José Ignacio Moreno León: Frente al progresismo liberticida, defender la libertad y la democracia

José Ignacio Moreno León: Frente al progresismo liberticida, defender la libertad y la democracia

La crisis generada por el confinamiento obligado por el COVID-19, con sus dramáticos impactos negativos en las economías del planeta, está provocando riesgos y consecuencias que van más allá de las fronteras nacionales, generando a nivel de los países y sociedades, un sentimiento de impotencia frente unas nuevas circunstancias que tienden a fortalecer las instituciones internacionales que son expresión de la gobernanza global. Esta tendencia hacia una mayor integración política de la humanidad representa un reto para la operatividad de la democracia que, por su naturaleza, se soporta en instituciones locales y no globales. Esto es evidente cuando observamos que las normas y condicionantes de defensa frente a la pandemia sanitaria y sus consecuencias derivan de decisiones emanadas de entes externos a los países y sin la participación de las sociedades e individualidades afectadas, con lo que obviamente se están violentando la libertad y principios democráticos fundamentales.

Conviene resaltar adicionalmente que la crisis referida se está desarrollando en tiempos en que la sociedad global está experimentando un proceso de descomposición social, con marcado deterioro de principios y valores, descrédito de los gobiernos y sistemas políticos, frágiles economías y preocupante deterioro medioambiental. Todos estas circunstancias se refuerzan entre sí generando una grave vulnerabilidad que pone en riesgo la viabilidad democrática en el esfuerzo requerido para enfrentar esas realidades globales.

Las anteriores condicionantes referidas mantienen a la sociedad planetaria en un entorno de incertidumbre en el que los estados nacionales lucen incapaces para resolver con autonomía las graves circunstancias del presente. Estos condicionantes están calentando el debate entre quienes señalan que la crisis puede derrumbar el capitalismo y quienes predicen el surgimiento de controles y tendencias autoritarias como “democracias iliberales” que ya se visualizan como “coronodictaduras” en países como Hungría e Israel que, según señala Daniel Innerarity, han acentuado perfiles iliberales(1). Estas complejas circunstancias están siendo aprovechadas por los movimientos globalistas que propician la idea de un gobierno único mundial en un mundo sin fronteras con valores distintos a los de la cultura occidental y que, en la versión del progresismo liberticida, se postula casi como una religión laica que pretende hacer del progreso su patrimonio privado, condenado a los demás como retrógrados y enemigos del progreso.





El progresismo surge a la caída del Muro de Berlín y el colapso de la versión original del sistema socialista que representó la debacle de la Unión Soviética y que dejó, como dramático legado, una sombría historia de violacion de derechos, de crisis económicas y de cerca de cien millones de muertos. El progresismo se presenta en la actualidad como una máscara mediática que pretende encubrir sus raíces comunistas, con pretensiones de adueñarse políticamente de la idea de la superioridad moral en la vida pública y como líder del progreso y del bienestar social y los avances democráticos, mientras en la práctica trata de acorralar a sus adversarios, con un poderoso control mediático, acusándolos de reaccionarios y combatiéndolos con métodos antidemocráticos. Paradójicamente el progresismo es hoy un dogma en el que coinciden visiones e intereses de las llamadas izquierdas y derechas por los objetivos comunes de romper con el pasado, con la historia y con la tradición y cultural occidental, para construir un nuevo orden mundial (NOM) y un autoritario gobierno planetario con un mando único, en reemplazo de los estados nacionales, todo lo cual atenta contra la libertad y la democracia liberal. De hecho, como hemos mencionado en artículo anterior, este movimiento está financiado por reconocidos plutócratas como Goerge Soros, quien dice no tener religión y ser ateo, con el solo interés de hacer dinero, sin importarle las consecuencias sociales de sus actos. Estos poderosos financistas y grupos económicos como la Soros Foundation, la Open Society Institute, la Ford Foundation y la Bill y Melinda Gates Foundation, además de tener una marcada influencia en el partido demócrata de los Estados Unidos, controlan con importantes aportes a grupos terroristas y anarquistas del progresismo, como ANTIFA, enemigo de occidente, promotor del odio anti-Israel y de apoyo a la causa palestina como movimiento islamico radical vinculado a Hamas y Hezbola. Igualmente promueven como agente operativo del progresismo a la organización Black Lives Matter, protagonista de numerosos actos vandálicos en los Estados Unidos y en varios países de America Latina y de Europa (2).

Defender la libertad y la democracia se impone como el gran reto para evitar que la civilización occidental sea destruida por las tendencias totalitarias y populistas que promueve el progresismo y el globalismo y para preservar el sistema republicano y los valores del patriotismo. Para impulsar esa defensa y la supervivencia de la libertad y la democracia se requiere lograr que el sistema democrático se fortalezca para poder actuar con éxito en los complejos entornos de la postpandemia, compatibilizando las expectativas de eficacia con los requerimientos de legitimidad. Y resaltando el valor de este sistema de gobierno como el más efectivo para garantizar la libertad, los derechos individuales, la prosperidad y la paz social. Pero para lograr una genuina democracia liberal, es fundamental entenderla en los términos de Larry Diamond, como un sistema político que comprende cuatro elementos básicos: 1) Competencia por el poder mediante elecciones libres y transparentes. 2) Participación activa de los ciudadanos en la política y la vida cívica. 3) Protección de los derechos humanos fundamentales. 4) Estado de derecho y aplicación de las leyes por igual a todos los ciudadanos. Estos cuatro elementos se soportan en instituciones políticas fundamentales como los partidos políticos, elecciones, la constitución y las leyes, la libertad de prensa y una absoluta independencia de los poderes públicos.

Conviene resaltar que el principio fundamental de la democracia es la soberanía del pueblo como máxima autoridad para elegir libremente al gobierno y sus representantes, al margen de manipulaciones partidocraticas. Pero esto se complementa con un sistema que asegure elecciones libres y transparentes, lo que supone que los resultados reflejen con exactitud el voto de la ciudadanía y que el proceso electoral no esté sujeto a perversos manejos políticas ni mediáticas. Todo ello requiere la promoción de los principios éticos, del patriotismo y de la cultura cívica y ciudadana para asegurar la transparencia en la gestión pública, evitar la manipulación populista y garantizar que el ciudadano sepa elegir y reclamar oportunamente cuando fallen los elegidos. Esto último es fundamental, especialmente si recordamos la sentencia de George Orwell, autor de la famosa Rebelión en la granja, cuando nos señala que UN PUEBLO QUE ELIJE CORRUPTOS, IMPOSTORES, LADRONES Y TRAIDORES, NO ES VICTIMA, ES CÓMPLICE.

(1) Daniel Innerarity, PANDEMOCRACIA. Una filosofía de la crisis del coronavirus. Galaxia Gutenberg, S.L. Barcelona España, junio 2020.
(2) Para mayor información sobre el tema ver en internet a Omar Bula Escobar: ¿ La agenda globalista se está tomando Occidente?, informativo G-24. Javier Villamor: Soros ¿ Conspiración o realidad?, Alto y Claro TV. Alexis López: La revolución molecular disipada del comunismo, Diálogos El Montonero.