Luis Alberto Buttó: Envejecer en Venezuela

Luis Alberto Buttó: Envejecer en Venezuela

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

En su poema, Despistes y Franquezas, Mario Benedetti llamó la atención sobre la inconveniencia de idealizar la infancia al no rescatar las salvedades del caso, a sabiendas de que no para todo el mundo, y el recuerdo está allí para dejar constancia, ese período de la vida es, precisamente, un paraíso perdido. Al respecto, hay muchas historias vinculadas con las condiciones socioeconómicas, por ejemplo, que se combinan para dejar amarga huella en el camino posteriormente transitado por quien a la larga se convierte en adulto. De igual forma, no siempre se debe mitificar la vejez, presentándola como idílica especie de remanso de paz dispuesto tan sólo para el disfrute del reposo y el retiro dignos. En otras palabras, no necesariamente se encuentra solaz en la senectud, en especial cuando, de nuevo, es cierta amarga realidad socioeconómica la que se impone como marcador que traza las líneas gruesas del dibujo en que cada uno termina viéndose reflejado. Es abrumadoramente terrible, por decir lo menos, envejecer atrapado en la pobreza. Sin piedad, el dolor y la desesperanza hacen mella, horadan la quietud esperada.

Lo dicho con anterioridad retrata la realidad de la ancianidad en Venezuela. Ningún sentido tiene, más que la ociosidad que busca esconder y/o disimular la tragedia, discurrir si se está hablando de la mayoría de los ancianos del país. La ENCOVI 2019-2020 dejó en claro que prácticamente no hay resquicio en esta sociedad donde la pobreza no sea el sino determinante. Ergo, el grueso de los ancianos venezolanos no escapan a este hórrido flagelo.  Pero, si así no fuese, igual la mácula estaría allí, lacerante, dando a entender lo aberrante de un destino que no tiene justificación alguna y que, en sí mismo, es una vergüenza colectiva. Un país que se precie por ser digno sería aquel donde, entre otras estampas esperanzadoras, se encontrase la de parques repletos de ancianos que, con una sonrisa en la tez ajada, se congregaran para narrarse recuerdos gratos del pasado.

Eso no es Venezuela en la actualidad. Lo triste es que parece faltar mucho para que pueda llegar a serlo. El punto de partida para que estas cosas cambien es entender y asumir de una buena vez que un país no tiene motivo alguno para enorgullecerse, y sí mucho de que avergonzarse, cuando, entre las imágenes que se reproducen constantemente en redes sociales y medios de comunicación, destaca la de grupos de ancianos que en la calle protestan porque la pensión de vejez que reciben equivale a mantenerlos sumidos en la miseria. Únase a ello que se les reprime el desahogo, cuando reclaman lo que por sentado deberían disponer, y ya se obtiene clara definición de lo que significa el vocablo injusticia. Entiéndase que cuando se dice lo que deberían tener se está hablando no de pensiones que cubran tan sólo necesidades básicas, sino también de pensiones que permitan satisfacer necesidades integrales; esparcimiento, verbigracia. Se lo ganaron con creces. Lo mucho o poco que en esta tierra se tiene, se regó con el sudor de su esfuerzo.





Así las cosas, el país donde estos compatriotas, seres humanos por encima de todo, ven acercarse el final de sus días, no es un país para la esperanza; es un país para la amargura. Amargura que se incrementa cuando a ella se le suma la soledad experimentada por quienes han tenido que ver partir a hijos y nietos a lejanas fronteras, hasta la cual no alcanza el idiosincrásico proceder de recibir o despedir a sus querencias con la bendición consabida. Diáspora obligada por la necesidad: otra herida, otra afrenta al señorío del cabello encanecido.

No es duro envejecer en Venezuela; es cruel. No hay derecho. No se puede olvidar. 

@luisbutto3