, también son inofensivas, en tanto y cuanto no se alejan un paso de la cursilería y/o la hipocresía que reviste la inacción. Tiempos de angustia a escala planetaria: maldita pandemia que toca sin clemencia ni favoritismos a puertas que deben mantenerse cerradas a cal y canto para aminorar la tragedia y evitar que se extienda. Lo ideal del asunto sería que la angustia por la propia sobrevivencia, tan natural como justificada, no se traduzca en olvidar la desesperación, la soledad, el sufrimiento de los otros, en especial de aquellos cuya noche es mucho más larga y aterradora.

Por ejemplo, hay un hermano fuera, lejos de casa, allende las fronteras. Un hermano que se ha quedado sin trabajo, sin posibilidad de pagar el arriendo, experimentando el desespero de no saber qué comerá hoy o mañana y preguntándose si será atendido en caso de que la enfermedad le trastoque la existencia. Un hermano que, adicionalmente, no tiene el consuelo de querencias cercanas para compartir el deseo de que estas horas aciagas tarde o temprano desaparezcan. Las interrogantes a responder pueden ser complejas o no, depende de quién se las haga ¿está activa la solidaridad temprana y eficaz para hacerle más llevadera la travesía? ¿Se trascendió el discurso de la preocupación y se encendió el tren de la ocupación? Este hermano puede ser eso, hermano, o puede ser otra cifra en la cuenta. Una u otra cosa no depende tan sólo de él, debería entenderse.





Igualmente, hay otro hermano cerca. Un hermano que vive al lado, o unas cuadras más allá en la avenida ahora con cotidianidad desdibujada o en los promontorios que retratan la pobreza. De nuevo las interrogantes: ¿manos extendidas aunque ahora éstas no pueden tocarse? ¿Carencias atendidas o movilización en aras de aminorarlas? Por supuesto, hay preguntas de mayor alcance, ésas que tienen que ver con la responsabilidad por poner algo más que un grano de arena en la tarea de cambiar el orden de cosas perverso que hace norma la vulnerabilidad y excepcional la saciedad; verbigracia: ¿se ha comprendido que hay un universo que late más allá de las listas de contactos y la relación familiar, un país que espera y padece? Hay zonas de confort, pero también hay zonas de compromiso. Salir de las primeras y avanzar a las segundas cuesta, tanto como siempre cuesta lo bueno. Hacer que la fe sea práctica ennoblece porque lo noble acerca a lo divino.      

¡Si el suplicio del hermano es grande que también sea grande su redención!

@luisbutto3