Luis Alberto Buttó: Libertad de expresión

Luis Alberto Buttó: Libertad de expresión

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

Argumentar a favor de la libertad de expresión no puede agotarse ventilando el simplista reclamo de mantener el derecho de cada quien a decir todo aquello que le venga en gana. En todo caso, cuestionar tal derecho resulta, por un lado, improcedente y temerario, y, por el otro, irremediablemente inútil. Lo primero, porque, a fin de cuentas, sólo la imbecilidad que genera la soberbia puede arrogarse el atrevimiento de pretender monopolizar la condición de juez calificador para dictaminar lo que puede y debe decirse en torno a tal o cual tema. Aquí el insulto velado o no tanto sirve de escudo para esgrimir el infeliz papel de engreído oráculo que aprueba o desaprueba. Lo segundo responde a la realidad impuesta por la expansión de las redes sociales. Allí cada quien ventila lo que mejor le apetece y su voz está apenas mediada por el esfuerzo de hacer clic cuando así lo disponga. Sea enjundioso el planteamiento hecho o raye éste en los parámetros de babosada mayor, igualmente termina instalado en cualesquiera de las galaxias existentes al respecto.

La trascendencia de la libertad de expresión tiene que ver con la esencia y los valores intrínsecos de la democracia, entendida como expresión sublime del ejercicio de la ciudadanía. El poder, sea cual sea, siempre busca validarse a sí mismo; es un acto que lleva marcado como aspiración. Evaluar y criticar su gestión es imposible sin medios independientes que se tracen como objetivo hacer las veces de oportuno y sustentado faro de alerta. Sin libertad de expresión no hay manera alguna de que la opinión calificada evidencie desaciertos, desviaciones o perversiones del poder y proponga los correctivos pertinentes. Entre otras manifestaciones de peso similar, el ciudadano lo es de verdad cuando sin cortapisas puede monitorear al poder y conscientemente decide hacer la tarea que de esa obligación se desprende. La ciudadanía real implica la responsabilidad de poner en blanco y negro, léase con base y conocimiento, lo que está mal en el desempeño de la función pública.

Obviamente, la oscuridad que acarrea la ausencia o restricción de la libertad de expresión se incrementa cuando el poder degenera a su versión despótica. Alcanzado este punto, apenas las voces que no cuestionan ni ponen en entredicho abusivos deseos de permanencia son aupadas, toleradas o permitidas. En consecuencia, el disenso pierde el derecho a existir que le es consustancial en democracia y el silencio más ensordecedor ahoga el reclamo de la gente. Es más, el reclamo ni siquiera llega a serlo. Al estar bloqueadas de antemano las posibilidades de que los problemas colectivos se hagan visibles al ventilarlos públicamente, la realidad resultante es aquella donde nada pasa, pese a que todo es endeble o contrahecho. Sin libertad de expresión, el necesitado es doblemente vejado: padece el infierno que venga al caso y encima se acalla la manifestación de su angustia, su dolor, su desespero. En otras palabras, cuando se dificulta la libertad de expresión, amén de cercenar la voz de periodistas y medios, se cercena la voz colectiva que reclama Derechos conculcados, sufrimientos acumulados, denegación de justicia. Si de verdad se cree en la democracia, esto es inaceptable, en tanto y cuanto, precisamente, esgrimir el reclamo es una de las maneras determinantes de convertirse en ciudadano.





Con el retraso del caso: ¡Feliz día del periodista a quienes de ellos estén comprometidos con la libertad de expresión!    

@luisbutto3