La UE: un Brexit generoso, por Luis Xavier Grisanti

La UE: un Brexit generoso, por Luis Xavier Grisanti

En la víspera de la Nochebuena, la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Úrsula Von der Leyen, y el primer ministro británico, Boris Johnson, anunciaron haber alcanzado un Acuerdo de Cooperación y Comercio (libre comercio) entre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y la Unión Europea (UE), vigente a partir del 1 de enero de 2021 (ver nuestro: Brexit: Inglaterra sin Europa, RCL, 07.02.2020).

Fue una tortuosa y larga negociación entre un Reino Unido cuyas mayorías se arrepintieron del demagógico referendo de 2016 (sólo un 38% de los ingleses aprueba hoy la salida de la UE), y una paciente Unión Europea de 27 países que se resistía a la visión que siempre tuvieron algunos británicos victorianos sobre su presencia en el sistema de integración europeo desde hace 47 años: beneficiarse de la zona de libre comercio, del arancel externo común y del mercado único de más de 500 millones de personas con un alto poder adquisitivo, sin ninguna o pocas de las obligaciones de pertenecer a una unión económica de Estados-Nación. Aquel año, una feroz campaña dirigida por políticos populistas hizo que una escuálida mayoría del 52% de los votos escrutados sellara la salida de la UE.

Ha sido generosa la Europa de los 27 al concederle al gobierno de Johnson, uno de los principales promotores del Brexit, el ingreso de sus mercancías al mercado único europeo con cero aranceles y sin contingentes, por primera vez desde la firma del Tratado de Roma en 1957. Inglaterra ha logrado, además, que la cuota de pesca en sus mares sea reducida en un 25% para los pescadores del continente. El no haber alcanzado un acuerdo habría sido devastador inclusive para la economía mundial en medio de la pandemia del coronavirus; pero sobre todo para la economía inglesa, y las bolsas de valores del mundo se habrían desplomado.





No deja de ser también una concesión de la UE el evitarle al Reino Unido la crónica de un conflicto anunciado con Irlanda del Norte, de haberse materializado la separación en su frontera con la República de Irlanda (que permanece en la UE). Ello pudo haber puesto en peligro los acuerdos de paz del Viernes Santo (1998): los irlandeses del norte preservarán de facto el acceso al mercado único europeo. Y ni se diga de atizar a los escoceses, quienes votaron abrumadoramente contra el Brexit en 2016. Así que vemos ahora a la Europa comunitaria, tan denostada por los populistas británicos, enmendándole la plana a los propios políticos que no se han dado cuenta de que la Reina Victoria falleció en 1901 y sus colonias se independizaron en el siglo XX.

Inglaterra tenía mucho más que perder si no se hubiese logrado el acuerdo. La UE es el principal mercado del Reino Unido: 47% de sus exportaciones de bienes y servicios y 52% de sus importaciones se realizan con el mercado único comunitario. En contraste, sólo el 4% de las exportaciones de la UE y 6% de sus importaciones se intercambian con Inglaterra. No es deleznable el comercio total entre ambos mercados, el cual ascendió a US$ 910 millardos en 2019; pero un acuerdo de libre comercio siempre será inferior a un mercado único para cualquiera de sus miembros.

La Unión Europea pudo haber sido más severa y menos condescendiente con los ultranacionalistas del otro lado del Canal de La Mancha. El contraste en el tamaño de sus economías daba a la UE una amplia ventaja en la negociación. El PIB del Reino Unido es de US$2,63 billones, un 16,8% del de la UE, el primer bloque económico del mundo (US$15,6 billones, FMI). Pero el negociador francés, el veterano ex-comisario, Michel Barnier, tuvo que hacer de tripas corazón ante los desplantes de los adláteres del señor Johnson. La paciencia de Angela Merkel y de Emmanuel Macron fue la pieza fundamental de la cuadratura del círculo.

Los negociadores de Boris Johnson jugaron tanto en la retórica y como en los hechos con la peligrosa noción de que poco les importaba un Brexit duro, es decir, un divorcio sin acuerdo el 1ro de enero. Las desavenencias públicas se mantuvieron hasta la víspera, pese a la prudencia de Barnier. La fecha del fin se acercaba peligrosamente y los representantes del No. 10 de la Calle Downing de Londres se arriesgaron a dejar que el tiempo transcurriera para obtener imposibles concesiones.

