José Ignacio Moreno León: Líderes y caudillos y la ética política

José Ignacio Moreno León: Líderes y caudillos y la ética política

Frente al confuso e inédito ambiente que se vive en el país propiciado no solo por la pandemia sanitaria, sino además por la grave realidad económica, la crisis humanitaria, el notorio déficit de valores y el cuestionable desempeño que se percibe en un notable grupo de operadores políticos, consideramos oportuno asomar algunas precisiones para tratar de contribuir a despejar el preocupante panorama provocado por esas realidades.

Con mucha frecuencia se hace referencia, a nuestro juicio de manera inapropiada, al calificativo de líderes a quienes pretenden fungir como dirigentes protagonistas de las diversas propuestas y acciones políticas que se asoman como posibles salidas al drama que azota a nuestra patria. Por ello, a estas alturas de la conflictiva realidad que sacude a Venezuela, es conveniente resaltar la diferencia que existe entre un líder y un caudillo, para poder tener una clara valoración del comportamiento de esos aspirantes a monopolizar el debate político nacional.

La trayectoria histórica de quienes se han hecho acreedores de uno u otro calificativo pone claramente en evidencia las diferencias entre líderes y caudillos, especialmente si tomamos como apoyo para valorar estos conceptos los principios éticos y morales, la búsqueda del bien común, la valoración de la conciencia cívica, la honestidad y la visión de futuro que son atributos del líder y que contrastan con la práctica maquiavélica en el actuar, la promoción de enfrentamientos, el autoritarismo, la prepotencia, el personalismo, el déficit de valores y principios, todos estos defectos que caracterizan al caudillo. La historia señala las cuestionables trayectorias de lúgubres caudillos, algunas de ellas asociadas a fenómenos políticos y sociales como el mesianismo y el populismo que han dejado dramáticas huellas en las sociedades donde han actuado.





En el campo de la política es quizás en donde se revelan de manera más destacada los contrastes entre el líder y el caudillo. El líder en una organización política es reconocido como jefe que orienta y motiva a su partido por su rectitud moral, virtudes éticas y la capacidad de persuasión, cualidades que le permiten conducir democráticamente a sus seguidores y así lograr el reconocimiento de sus adversarios y de la ciudadanía en general, motivando con su ejemplo e influencia para el logro compartido de grandes cambios y la búsqueda del bienestar colectivo. Al contrario del caudillo, el líder político es fundamentalmente un agente de cambio que actúa con transparencia, coherencia y humildad para ser capaz de reconocer y corregir oportunamente sus errores y así poder exigir la misma conducta de sus seguidores. El caudillo con frecuencia surge vinculado a manejos políticos inescrupulosos, a manipulaciones populistas y al militarismo y, en funciones de gobierno y poder, actúa sin escrúpulos ni valores, generando la violacion de derechos humanos y actuando muy permisivo frente a la corrupción, entre otras razones para asegurar la lealtad incondicional de sus seguidores.

Para mayor claridad de las diferencias y contrastes que hemos señalado entre el líder y el caudillo, la historia de sus ejecutorias nos permite resaltar ejemplos de notables líderes y de aberrantes caudillos: George Washington, Mahatma Gandhi, Winston Churchill, Konrad Adenauer y Nelson Mándela son figuras emblemáticas del líder, mientras que Mao, Lenín, Hitler y Mussolini son ejemplos representativos del caudillismo con sus nefastas consecuencias. Pero en América Latina en donde ha florecido más el caudillismo, son ejemplos Perón (Argentina), Noriega (Panamá), los Castro (Cuba) y más recientemente Ortega (Nicaragua), Correa (Ecuador), Morales (Bolivia) y Chavez (Venezuela).

A finales del pasado siglo el ahora Santo Papa Juan Pablo II y el dirigente obrero Lech Walesa destacaron como líderes polacos de renombre mundial, al lograr con su lucha la conquista de la democracia para ese país como preámbulo al proceso que allanó el camino para la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. En la actualidad, cuando es notable el déficit de líderes a nivel mundial, resalta igualmente la figura de Angela Merkel, la física y política alemana de origen humilde quien, como líder de la Unión Demócrata Cristiana, desde 2005 se ha desempeñado exitosamente al frente del gobierno de ese país, consolidando el modelo de economía social de mercado que ubica a Alemania como la economía más importante de Europa y la cuarta a nivel mundial después de los Estados Unidos, China y Japón. Merkel es emblemático modelo de un liderazgo con sólidos príncipes éticos, ya que además de los grandes logros de su gestión mantiene una ejemplar conducta como servidor público que ha sabido regirse por un austero comportamiento en su vida familiar, regido por sólidos principios éticos y morales.

En la compleja realidad actual que impera en Venezuela, salpicada por el virus de la corrupción -alimentado con el manejo inmoral de fondos públicos, con recursos del narcotrafico y en parte con el dinero sucio de Odebrecht- que como pandemia anti ética, se asoma con presencia determinante en el desempeño de la actividad política y de gobierno, resulta imprescindible promover un genuino liderazgo para erradicar las tentaciones del populismo y del caudillismo cleptocratico y lograr los cambios que el país requiere para construir una democracia de ciudadanos con un sistema político y económico promotor del progreso en libertad. Pero ese liderazgo debe ser entendido en los términos que hemos referido, es decir integrado por conductores políticos con elevados principios éticos y morales que practiquen la política como un servicio público y no como una vía para satisfacer, mediante el malabarismo politiquero, intereses personalistas o grupales. Líderes con conducta política transparente, visión de largo plazo y sólida personalidad que los haga inmunes a las maniobras de extorsion y chantaje que desgraciadamente forman parte del actual clima de confrontación que impera en el país. Solo así se podrá configurar, con honestidad política, un gran Pacto Unitario en el que deben incorporarse además distinguidos representantes de organizaciones relevantes de la sociedad civil como las universidades, academias nacionales y la Iglesia Católica para lograr la imprescindible confianza ciudadana y garantizar la gobernabilidad del cambio que el país requiere con urgencia, a fin de superar las dramáticas realidades que estamos confrontando.

Es obligante resaltar que un Pacto Nacional no solo es necesario para conformar un gobierno de emergencia y rescatar las instituciones, sino igualmente para asegurar la estabilidad política del nuevo gobierno que resulte electo en un próximo proceso de elecciones libres y creíbles. Ese Pacto es necesario igualmente para lograr lo puntos de encuentro a fin de evitar el “estruendoso entierro de la oposición” que señala el Padre Virtuoso, rector de la UCAB. A ese propósito conviene igualmente recordar la angustiosa sentencia de hace más de tres décadas de Carlos Rangel, cuando ante las crisis de la época señalaba que “si los políticos persisten en sus errores arruinarán a Venezuela de un modo terrible “.