Las últimas horas del papa Juan Pablo I: una luz encendida, papeles nunca revelados y una profecía

Las últimas horas del papa Juan Pablo I: una luz encendida, papeles nunca revelados y una profecía

Juan Pablo I murió el 28 de septiembre de 1978, 33 días después de haber sido elegido papa de la Iglesia Católica (Interfoto)

 

Pasadas las 5, bien temprano en la mañana, el sacerdote irlandés John Magee se acercó en silencio a su habitación. Vio un halo de luz que asomaba por debajo de la puerta de madera y llamó. Sospechó que su jefe quizás se hubiera quedado dormido, algo inusual en alguien tan estructurado y disciplinado. Subió a su encuentro luego de no haberlo encontrado en la capilla donde celebraba misa cada amanecer y decidió ir a su encuentro. Al cabo de unos minutos, el secretario volvió a golpear con calcada suerte: nadie respondió del otro lado del umbral.

El cuerpo sin vida de Albino Luciani, el papa Juan Pablo I, reposaba en su cama. Su cabeza estaba levemente inclinada a su derecha. Magee intentó despertarlo, pero de inmediato se dio cuenta que sería infructuoso. Para otros de los testigos que pudieron asomarse a su alcoba, en su rostro se dejaba entrever una sonrisa. El cura llamó al secretario de Estado, el cardenal Jean-Marie Villot, al jefe de la Guardia Vaticana y al médico de la Santa Sede, quien confirmó la desgracia.





Luciani tenía 65 años al momento en que su corazón dejó de latir. Nunca se realizó una autopsia que determinara qué pudo haber ocurrido aquella noche plácida, en la que el pontífice fue a dormir con una lectura en sus manos y un té en su mesa auxiliar. La decisión de no efectuar un examen a su cadáver alimentó teorías de todo tipo: el papa había sido envenenado por una mafia que controlaba los humores vaticanos y sobre todo sus cuentas. Pero esas conspiraciones nunca pudieron comprobarse. Tampoco la causa de muerte, aunque se declaró que fue un infarto de miocardio.

Ese jueves 28 de septiembre, hace ya 42 años, Juan Pablo I tuvo un día agotador. Por la mañana recibió a una nutrida delegación episcopal filipina. La audiencia con nueve cardenales duró hasta el mediodía. Fue agotadora pero fructífera. “Parecía tan feliz”, dijo al conocer la noticia sobre su deceso Julio Rosales, jefe de la misión que lo había visitado un día antes de hacerse público el deceso.

Luego del frugal almuerzo -no acostumbraba a alimentarse de manera exagerada- tuvo una reunión con Henry de Riedmatten, secretario del Consejo de Caridad y Obras Benéficas del Vaticano. “Tenía buen aspecto”, comentó días después. Más tarde, hacia el ocaso, estuvo con el cardenal Sebastiano Baggio, presidente de la Sagrada Congregación para los Obispos. Revisaron unos documentos. Por último, antes de su oración final en su capilla privada y luego de la cena, habló por teléfono con el cardenal de Milán, Giovanni Colombo.

A las 10 y 30 de la noche, se recostó.

Cuando Magee descubrió que el papa estaba muerto, apartó unos papeles que estaban en sus manos. Nunca se supo de qué documentos se trataba. En un principio se hizo una referencia romántica: el pontífice había muerto con un ejemplar de La Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis. Sin embargo, esa versión se descartó, pero nunca se conoció qué escritos estaban en su poder aquella noche.

Las sospechas sobre la muerte de Juan Pablo I sobrevuelan aún hoy, 42 años después de su deceso (Interfoto)

 

Luego del breve cónclave en el que se determinó el fin de la existencia del santo padre, el Vaticano debió emitir un comunicado informando sobre la noticia. Apenas 33 días después de haber asumido, Luciani había muerto. Su reinado había sido demasiado breve.

“Esta mañana, 29 de septiembre de 1978, hacia las cinco y media, el secretario particular del Pontífice, el padre Magee, entró en la cámara del Papa Juan Pablo I al no haberlo hallado en la capilla como tenía por costumbre y le encontró muerto en su cama con la luz encendida, como si hubiera estado leyendo. El médico, que acudió inmediatamente, confirmó que la muerte le sobrevino probablemente a las veintitrés horas del 28 de septiembre, de resultas de un infarto de miocardio”, señaló el documento.

Resultó un shock inesperado. Apenas un mes después de haber asumido su cargo de sucesor del apóstol Pedro, un papa había muerto súbitamente. Estaba destinado a generar grandes cambios en la curia, en medio de un mundo lleno de dudas y enfrentamientos. Entre sus planes figuraba una reconfiguración de las finanzas del Vaticano, algo que quedó trunco.

Esos proyectos -sobre todo los que implicaban a la Instituto de Obras de Religión (IOR)- fueron los que despertaron todo tipo de teorías en torno a su deceso. Pero un manejo poco transparente también pudo ser combustible para los amantes de las conspiraciones.

