Luis Alberto Buttó: Día del Padre

Luis Alberto Buttó: Día del Padre

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

En cualquier momento y espacio, cuando se quiere e intenta serlo de verdad y bien, nunca es fácil ser padre. Aquí el punto es que independientemente de la circunstancia biológica e, incluso, trascendiéndola, el camino de la paternidad no lo definen guiones de películas sentimentaloides, predecibles tips de esos que abundan en cadenas de redes sociales, copia y pega de insulsos manuales de autoayuda, o frasecitas que abundan en el repertorio del rentable negocio de aquel que en estos días de farándula se autoproclama coach de vida, sea lo que sea que eso signifique. El real trasfondo de la paternidad lo alimentan las complejidades del amor sincero; es decir, aquél que como sino rechaza toda comodidad posible. A partir de allí, todo lo relacionado puede entenderse. A partir de allí, la palabra papá adquiere los colores propios de la categoría honrosa que trae consigo. Es cuestión de saberlo y asumirlo. Así, obviamente por ello, al haber contado con el acompañamiento de un buen padre se aprende mucho de la metodología para serlo. Pero, también por ello, haber tenido un mal padre o un padre inexistente debería ser motivación fundamental para no terminar siéndolo.     

Lo dicho: nunca es fácil ser buen padre, pero hay épocas y territorios donde el asunto se torna aun más complicado. Si el hecho de vivir la paternidad va unido al sentimiento de imaginar y trabajar por el futuro de los hijos, cuando éste se pone en entredicho la angustia adquiere condición de áspera acompañante. Es así cuando las dificultades inherentes se incrementan de manera exponencial y las inescapables tristezas de la vida se multiplican por efecto de un orden social desgajado por la torpeza y la malevolencia. En este punto, las preocupaciones cotidianas son más agotadoras que de costumbre. Un ejemplo, entre tantos otros que podrían traerse a colación: ser padre de o en la diáspora. Aquí y allá, donde sea ese allá, no hay receta que haga digerible el trance. Hay padres que se van y hay padres que se quedan y eso jamás deja de ser doloroso. La separación es una sola, aunque los matices sean diferentes. Al final de cuentas, no hay distancias cortas ni tiempos llevaderos cuando los abrazos no pueden materializarse. En estos casos, como en todos, sólo el amor es refugio, sólo el amor es fortaleza. Desafortunadamente, ésa es la realidad de millones de padres venezolanos. Insisto: ésta no es más que una de las tantas historias de pena que pueden contarse al respecto.    

Empero, no hay cabida para el desaliento. En este país vendrán nuevos amaneceres y habrá condiciones para el regocijo. Mientras tanto, hay que querer y tratar de vivir la aventura de ser buenos padres. Que la responsabilidad que ello implica sea camino transitado con la alegría que nace del compromiso. Que si nuestros hijos son felices no lo sean a pesar de nosotros sino porque en alguna medida pusimos toda la arena de la playa que pudimos encontrar para que así lo fuera. Que por más crecidos que estén sepan que hay alguien que los anhela. Que el orgullo que nos generan no sean secreto del pensamiento sino recordatorio que salga a flote cada vez que sea necesario; léase, siempre. Que no escaseen las palabras que den cuenta de la importancia que representan en nuestras vidas. Que las bendiciones que les damos les dejen saber además que el bendecido es uno por tenerlos. Que la marca dejada sea para bien. Que cuando ya no estemos, el recuerdo sea lo suficientemente dulce como para borrar cualquier lágrima que pueda atravesarse y transformarla en la placentera sonrisa que nace al comprender que se ha sido amado profundamente. En fin, que con justicia nos ganemos el derecho a que en vida nos digan: ¡Feliz día, papá!





Sin pretender juicio alguno de por medio, felicitaciones a todos los padres que se lo merecen.

@luisbutto3