José Ignacio Cabrujas: Las delicias de la inteligencia, por Gustavo Coronel

José Ignacio Cabrujas: Las delicias de la inteligencia, por Gustavo Coronel

Gustavo Coronel

Hace unas semanas me llegó un documento que he disfrutado profundamente, sobre todo porque ha llegado en momentos de terrible soledad y desesperanza. Se trata de una larga entrevista hecha a José Ignacio Cabrujas en 1987 por un grupo de redactores de la revista Estado y Reforma. Leer esta extensa entrevista de 26 páginas es como encontrarnos con un bello oasis, lleno de frescura y verdor, en la mitad del desierto. Que delicia poder recordar que no hace mucho tiempo Venezuela tuvo un ciudadano tan brillante como Cabrujas, capaz de analizar con elegancia, sentido del humor y claridad de cristal lo que era Venezuela. Leyendo esta entrevista me doy cuenta de que, ya para ese momento, en el cual era presidente el Dr. Jaime Lusinchi, la sociedad venezolana estaba preparándose para su futura desintegración espiritual, económica y política, la cual llegaría de las manos del paracaidista de Barinas.

 La entrevista tiene el título: “El Estado del Disimulo” y puede leerse en su totalidad en este link: https://politikaucab.files.wordpress.com/2014/10/cabrujas-1987-el-estado-del-disimulo.pdf

 Estos son algunos de sus tesoros:





JIC: “Venezuela es un país provisional. La sensación que uno tiene cuando viaja al Perú o a México y observa las edificaciones coloniales, –palacios de gobierno, cuarteles, catedrales, inquisiciones, es decir, las formas arquitectónicas del Estado–, es de permanencia y solidez… Quien hizo la Catedral de México, además de edificar un concepto, pretendió exactamente levantar un templo perdurable y asombroso. Por el contrario, cuando uno entra en la Catedral de Caracas, termina por entender donde vive. La Catedral de Caracas es un parecido, un lugar grande, relativamente grande, todo lo grande que podría ser en Venezuela un lugar religioso, pero al mismo tiempo se trata de una edificación provisional que forma parte del “más o menos” nacional. Uno siente ese “más o menos” en la artesanía de los racimos de uvas, corderos pascuales, triángulos teologales o sandalias de pastores. Uno comprende que alguien levantó esa catedral “mientras tanto y por si acaso”.

Cabrujas comparte esta calificación de Venezuela como estado provisional con algunos otros intelectuales venezolanos, en especial Arturo Uslar Pietri, quien habló con frecuencia de nuestro bajo sentido de identidad nacional. De acuerdo a esta manera de ver al país Venezuela ha sido un campamento minero, un lugar donde se está de paso.

JIC: “Quién sabe si al campamento le sucedió lo que suele ocurrirle a los campamentos: se transformó en un hotel…. cuando me alojo en un hotel no pretendo transformar sus instalaciones, ni mejorarlas, ni adaptarlas a mis deseos. Simplemente las uso. No vivo en un lugar, me limito a utilizar un lugar…Este es su hotel, disfrútelo y trate de echar la menos vaina posible”, podría ser la forma más sincera de redactar el primer párrafo de la Constitución Nacional”.

Ese atisbo apunta a nuestra carencia de sentido de pertenencia. Estamos viviendo en un hotel, no en un hogar. En algunos momentos de nuestra historia el hotel ha sido magnífico, en muchos otros momentos ha sido desastroso. Los huéspedes lo han disfrutado o han sufrido al vivir allí pero pocos piensan en el como un hogar, es un sitio arrendado.

JIC: “redactar una Constitución fue siempre en Venezuela un ejercicio retórico, destinado a disimular las criadillas del gobernante. En lugar de escribir “me da la gana”, que era lo real, el legislador por orden del déspota, escribió siempre “en nombre del bien común” y demás afrancesamientos por el estilo. El resultado es que durante siglos nos hemos acostumbrado a percibir que las leyes no tienen nada que ver con la vida”.

Hemos estado viviendo una mentira, aceptada en silencio por todos. Es mucha la gente poca educada que ni siquiera se ha dado cuenta de la brecha insalvable que existe entre nuestra realidad y las constituciones. Tomemos, por ejemplo, la actual constitución, la de Chávez en 1999. Son 350 artículos extremadamente prescriptivos, en los cuales el estado  “garantiza” a los venezolanos lo que nunca ha garantizado, porque no sabe cómo hacerlo, ni tiene los recursos ni las políticas adecuadas para hacerlo. Habla de garantizar    a todos los venezolanos una alimentación sana, transporte adecuado, seguridad social, educación de calidad, igualdad de tratamiento ante la ley, honestidad en la función pública. Y esta es una mentira que nadie denuncia, en la cual todos viven inmersos.

Hablando sobre la tendencia igualitaria del venezolano, Cabrujas sugiere que es una igualación hacia abajo, no hacia arriba, mediante la cual para los venezolanos no existen los González sino los Gonzalitos.