Nunca se conoció cuáles eran los papeles que Juan Pablo I tenía en sus manos al momento en que se descubrió su cuerpo sin vida (Interfoto)

 

Las versiones comenzaron a contradecirse. Por un lado su hermano, Eduardo Luciani, confirmó que Albino padecía complicaciones cardiovasculares desde hacía 15 años, pero que estaban controladas. “Su médico, después de la elección papal, dijo que no había peligro de complicaciones”, dijo.

Pero fue quizás la falta de concreción de una autopsia lo que alimentó las especulaciones y las sospechas. El artículo 17 de la Constitución Apostólica impide que se practique sobre el cuerpo de un pontífice un examen postmortem de este tipo. Sin embargo, hubiera sido determinante para descartar un posible envenenamiento, la teoría que comenzó a circular por todo el mundo.

Un editorial del Corriere della Sera fue terminante: “¿Por qué decirle no a la autopsia?”. Para el periódico -de gran influencia en la opinión pública italiana- saber la verdadera causa de la muerte de Juan Pablo I llevaría tranquilidad al mundo y posibilitaría conocer un “hecho histórico”. Pero los máximos cardenales vaticanos se negaron. No querían alimentar lo que ellos llamaban “rumores sin fundamentos”, según recordó el diario ABC de España.

El cardenal Silvio Angelo Pio Oddi fue uno de los que más se opuso a alimentar las teorías conspirativas sobre la muerte del máximo prelado. Reconoció que pudo haber “cierta negligencia, ya que durante la cena el Papa dijo que sentía dolor”. Nueve años después, esa versión sobre los dolores en el pecho de Luciani serían ratificados por otro de sus secretarios privados, Diego Lorenzi.

“Hacia las ocho de la tarde de aquel día, el Santo Padre se detuvo en el umbral de la puerta que comunicaba con el estudio donde yo trabajaba con el padre Magee, mi colega de la secretaría papal, y dijo: ‘Es extraño, siento pinchazos y dolores en el pecho’. Las palabras del Papa nos llamaron la atención, a mí y al padre Magee. Si un médico hubiese estado presente, habría dicho: ‘Aquí hay un infarto en acecho’. Yo no soy médico, mis conocimientos científicos eran modestos. Pero todo está documentado. Después de decirnos aquello, el Papa fue a cenar, y hacia las nueve menos cuarto mantuvo una conversación telefónica con el cardenal Colombo, arzobispo de Milán”, relató Lorenzi.

El secretario del Papa prosiguió su narrativa sobre aquellos días en tinieblas: “Cuando terminó, apareció de nuevo en nuestra habitación, y el padre Magee le dijo: ‘Si tiene necesidad de nosotros, pulse el timbre y vendremos enseguida’. En realidad ya nadie volvió a ver vivo al Papa. Por la mañana, monseñor Magee lo encontró muerto en la cama. Algunos afirman que tenía en la mano unos folios con unos nombramientos: (Giovanni) Benelli como secretario de Estado, (Agostino) Casaroli como arzobispo de Milán, (Pericle) Felici para vicario de Roma y (Ugo) Poletti como arzobispo de Florencia. En realidad, no hay confirmaciones de este punto y parece difícil que el Papa Luciani, que cuando estaba en Venecia meditaba mucho sus decisiones, estuviese a punto de realizar unos cambios tan importantes sólo un mes después de su elección. El diagnóstico oficial fue de paro cardiaco, y no se hizo la autopsia para no romper la costumbre del Vaticano en la muerte de un Papa”.

“Después de consultar a todos los cardenales que estaban en Roma, decidimos no hacer la autopsia porque no había ninguna necesidad y se corría el riesgo de dar lugar a insinuaciones que solo merecen desprecio. Quince años después estoy convencido de que hicimos muy bien. En el Vaticano nadie ha tenido nunca ninguna sospecha sobre la muerte de Luciani”, dijo Oddi años después, , descartando las especulaciones sobre un asesinato.

El papa Juan Pablo I con quien sería su sucesor, el por entonces cardenal Karol Wojtyla en 1978 (RealyEasyStar)

 

Magee recordó, tiempo después, una profecía que le había confiado su jefe pocos días antes de morir: “Yo me marcharé y el que estaba sentado en la Capilla Sixtina en frente de mí, ocupará mi lugar”. El día de su elección, frente al italiano estaba nada menos que un cardenal polaco: Karol Józef Wojty?a.

Los años siguientes sirvieron para regar de complots su partida. Desde que había sido envenenado por agentes de la KGB con una jeringa, hasta que en verdad había sido encontrado en su escritorio por una de las monjas que lo asistían. También una, más desconcertante: en verdad sí se le había realizado una autopsia, aunque el resultado nunca vio la luz.