Yoani Sánchez: La peligrosa estrategia del aprieta y afloja

Da media vuelta y se va con las manos vacías. La anciana se ha acercado a la empleada de una panadería estatal en una populosa calle de El Cerro para preguntarle, casi en un susurro, si le puede vender el pan a mitad de precio, pero la dependiente es inflexible. “Nos tienen vigilados, mi vieja”, le dice y detrás de su hombro un cartel señala que el producto racionado se vende a un peso desde el 1 de enero, veinte veces el valor que tenía hasta el año pasado.

Siete horas después, la misma trabajadora recoge buena parte de los panes que se han quedado sin vender porque muchos de los vecinos de la barriada no pueden o no quieren pagar el nuevo precio por un producto de pésima calidad y reducido tamaño. Una mujer aprovecha para comentarle a otra que “si la cosa sigue así van a tener que echar para atrás también esta medida y rebajar un poco”, como las autoridades hicieron con la tarifa eléctrica y las bolas de helado de Coppelia.

Hace unos años era impensable que una medida tomada por el Gobierno fuera ajustada o aminorada poco después de anunciarse. En los años en que un señor de barba y voluntarismo extremo dominaba la escena pública de este país, los decretos se aplicaban a rajatabla y las decisiones tomadas en su despacho se ponían en marcha con una obstinación que llevó al país a varios precipicios con sus correspondientes traumáticas caídas.





Ahora, quizás por oportunismo o como una manera de parecer que escuchan más a la población de lo que realmente hacen, a los dirigentes cubanos les ha dado por anunciar segundas partes o revisiones en decisiones previamente mostradas como muy estudiadas e impostergables. Los más escépticos señalan en esta actitud el mismo cinismo del verdugo que reconforta a la víctima asegurándole que solo le asestará un corte con su afilada hacha en el cuello, en lugar de dos o tres.

Así que en los últimos días hemos visto como el kilovatio pasó del nuevo precio de 0,40 pesos a costar 0,33 para los más bajos consumidores, y que la bola de helado en Coppelia se disparó a siete pesos para luego reajustarse a cinco. Tales vaivenes no han pasado inadvertidos para nadie. En cada cola y en cada esquina, los hay que se declaran conocedores de esas artimañas oficiales, sabedores de antemano de que la tarifa informada era solo un ardid y se enorgullecen de haberle advertido a sus conocidos de que todo era una maniobra para que la gente terminara alegrándose de una rebaja que en realidad era una subida.

Puede ser. Descifrar a un Poder que ha basado parte de su gestión en la falta de transparencia y el secretismo es como intentar preguntarle a las estrellas cuál será el precio que terminará costando una libra de boniato al final de este año.

Si todo fue un ardid para testear hasta dónde podía aguantar la población este paquetazo neoliberal, ese truco está creando un efecto secundario muy peligroso para el régimen. Como un músculo en desuso que empieza un día a ejercitarse y a probar nuevos retos de fuerza, los cubanos han leído también estos reajustes como pasos atrás que ha tenido que dar el oficialismo tras la avalancha de quejas de la ciudadanía. O sea, muchos han interpretado que el temor a perder el poder ha hecho que los hombres al mando del timón de la nave nacional ajusten unos milímetros el rumbo para complacer a sus fatigados y escuálidos marineros.

“Vamos a quejarnos en las redes, vamos a dejar de comprar el pan a ese precio para que tú veas como la semana que viene en la Mesa Redonda anuncian que le bajan el precio”, le decía la vecina de la barriada de El Cerro a su amiga cuando esta preguntaba por qué quedaba tanto pan a esa hora en el local estatal de la esquina de su casa. “Niño que no llora, no mama”, le recordó la otra.

Cuando empieza a calentarse el músculo de la protesta, las exigencias crecen y, finalmente, no hay quién lo pare.


Este artículo se publicó originalmente en 14ymedio el 9 de enero de 2021