JIC: “la boleta que el fiscal te debe entregar de acuerdo a las disposiciones del tránsito es en el fondo una agresión personal. No es que tú faltaste. Es que tú le caíste mal al fiscal. Es que el fiscal es un antipático, un desgraciado, que ese día se levantó de mal humor porque anoche quién sabe lo que comió ese muérgano que la pagó conmigo. De ahí que la corrupción sea un establo habitual, yo diría que normal, en ese inmenso tejido de situaciones cotidianas donde necesitamos dialogar con el Estado convertido en fiscal de tránsito, o en escribiente de tribunal, o en secretario de notaría, o en enfermera de los Seguros Sociales. Los procedimientos no persiguen en este país aligerar los procesos. Por el contrario: casi siempre se trata de verdaderos obstáculos que no tienen nada que ver con mi vida. El funcionario es mi enemigo cuando se pone pesado, es decir, cuando cumple con las normas… Por eso, en Venezuela, todo funcionario público o es un delincuente o es un antipático”.

Lo que hubiera podido ser, en una versión positiva, un acentuado sentido de solidaridad, se convierte en complicidad, en la pretensión de que todos somos igualmente astutos y aprovechadores.  Lusinchi decía : “Tu a mí no me jodes”.

JIC: “Casi todos nuestros compatriotas piensan “honestamente” que el Presidente, sea quien sea, llámese como se llame, es un ladrón. O es más o menos un ladrón. Si un hombre llega a Miraflores, es necesariamente “lógico” que se dedique a robar. Si no lo hace, pertenece a la categoría de los “inexistentes”, al limbo del 10 “paradigma”. Desde luego, no nos gusta que el Presidente robe. No nos gusta. Lo damos por hecho. Puede ser que nos quejemos amargamente de la corrupción gubernamental, de tal o cual pillo que se robe un dinero, pero la damos por hecho. “Todos los políticos son unos bandidos”. “Todos los políticos son unos corruptos”. “Todos los políticos son unos ladrones”. Eso es lo que realmente pensamos. El corrupto no es un ser excepcional. El corrupto es un ser lógico, sostenido por una relación de causa y efecto. El corrupto es “la norma”. El hombre honesto o es un pendejo o es simplemente una excepción lujosa.

La razón subyacente a esto que asevera Canbrujas es que la educación del venezolano promedio no le permite vivir en obediencia a las normas y las leyes, para lo cual sería necesario un nivel ciudadano que solo una minoría posee. Entonces, la sociedad se conforma con rebajar sus estándares al nivel de lo que la mayoría puede ofrecer. Y para esto, se necesita crear una ficción según la cual la corrupción es mala pero es inevitable. Todos son corruptos es una manera de decir que yo también tengo que serlo, por necesidad.

JIC: “Un ciudadano inglés, un italiano, un sueco, no espera “milagros” del Estado. A eso se reduce lo que se llama “madurez política”. A no esperar demasiado del Estado. Los parámetros de las sociedades europeas son previsibles. Inglaterra se mueve dentro de una relativa prosperidad y una relativa pobreza desde hace un montón de años….Para Margaret Thatcher es relativamente sencillo convocar a los ingleses y decirles: “Miren, la situación es muy difícil. No prometo prosperidad, no prometo multiplicar los panes y los peces. Prometo dificultades, peligros de todo tipo, y prometo un empeño en tratar de salir adelante. Prometo seriedad. Tal vez vamos a decaer. Tal vez vamos a vivir peor. Pero, prometo que voy a tratar de hacerlo lo mejor posible”. –De ellos a nosotros, de lo ideal a lo concreto: –Imaginemos que un político venezolano diga algo parecido en una campaña electoral. Imaginemos un candidato que nos hable de imposibilidades, de limitaciones, de realidades. Un candidato que no nos prometa el paraíso es un suicida. ¿Por qué? Porque el Estado no tiene nada que ver con nuestra realidad. El Estado es un brujo magnánimo, un titán repleto de esperanzas en esa bolsa de mentiras que son los programas gubernamentales”.

Cabrujas tiene razón al decir esto, con las contadas excepciones en las cuales un López Contreras, Medina Angarita o Rómulo Betancourt le hablaban al país como un estadista, con espíritu didáctico, sobre la realidad del país. O como cuando CAP II quiso rectificar su primer gobierno pero el país, ansioso de mentiras, como en la canción “Miénteme Más” que nos cantaba Olga Guillot,  lo sacó malamente poder. De resto todo ha sido mentira, payasadas y populismo destructor.

Y así va Cabrujas, en esta entrevista, desmenuzando nuestros mitos, nuestros líderes, vapuleando nuestra historia en lo que tiene de aldeana y grandilocuente.

Cabrujas se nos presenta como un oasis en el desierto de la mediocridad que luego haría explosión en el siglo XXI venezolano. Si Herrera y Lusinchi le producían tanta tristeza, Cabrujas no hubiese podido sobrevivir a Chávez y a Maduro.