La pandemia acentuó las limitaciones que ya existían en las escuelas indígenas de Ciudad Guayana

En las escuelas indígenas de Caroní, en el estado Bolívar, iniciaron clases en medio de dificultades agravadas por la pandemia de COVID-19 y un restringido acceso a beneficios alimenticios como el Programa de Alimentación Escolar (PAE).

Por Laura Clisánchez / correodelcaroni.com





En la escuela Nobotomo Kokotuka, de la comunidad indígena La Riviera en el centro de Puerto Ordaz, el seguimiento de las clases es un reto por las pocas posibilidades de traslado de los docentes, pese a que la escuela queda dentro de la comunidad.

En medio de la limitación, algunos miembros de la comunidad han asumido el rol de educadores, explicó uno de los maestros, Regni Bastardo, hijo del cacique de la comunidad.

Las clases presenciales son clave en la comunidad porque la mayoría de los representantes de los niños son analfabetos y tienen dificultades para apoyarlos con las asignaciones. “Al inicio se estaba planteando que los niños pudiesen hacer sus actividades en sus casas con el apoyo de sus padres, pero nosotros no tenemos las mismas condiciones que una escuela regular, ellos necesitan el apoyo de docentes”, manifestó Bastardo.

Para las comunidades indígenas la educación a distancia es imposible per se, por lo que emplean el método semipresencial. En Nobotomo Kokotuka la revisión de tareas es dos veces a la semana.

La otra dificultad que se presenta es la misma que ocurre en las escuelas regulares: el acceso limitado a internet y datos móviles. “Muchos de los contenidos que vienen de la escuela principal cuesta recibirlos por la falta de internet o datos y eso también supone una dificultad, se nos dificulta ir al ritmo que nos están exigiendo; sin embargo, lo logramos”, expresó.

El maestro comentó que con frecuencia debe pedir a sus vecinos internet prestado para bajar los contenidos de la clase.

Para esta escuela con una matrícula de seis niños en educación básica es necesario también el PAE, tomando en cuenta que los niños crecen en familias desplazadas que viven del día a día y no siempre tiene comida sobre la mesa. El PAE solo entrega en este sector el alimento Nutrichicha, pero desde inicios de este año escolar no han recibido el beneficio. Los alimentos más completos solo se entregan en escuelas con matrícula más numerosa.

Limitaciones agravadas en Cambalache

En Caroní hay cinco comunidades indígenas waraos, y solo tres de ellas tienen colegios rurales para los niños.

Entre ellas también está la escuela básica Nabaida, ubicada en Cambalache, una comunidad remota de Ciudad Guayana.

En esta unidad educativa no han podido cumplir siquiera con las clases semipresenciales, pues la mayoría de las docentes viven a las afueras de la zona rural. “Podemos decir que se siguen enfrentando las mismas limitaciones que hemos padecido desde hace mucho antes de la pandemia solo que ahora pareciera que se agravaron y empeoraron sin poder dar soluciones o alternativas”, lamentó Kevin Fuente, uno de los voluntarios que asiste a la comunidad.

En el primer período de marzo a julio, las clases se suspendieron por completo en la comunidad. En el período que inició en septiembre, las maestras han podido asistir pocas veces a la comunidad por falta de transporte aunque deben asistir al menos tres veces a la semana en semana de flexibilización.

Solo una de las cuatro docentes puede asistir con mayor regularidad, por vivir relativamente cerca de la comunidad, y es quien recibe el peso del año escolar.

Tampoco se cumple con el programa bilingüe.

Fuente informó que a pesar de las limitaciones, reciben el beneficio del PAE; por lo general, arroz con caraotas o pasta con zanahoria rallada. “La alimentación que se recibe es muy mínima, por lo general sin cárnicos”, manifestó el voluntario.

Fuente explicó que es difícil establecer qué ha empeorado durante la pandemia porque la institución nunca ha recibido algo mejor de lo que tienen ahora, “es que no hemos recibido una atención concreta con soluciones visibles por parte de las entidades gubernamentales que tienen competencia en el problema educativo y social que sufrimos como pueblo indígena”, dijo.

La escuela nunca ha tenido una infraestructura propia, por lo que utiliza un espacio prestado, una especie de cancha. Además, hay pocos pupitres para una matrícula de 196 niños y las pizarras deben compartirse con dos o tres grados más.

“Con suerte algunos padres logran comprar a sus hijos uno o dos cuadernos para que puedan recibir las clases, pero por los momentos la escuela no ha sido abastecida por ningún medio para garantizar las clases durante la cuarentena y ha estado casi paralizada desde que inició”, afirmó.

Una ventana para el desarrollo

Las comunidades indígenas asentadas en Ciudad Guayana provienen de los caños del Delta del Orinoco y otras zonas de los estados Delta Amacuro y Monagas. La migración de los waraos hacia Ciudad Guayana inició en los años 60, con el cierre del caño Manamo del río Orinoco, un proyecto de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG) para habilitar espacios para la agricultura tras el crecimiento demográfico de esos años por el auge industrial.

El proyecto nunca funcionó y las tierras no pudieron aprovecharse por la alteración ambiental que produjo el cierre. Los suelos y el agua se salinizaron. Esto también significó una alteración en las formas de vida de los indígenas que ahí habitan desde hace milenios y sus actividades de subsistencia, como la caza, la pesca y la agricultura.

Muchos se instalaron en urbes como Ciudad Guayana para sobrevivir al hambre y buscar otras fuentes de trabajo.

La educación juega un papel clave en las comunidades indígenas urbanas porque son una ventana para el desarrollo humano que les permite a los indígenas adaptarse a su entorno y crear iniciativas para superar los desafíos que impone su situación socioeconómica, luego de ser despojados de sus tierras ancestrales.

“Mi motivación es que aunque estamos en condiciones precarias y tenemos muchas necesidades de servicios básicos como agua, electricidad y alimentación, creo que la educación es una herramienta que nos permite desenvolvernos en una sociedad muy distinta a nuestra cultura, permite que no tengamos esa dificultad para entablar relaciones con personas, que podamos buscar mejorías para nuestra comunidad, que seamos agentes de cambio para solventar situaciones”, manifestó Bastardo.

De ahí la importancia de reforzar el sistema educativo de estas comunidades indígenas y proporcionar las herramientas necesarias para garantizar la educación en tiempos de alarma sanitaria.