Los resultados de la elección presidencial en EE.UU. desinflan, convenientemente, el globo de expectativas –a punto de reventar- de bastantes venezolanos que soñaron que las palabras y twits del señor Trump se materializarían en una acción bélica liberadora.
Este episodio, como beneficio colateral, nos ayudaría también a regresar de nuevo a concentrarnos, todos, en nuestras propias potencialidades. A sacudir ese síndrome de dependencia que los estudiosos de la psicología bautizaron hace algunas décadas como el locus de control externo. Ese estado mental en el que no creemos poder cambiar una situación con nuestro propio esfuerzo, e incapaces de afrontar una realidad, confiamos a entes externos la posibilidad de triunfar en nuestras aspiraciones. Algo que llevado al extremo, sería la internalización de la impotencia aprendida.
Hasta el presente, no hemos hecho todo lo que teníamos que hacer, y mucho de lo realizado tampoco lo hemos hecho bien. Necesitamos una autocrítica que descorra el velo de la realidad y derivemos lecciones de nuestros propios errores. Pero no para buscar culpables, mucho menos para lanzarnos entre nosotros mismos epítetos y descalificaciones, que solo sirven de regocijo para el régimen usurpador y sus adláteres.
Es tiempo para explorar lo que no hemos intentado, para vencer el derrotismo de unos y sacudir la apatía de otros. Tiempo para la discusión de ideas y para la creatividad. Para movilizarnos colectiva y unitariamente. Para que ante cualquier propuesta que no compartamos tengamos una alternativa, pero no un rechazo lapidario.
Ahora mismo está sobre la mesa la convocatoria de una Gran Consulta Popular en diciembre. Será nuestro reto al fraude electoral parlamentario y su condena por la voluntad mayoritaria de la sociedad. Esperamos que todo venezolano democrático, a menos que tenga algo mejor que proponer, se sume entusiasta a esta importante acción que será la primera y única gran movilización de este 2020.