En Maracaibo cuesta respirar

En Maracaibo cuesta respirar

Un hombre con equipo de protección personal (EPP) descansa en la entrada de la sala de emergencias del Hospital Universitario de Maracaibo, estado de Zulia, Venezuela, el 2 de julio de 2020, en medio de la pandemia de coronavirus COVID-19. (Foto por Luis BRAVO / AFP)

 

A la mañana siguiente, cuando despertó, Joselin escuchó los mismos ruidos de la noche: el sonido metálico de las bombonas de oxígeno, el jadeo de quienes no podían respirar, la tos con vómito de quienes se ahogaban.

Por Ricardo Barbar / factor.prodavinci.com





Estaba confinada en un consultorio de la Unidad de Dermatología, Reumatología e Inmunología (UDRI), en el Hospital Universitario de Maracaibo, donde alguna vez ofrecieron consultas. Ahora había sido dispuesta para pacientes y sospechosos de covid-19. Joselin vio en una misma sala a niños y adultos. En camas o en sillas. Había pacientes asintomáticos que dieron positivo con pruebas rápidas, pacientes que tenían síntomas leves, pacientes que necesitaban ventilación mecánica. Otros esperaban la orden de irse a casa.

Esa mañana Joselin no desayunó ni almorzó el arroz con granos que le ofrecieron en el hospital. Le repugnaba. Unos amigos le llevaron comida. Cuando parecía que el día iba a ser igual que el anterior, escuchó una voz a través de la puerta:

—Vengo por los médicos que me voy a llevar al hotel.

A finales de mayo, un grupo de residentes de Emergencias atendió a un paciente que ingresó con pancreatitis. Padecía fiebre y tenía dificultad para respirar. Aunque los síntomas estaban asociados al motivo de la emergencia, los residentes sospecharon y le practicaron una prueba rápida de covid-19. Dio negativo. Medicina Interna asumió el caso y los residentes se olvidaron.

Hasta que a una médico del grupo le dio fiebre. Pensó que era una gripe normal, pero dejó de serlo cuando la fiebre no cesó durante diez días. En sus guardias en el hospital, la residente insistió a varios jefes que le hicieran pruebas para descartar covid-19. Epidemiología le dijo que no tenía los criterios de la enfermedad, “una fiebre por tantos días no es coronavirus”. Un internista pensó que era más probable la tuberculosis. La residente insistió: “¿No me van a hacer pruebas a mí que recibo pacientes en Emergencias? Es una guerra para que me den un tapabocas y el que me dan es por 24 horas”.

Varios médicos debatieron el caso. Accedieron a practicarle una prueba rápida que dio negativo. La residente pidió que le tomaran una muestra PCR. De nuevo la situación se volvió una lucha. “No tienes los criterios médicos”, repitieron.

A su lado estaba el jefe de la Unidad de Terapia Intensiva (UCI), a quien le estaban tomando una muestra PCR porque llevaba dos días con malestar en el cuerpo. La residente dijo que por qué le tomaban una muestra al jefe de UCI y a ella no, cuando él había tenido malestar por dos días y ella fiebre por diez. Al final de un largo debate, le tomaron la muestra PCR.

El resultado positivo llegó cinco días después. El epidemiólogo ordenó pruebas PCR para el resto del grupo, cinco residentes. Ninguno tenía síntomas. Enviaron a cuatro a aislamiento domiciliario. A la residente con fiebre la llevaron al séptimo piso. Joselin permaneció aislada en un consultorio de UDRI.

Vista del mercado de pulgas vacío en Maracaibo, estado de Zulia, Venezuela, el 2 de julio de 2020, en medio de la pandemia de coronavirus COVID-19. (Foto por Luis BRAVO / AFP)

 

Por eso, a Joselin le extrañó cuando dijeron que venían por los médicos. Avisó a sus compañeros residentes. Ninguno sabía qué sucedía. Trató de hacer tiempo. En ese instante recibió una llamada. Era una de sus jefas, quien tampoco sabía por qué la iban a trasladar. “Voy a averiguar”, dijo.

Joselin escuchó que alguien tocaba su puerta:

—Doctora, aliste sus cosas que nos tenemos que ir.

—¿Quién dio la orden?

—El epidemiólogo. Me tengo que llevar a todos los médicos al hotel Las Montañas.

Antes de salir, le tomaron una muestra PCR y la trasladaron en una ambulancia hasta la entrada del hospital. Le rociaron cloro de los pie a cabeza. Le dijeron que cuando entrara al autobús, se sentara distante de los otros pacientes. Se iría por catorce días, o al menos eso dijeron.

Joselin lloró en todo el camino. El autobús se detuvo en una zona que estaba a oscuras. Observó que sólo la planta baja del motel estaba iluminada. Pensó que cuando se fuera a dormir el calor sería agobiante. Haciendo la fila para registrarse, escuchó que el motel tenía un generador eléctrico pero por alguna razón no había luz en las habitaciones. Delante de ella había una mujer que dijo ser trabajadora del mercado Las Pulgas. “Qué raro, mi esposo tiene síntomas y su prueba rápida dio negativa. Yo no tengo síntomas y di positivo”.

El mercado Las Pulgas se convertiría pronto en el foco de contagio más grande de Venezuela. El gobernador del Zulia, Omar Prieto, anunció el 30 de mayo el cierre definitivo del mercado mientras se lograra controlar la propagación del virus. Zulia tenía 107 casos confirmados y tres muertos. Hubo disturbios en Las Pulgas. Una avalancha de personas aglomeradas exigió a la guardia que les permitieran trabajar. Se estima que más de 20 mil comerciantes, vendedores formales e informales, trabajan en un espacio de 120 mil metros cuadrados. Es el mercado más grande de la ciudad.

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Un hombre camina afuera del mercado de pulgas vacío en Maracaibo, estado de Zulia, Venezuela, el 2 de julio de 2020, en medio de la pandemia de coronavirus COVID-19. (Foto por Luis BRAVO / AFP)