Para algunos, la estrategia de Johnson resultó victoriosa; para otros, la victoria es pírrica porque el pecado original no está expiado: el haber realizado un referéndum que a la larga perjudicará más a Inglaterra que a la Europa comunitaria. No es una exageración la afirmación del ex eurodiputado español del Partido Popular, Alejo Vidal-Quadras, cuando exclamó en su cuenta twitter“!qué inmenso disparate ha sido el Brexit!,” al apreciar el vigoroso comercio entre el continente y Gran Bretaña.

Los especialistas han comenzado a señalar las falencias del acuerdo, más allá del hecho de que los ingleses perderán el derecho a la libre circulación en el continente, luego de fijarse restricciones al ingreso de europeos al Reino Unido. El principal de los perjuicios es económico: el PIB inglés se reducirá en un 4% como consecuencia del Brexit, frente al nivel que habría alcanzado de mantenerse dentro de la UE, según la organización independiente Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (Office for Budget Resposibility),

En lo referente a acceso a mercado, si bien se instaurará una zona de libre comercio, el lograr cero aranceles para las exportaciones inglesas representa una desmejora respecto de los privilegios de ser un miembro de pleno derecho de la UE. Los exportadores ingleses tendrán que someterse a regulaciones de aduana, calidad y normas veterinarias y fitosanitarias más estrictas que garanticen un “campo de juego igualitario” (“level playing field”) frente a los beneficios de que disfrutaban dentro de la UE. Según la revista inglesa The Economist, el convenio es fuerte en el comercio de bienes y débil en el de servicios, que es el sector que más crece en el comercio mundial y representa hoy en día el 80% de la economía británica.

Las deficiencias no son sólo de acceso a mercado por abandonar el arancel externo común y el mercado único europeo (libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas): a pesar de que Inglaterra ha homologado, a partir del 1 de enero de 2021, la mayoría (58 hasta la fecha) de los más de 40 tratados de asociación y libre comercio suscritos por la Unión Europea con más de 70 países, los analistas consideran que los convenidos con otros socios comerciales (China, EE.UU. e India), no contienen mejores ventajas comerciales que las ya existentes para los 27 miembros de la UE.

Si bien hay cláusulas relativas al trato a inversiones, el efecto del Brexit ya ha perjudicado al Reino Unido: $1,6 billones (trillones anglosajones) de activos y 7.500 empleos directos han sido transferidos de Inglaterra al continente europeo, sólo en la industria de los servicios financieros, pese a ser Londres uno de los centros neurálgicos de la banca mundial.

El nuevo convenio no prevé disposiciones para la transferencia de información en los intercambios comerciales futuros. Inglaterra quedará fuera de los programas Galileo (satélites) y Eramus (intercambio de estudiantes). No queda clara la participación de los británicos en el programa comunitario Horizontes (investigación y desarrollo). El Reino Unido tampoco tendrá acceso al Sistema de Información Schengen (SIS, data fronteriza para vigilancia policial y flujo de personas).

No se contemplan disposiciones para la cooperación en materia de política exterior, la cual es constitucionalmente unificada dentro de la UE, conforme al Tratado de Maastricht de 1992. Más aún, señala The Economist, existen pocos preceptos sobre seguridad interna, uno de los pilares esenciales de la integración europea, pues el acceso a la base de datos sobre seguridad y al sistema de policía de la Europol y de justicia EuroJust, será más restringido para los ingleses, perdiendo el país el derecho, anteriormente sin limitaciones, de hacer uso de los autos de detención comunitarios (European Arrest Warrants).

Uno tiende a pensar que los países desarrollados no cometen errores porque la educación y la cultura, la solidez de sus instituciones democráticas y la madurez de sus economías de mercado garantizan la ecuanimidad de sus pueblos a la hora de tomar decisiones trascendentales por medio del sufragio universal. No ha sido así en el caso del Brexit. El pueblo llano inglés, apabullado por una campaña populista de alto calibre, fue llevado a decidir sobre un caprichoso divorcio de la Unión Europea que le es ostensiblemente desfavorable.

No es que le falten críticas al a veces excesivamente burocrático y estatista sistema de integración europeo; pero las bondades de la integración siempre superarán en bienestar socioeconómico las ofertas retóricas de los ultranacionalistas que ven en el aislacionismo una falsa defensa de la soberanía. La prédica de que cualquier arreglo es mejor a ningún acuerdo probará ser equívoca y el slogan Reino Unido global no será suficiente.

@lxgrisanti