Juan Pablo García: La rosca del agua

 

 

En San José Cotiza vecinos sufren por el suministro del agua, imagen cortesía.

 





En Venezuela ha faltado, falta y, de seguir el régimen, faltará de todo. Lo del agua es viejo. Adiós a las grandes represas, a La Mariposa, a todo que se hizo para garantizar el vital líquido a la población. Y, más atrás todavía, quedó el agua limpia, potable, sana para beber, como también se hizo antes de este siglo, directamente del chorro. La gente ha tenido que inventárselas en medio de la crisis sanitaria con la que recibimos al coronavirus. Para lo más mínimo: consumo humano, lavado en lo posible de los enseres, porque la casa ni el apartamento se pueden asear debidamente, como la ropa misma, por falta de detergentes. ¡Esto pasa en la República petrolera y urbana!

Lo que corre por las calles del país, son las aguas negras. Por montones. Y también las aguas blancas que se despilfarra por culpa de a usurpación, mientras no hay en los hogares para – al menos – bañarse como Dios manda, porque si algo caracteriza al venezolano es que se ducha (o se duchaba) a diario. Las empresas hídricas del Estado están quebradas y los profesionales que alguna vez ostentaron con orgullo, hace largo rato que los sacaron. Veamos qué pasó con Hidrocapital (puedo hablar de todo el sistema en el oriente, pero vamos a quedarnos con la vitrina caraqueña). Se hizo famosa Jacqueline Farías, quien le dio la idea a Chávez de sanear ese enorme cauce de aguas negras, como es El Guaire. ¡Nada! Destruyeron a la propia empresa, se enriquecieron sus camarillas y hasta algunos pretenden ahora infiltrarse en la oposición, provenientes del negocio o del sucio negocio del agua. Sin embargo, está despuntando una doble realidad que indigna.

De un lado, lo sugirió en un Tweed, el periodista Manuel Malaver (https://twitter.com/MMalaverM/status/1262505562757103617): poco antes de llegar el primer lote de dos mil camiones cisternas que se compraron a China, se incendió el sistema de bombeo de Taguacita que cubre a Caracas. ¡Vaya casualidad! Aunque, desde hace mucho tiempo, hay una rosca oculta que controla el suministro de agua para la clase media que ya no puede pagar un cisterna y para los locales de procesamiento de agua que la ofertan por botellones que crecieron como hongos, encareciendo cada vez más sus servicios. Ahora, se habla de una especie de CLAP del agua que supone otra rosca más, mientras duren los camiones referidos. Y, del otro lado, huelga comentarlo, falta poco para la temporada de lluvias y no imaginamos las grandes cantidades de agua que se desperdiciarán, porque no hay ya infraestructura, y las poblaciones que tendrán que luchar contra las inundaciones. ¡Toda una paradoja!