Todo ello ayuda a comprender el necesario apoyo internacional a la causa democrática de Venezuela, para que ésta pueda lograr la superación de la hegemonía y abrir una etapa de cambio para el bien común. El fanatismo de los voceros del oficialismo, y del paraoficialismo, es decir, supuestos opositores que se dedican a hacerle el juego a los mandoneros del poder, es de tal frenesí, que cuando alguien osa hablar del apoyo internacional, entonces es señalado como traidor a la patria. Pocas cosas tan absurdas y ridículas. Un demócrata venezolano debe estar orgulloso del historial de respaldo de Venezuela al establecimiento de muchos sistemas democráticos en países de América Latina y el Caribe, sojuzgados por dictaduras de derecha o de izquierda.
Por lo tanto, si un pueblo tiene plena legitimidad política para solicitar el apoyo requerido a la comunidad democrática internacional, ese pueblo es el venezolano. Nuestra lucha no se limita a rechazar un régimen opresivo y corrupto que impera en el territorio nacional. No. Nuestra lucha es para reivindicar la soberanía, ante la invasión nada silenciosa de Estados extranjeros e instancias foráneas de naturaleza político-militar-delictiva –de acuerdo con el derecho internacional– que depredan nuestros recursos y encuentran santuario e impunidad en las llamadas “autoridades” nacionales, que ni son autoridades porque son usurpadoras, ni tampoco nacionales porque los que mandan al final, hablan español con otros acentos, o chino, o ruso, o iraní, etcétera.
Lucho para que los venezolanos seamos los árbitros de nuestro destino, en democracia y desempeño soberano, en el contexto inevitable y aprovechable de la globalización. Y para que eso deje de ser una bandera de lucha y se convierta en una realidad, es indispensable el apoyo internacional; sea humanitario, sea político, sea institucional, sea económico, siempre de conformidad con la Constitución formalmente vigente, y los tratados válidamente suscritos, en especial en materia de protección de los derechos humanos. Ese apoyo internacional debe ser antes, durante y después del cambio para el bien común. Y para que sea eficaz, tiene no solo que fundamentarse en la catástrofe nacional, sino en la protesta y movilización social, conducida políticamente por dirigentes venezolanos de compromiso decidido por la reconstrucción de Venezuela.