Macario Schettino: “El Buda griego”

Macario Schettino: “El Buda griego”

Para dejar de hablar de lo cotidiano, permítame compartir con usted un libro que leí hace poco y que muy probablemente pocos lean: El Buda Griego, de Christopher Beckwith. El autor no es historiador o filósofo, sino filólogo, especializado en Asia (chino, coreano, tibetano, varios idiomas de Asia central). De él leí hace algún tiempo los Imperios de la Ruta de la Seda, que es una exposición monumental de la importancia de Asia Central, aunque no es un libro muy bien escrito. Lo mismo ocurre con El Buda Griego, es muy interesante, pero no se destaca por la calidad de la escritura.

La gran virtud de Beckwith es que conoce muy bien diversos idiomas en los que existe todo un corpus de conocimiento acerca de temas que Occidente no ha tocado, o de los que tenemos apenas unas pocas señales. En El Buda Griego, ese conocimiento le permite plantear varias hipótesis muy sugerentes, que me parece deberían estudiarse de forma cuidadosa.

Lo primero es su convencimiento de que el Buda no es de origen indio, sino escita. Del imperio escita se conoce muy poco en estos rumbos, y tal vez sea la primera vez que usted lo escucha. El imperio escita alcanzó su máximo desarrollo entre el 900 y el 200 AC, en el centro de Asia, al norte de los Partos, que siguieron existiendo varios siglos más y fueron el límite oriental del Imperio romano. Antes de los Partos, esa zona la ocupaban los Medos (Persas) que son el famoso enemigo de Grecia, después derrotados por Alejandro Magno (330 AC).





Bueno, pues acompañando a Alejandro iba Pirro, de la ciudad de Elis, que compuso un poema a su líder que gustó tanto que Alejandro lo llenó de oro. Sin embargo, su encuentro con los seguidores de Buda convence a Pirro de renunciar a esas riquezas y plantearse dudas acerca de cómo entender el mundo. A pesar de las dificultades de Beckwith para explicar, me parece que es muy convincente en demostrar que la base de las ideas de Pirro es exactamente la base del budismo temprano (muy diferente del que posteriormente se convirtió en ‘religión oficial’, del que se deriva el actual).

En breve, estas ideas consisten en lo siguiente: los temas, preguntas, asuntos que tienen un carácter ético (es decir, que llevan a decidir entre bueno/malo, verdadero/falso), tienen tres características: no tienen una identidad propia (no existen por sí mismos), no tienen estabilidad y no son fijos. Dicho de otra manera, todos los temas de este tipo los definimos desde nosotros mismos (porque no tienen una identidad), no pueden tener balance y no están fijos, “se mueven”. En estos casos, es la conclusión del Buda temprano, y luego de Pirro, hay que “suspender el juicio”. Más claro: no hay que tener opinión.

Las enseñanzas de Pirro a su regreso a Grecia dan origen a la escuela que se conoce como los ‘escépticos’, de entre los cuales el más conocido tal vez sea Sexto Empírico, que vive más de 500 años después de Pirro. Su recuperación en la época moderna coincide con la aparición de la imprenta, y su primera interpretación en esa época la provee Bayle, que no ayuda mucho a la popularidad de la escuela. Sin embargo, para Beckwith, quien mejor entendió a Pirro es David Hume, que esencialmente recupera las ideas originales: puesto que los temas éticos no tienen “alma propia”, ni estabilidad ni balance, no debemos apresurarnos a juzgar. Tal vez en otra ocasión podamos platicar de cómo estas ideas de Hume, vía Kant, se convirtieron hace medio siglo en la locura postmoderna.

Hoy cierro con otra hipótesis interesante de Beckwith: el Buda, Gautama, no es otro que Lao Tan, mejor conocido como Lao Tsé, ese filósofo chino que resulta tan extraño allá, como Pirro en Grecia.


Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 14 de agosto de 2020