Gustavo Coronel: Un nuevo día de acción de gracias

Gustavo Coronel

Hoy se celebra en los Estados Unidos el día de acción de gracias. Es una bella costumbre que tuvo su origen en un encuentro gastronómico entre los peregrinos que llegaron a la costa este de los Estados Unidos y un grupo de unos 90 indígenas liderados por el cacique Masasoit, quienes aportaron cuatro venados al festín celebrado en 1621. La historia es imprecisa sobre si se comió o no pavo en esa ocasión pero lo importante es que, a través de los años, el significado de ese día se ha convertido en algo más amplio y más profundo, en una ocasión para dar las gracias a todos quienes nos rodean y nos han ayudado a ser felices.

Este año doy las gracias una vez más por todo que tengo, el mutuo amor de mis hijos y mis nietos, de mis sobrinos y primos, el afecto y la solidaridad de mis amigos, el bello y pequeño refugio donde vivo, los libros que me rodean, el laptop TOSHIBA Portage, en el cual escribo, el cual ya tiene 10 años lavando mejor su ropa, la sopa de espinacas con curry que venden en el Whole Foods de la esquina, la sabrosa comida que me traen mis amigos venezolanos, la extraordinaria vodka que me da Pedro, el jambox que me regaló Moisés cuando cumplí 80 años, las constantes conversaciones y buenos deseos de mis amigos venezolanos.

Doy gracias también por la naturaleza que me rodea. Hoy, como un regalo muy especial, tenemos un día soleado, más que claro, brillante, con una temperatura propia de la primavera que del otoño, un día para levantar un tanto la pesada carga de pesadumbre que embarga a la humanidad por el implacable virus que la azota, un día en el cual el calorcillo del sol eleva los ánimos agobiados de tanta tragedia.





Y gracias muy especiales por haber tenido tantos años felices (62 de matrimonio + 3 de intensa amistad previa) con mi Marianela. Ahora no está ya físicamente a mi lado pero la siento rodeándome de ternura. Todos los hombres deberían tener la felicidad que yo tuve con Marianela a mi lado. Todos los hombres deberían tener su Dulcinea. Ahora que ya no puedo compartir con ella cada momento del resto de mi vida, si puedo vivir esos momentos para honrarla, como hacia Don Quijote cada vez que salía en búsqueda de aventuras.