Luis Alberto Buttó: Hiroshima, 75 años atrás

Luis Alberto Buttó: Hiroshima, 75 años atrás

Personas caminando por una calle en Hiroshima, que ha sido habilitada después de la explosión (War Department/ U.S. National Archives/ Reuters/ archivo)

 

El estadio de fútbol que cuenta con el mayor aforo del mundo es el “Reungrado Primero de Mayo”, ubicado en Pionyang, capital de Corea del Norte. En los asientos allí dispuestos, pueden acomodarse 150.000 personas. Con la imagen en mente de ese coso lleno de gente a toda capacidad para contemplar determinada jornada deportiva, puede recordarse lo ocurrido hace exactamente 75 años en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945 respectivamente, cuando el estallido de las dos únicas bombas nucleares que se han utilizado en la historia, en los primeros minutos y a lo largo de las horas siguientes del mismo día, dejaron similar cantidad de muertos. Por supuesto, los decesos relacionados continuaron por años, pero estamos hablando tan sólo del impacto inmediato.

Sin duda alguna, Hiroshima y Nagasaki representaron el inicio de una nueva era, la era nuclear. Época, por el peligro que desde siempre implicó, abrumadoramente terrorífica para la humanidad entera, y cuyo punto de partida no fue la discusión en torno a si, en definitiva, tales armas se usarían una vez estuvieron listas luego de superar las pruebas correspondientes, sino, en concreto, cómo se utilizarían. A partir de ese momento, el mundo supo con aterradora claridad cómo y para qué bombas similares o de potencia mayor a la de “Niñito” y “Hombre Gordo” (el nombre dado a las bombas que se arrojaron sobre aquellas ciudades en esa oportunidad) podían utilizarse. Hoy en día, el arsenal nuclear global, concentrado en apenas una decena de naciones, ronda los 15.000 artefactos. En caso de utilizarse, destruirían varias veces la vida del planeta. Valga la ironía: después de la primera vez, ¿quién viviría para contar las siguientes?





Con esa espada de Damocles rozándole el cuello, el mundo ha vivido desde entonces. Contradictoriamente, el terror a la destrucción masiva ha servido de freno para evitar la locura que un nuevo uso de las armas nucleares acarrearía. Empero, la amenaza siempre ha estado allí; verbigracia, lo acontecido cerca de 60 años atrás en la cuenta del reloj, cuando se desencadenó la llamada crisis de los misiles. En ese momento, la insania de cierto liderazgo trajo a la mesa la espantosa posibilidad de que una conflagración de este tipo ocurriera, con el sufrimiento inenarrable que ello hubiese significado para millones de personas. Nada nuevo bajo el sol: es la misma insania de quienes hoy aplauden los “avances” que siguen obteniendo en el ámbito de los fines bélicos de la energía atómica. En el fondo, no hay límite para la estupidez de unos cuantos decisores a lo largo del globo.

Obviamente, el horror de las guerras, medidas sus secuelas en las incuantificables vidas arrasadas dejadas a su paso, no ha aminorado. Por el contrario. Así como no se necesitaron armas nucleares para llevar adelante el genocidio de seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, tampoco se recurrió a ellas para materializar el genocidio en Ruanda que arrojó la cantidad de un millón de personas. Duele decirlo: nada o muy poco hemos aprendido como especie. Desafortunadamente, entre los seres humanos, es infinita la capacidad y la disposición de hacer daño, y limitada la convicción de ayudar, de socorrer, de buscar el bienestar del otro. No se debe descansar en la vigilia. El recuerdo de Hiroshima y Nagasaki nos alerta acerca del potencial suicida que acumulamos al no comprender las verdaderas prioridades que deberían motivarnos.  

“Que todas las almas aquí descansen en paz, pues no repetiremos el mismo error”. ¡Que así sea!

@luisbutto3