El País: El siglo perdido de la industria petrolera venezolana

El País: El siglo perdido de la industria petrolera venezolana

Imagen de archivo de la refinería El Palito, que pertenece a PDVSA, en Puerto Cabello, en el estado de Carabobo, Venezuela. 2 de marzo, 2016. REUTERS/Marco Bello/Archivo

 

En Mene Grande se ven obreros que ordeñan vacas vestidos con monos de las compañías petroleras que antes operaban en la zona. La fotografía es hoy la huella que ha dejado una industria un tiempo pujante en ese pueblo de la costa oriental del Lago de Maracaibo, en el Estado Zulia. Allí, el 31 de julio de 1914, entró en funcionamiento el Zumaque I, el primer pozo de la Caribbean Petroleum Company. Así comenzó la era del petróleo en Venezuela, el país con mayores reservas de crudo. La imagen también es una muestra del declive que atraviesa el sector, cuya producción ha caído a los niveles de la década de los años veinte del siglo pasado, cuando el petróleo logró superar al café como producto de exportación.

Por FLORANTONIA SINGER / elpais.com

En junio, la producción diaria de barriles cayó por debajo de los 300.000. Según los datos de la consultora S&P Global Platts y el reporte de Baker Hughes, que sigue las operaciones de los equipos de perforación activos en el mundo, Venezuela también tuvo que apagar el último taladro, ubicado en el oriente del país. “La producción de petróleo está llegando a la que teníamos en 1929 y, per cápita, a la que teníamos hace casi 100 años”, dice Francisco Monaldi, director del Programa Latinoamericano de Energía del Institute Baker en Houston. Si bien en toda América Latina se han reducido los taladros operativos a un mínimo histórico, producto de la pandemia, en un siglo de actividad petrolera Venezuela nunca se había quedado sin taladros en activo, ni siquiera durante el paro petrolero de 2003. “Si no tienes un solo taladro operando tienes inmediatamente una caída del 20%. Reactivar un pozo cerrado es costoso y al hacerlo pierdes presión y capacidad. Nunca antes habíamos estado en esta situación”, continúa Monaldi.

El país sudamericano tuvo su pico en operación de taladros durante la llamada apertura petrolera de los años noventa, cuando PDVSA, la petrolera estatal, se abrió trabajar con empresas extranjeras. Entonces hubo 119 equipos de perforación. Para mantener la mínima producción que tiene Venezuela actualmente necesitaría tener sus taladros activos, que en 2019 llegaban a la veintena.

A este escenario sombrío han llevado una combinación de factores, apunta el consultor. La caída de la producción que viene ocurriendo en los últimos 20 años es uno. El país tuvo un pico en la década en los setenta, cuando alcanzó 3,7 millones de barriles. Por mala gestión y corrupción, durante el gobierno de Hugo Chávez, esos números cayeron de 3,4 millones de barriles diarios a 2,6 millones en 2013, cuando a Nicolás Maduro le tocó tomar el testigo de la revolución bolivariana. “Durante el Gobierno de Chávez, PDVSA ya había caído a la mitad [de producción] pero el precio se disparó a los niveles más altos de la historia. Aunque se redujo la pobreza entre 2008 y 2012, no se hizo a los niveles que lo hicieron otros países de la región que también vivieron el bum de las materias primas, y los ingresos extraordinarios tampoco se invirtieron en subir la producción”, dice Monaldi. “Hoy PDVSA es un cadáver”, agrega.

Las sanciones económicas impuestas principalmente por el Gobierno de Donald Trump, seguidas este año de la caída de los precios y el colapso de la demanda, terminaron de empujar a la Venezuela petrolera al precipicio. Hace año y medio, el país producía un millón de barriles y la mitad de esos los vendía a Estados Unidos, un mercado que se cerró. “El colapso de precios en abril de este año, aunque se ha recuperado un poco, también fue letal para Venezuela, porque ya vendía muy debajo de los precios por todas las maniobras de trasvase de buques que debe hacer en África o Malasia para saltarse las sanciones”.

Iván Freites, dirigente sindical de técnicos y profesionales de PDVSA, ha sido testigo del colapso. “Si llegáramos a recuperar las refinerías no tendríamos el crudo suficiente para ponerlas en funcionamiento. No se está produciendo nada y si se produce no tenemos quien lo quiera comprar”, dice. Otra caída es la de las nóminas. La semana pasada se hizo viral en redes sociales un video en que el trabajadores petroleros echaban sus carnets al suelo y amenazaban con una renuncia masiva por la disminución de los beneficios que recibían a través de las empresas mixtas, que empezaron a cortar relaciones con el Estado por las sanciones. En los años de bonanza, la plantilla de la compañía estatal creció hasta 143.000 trabajadores. “A principios de año estaban asistiendo a trabajar unos 7.000 trabajadores, actualmente no consigues ni 2.000 en las instalaciones. Están huyendo”.

Una oportunidad de dos décadas

PDVSA ha logrado reactivar a medias la planta de la refinería de Cardón, en la costa occidental, después de la prolongada escasez de combustible que se palió en medio de la pandemia con el envío de cinco buques con 1,5 millones de barriles desde Irán. “Ahí se pueden producir 50.000 barriles diarios de gasolina craqueada -mezclada con los aditivos traídos de Irán-, pero se queman más de 20.000. Para activarla llamaron a los jubilados , pero ninguno aceptó”, denuncia Freitas.

“Aun con toda la incertidumbre mundial por la transición energética, decir que estamos en una Venezuela post petrolera no es estrictamente cierto. Ya no somos el país petrolero que fuimos, pero todavía tenemos una ventana de oportunidad de dos décadas. Se necesita dinero para llegar otra vez a un millón de barriles diarios, los niveles de Colombia alcanzados con todos los esfuerzos del mundo y un ambiente de inversión favorable”, apunta Monaldi. Subir a dos millones de barriles en la próxima década costaría unos 120.000 millones de dólares, un monto casi similar a la deuda externa del país, según el cálculo del equipo de Juan Guaidó, jefe del Parlamento y reconocido como presidente interino por casi 60 países.

A cinco meses de la declaración de emergencia que hizo Maduro sobre la empresa y de una nueva reestructuración por la que puso al frente a Tareck El Aissami, sancionado por Washington y con una recompensa por su cabeza, Monaldi ve muy compleja la posibilidad de una mejora en el sector. Las reformas darían mayor cabida a inversiones privadas en sectores que monopolizó el Estado, como el de transporte y refinación, después de un amplio historial de expropiaciones. La centenaria Ley de Hidrocarburos necesita, además, una revisión. Sin embargo, para acometer esos cambios legales el régimen de Maduro necesita la Asamblea Nacional, liderada por la oposición.

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