Cómo fue la escandalosa reelección de uno de los dictadores más longevos del mundo

Cómo fue la escandalosa reelección de uno de los dictadores más longevos del mundo

El presidente de Uganda, Yoweri Museveni, llega a la apertura de la 33ª Sesión Ordinaria de la Asamblea de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Africana (UA) en Addis Abeba, Etiopía, el 9 de febrero de 2020 (REUTERS/Tiksa Negeri/File Photo)

 

Yoweri Museveni forma parte de un cuarteto muy exclusivo. Es uno de los mandatarios (no monárquicos) que lleva más tiempo en el gobierno de su país. En su caso, desde 1986. Si llega al final del mandato para el que acaba de ser reelecto, en 2026, el ex líder guerrillero de 76 años llegará a las cuatro décadas ininterrumpidas como jefe absoluto de Uganda.

Por infobae.com





Solo lo superan Paul Biya, que cumplirá este año 46 al frente de Camerún —primero como primer ministro, luego como presidente—; Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, que superó ya los 41 como presidente de Guinea Ecuatorial; y Hun Sen, que alcanzó en diciembre los 36 años como primer ministro de Camboya.

Los cuatro ganaron con justicia el título de dictadores. Ninguno de sus países es reconocido como una democracia por los observadores internacionales. Esencialmente, porque no está garantizado el requisito fundamental de esta forma de gobierno: elecciones con mínimos estándares de competitividad, en las que la oposición esté en condiciones de disputar el poder y de ganar cuando el gobierno pierde popularidad.

Museveni ofreció una muy buena demostración en Uganda. Los comicios del 14 de enero pasado —los sextos desde que se habilitó la “competencia electoral”, en 1996— habían despertado más expectativa de lo habitual por la irrupción de un contendiente muy popular por primera vez: Robert Kyagulanyi Ssentamu, más conocido como Bobi Wine. Pero más allá del entusiasmo alrededor de este cantante de reggae de 38 años, que en 2017 comenzó su carrera política como parlamentario, el resultado anunciado esta semana fue el mismo de siempre: Museveni fue declarado ganador por 58,6% a 34,8 por ciento.

Wine denunció que se produjo un fraude a gran escala y hay registro de múltiples irregularidades el día de la elección, al margen del condicionamiento absoluto que supone la campaña de represión y hostigamiento constante hacia cualquier forma de oposición. Para que a nadie se le ocurra sospechar que en Uganda hay una verdadera democracia, Wine permanece bajo arresto domiciliario desde el 14. Las fuerzas de seguridad rodean su propiedad y durante días no dejaron entrar ni salir a nadie. Tuvo que pasar una semana para que le permitieran a sus colaboradores llevarle comida.

“Por enfrentar y derrotar al general Museveni en una elección que amañó ostensiblemente ¡todavía estoy bajo arresto domiciliario ocho días después! Doy las gracias a todos los amigos de Uganda y del extranjero que siguen estando a nuestro lado, hasta que pongamos fin a esta indignidad. Uganda será libre”, tuiteó Wine el jueves.

Una mujer camina junto a los carteles electorales del presidente de Uganda, Yoweri Museveni, en una calle de Kampala, Uganda, el 12 de enero de 2021 (REUTERS/Baz Ratner)

 

Museveni está tranquilo. Obtuvo la reelección y encerró a su rival sin que se produjeran protestas significativas en el país. Su continuidad parece asegurada por mucho tiempo más. Pero cometería un error si se presume eterno.

“La tranquilidad de la jornada electoral hay que ponerla en relación con un periodo preelectoral muy violento en el que murieron al menos 51 partidarios de Bobi Wine cuando las fuerzas de seguridad intentaron sofocar disturbios después de que él fuera detenido por infringir la normativa vigente por el COVID-19?, dijo a Infobae Ragnhild Louise Muriaas, profesora del Departamento de Política Comparada de la Universidad de Bergen, especializada en procesos de democratización en África. “En las anteriores elecciones, la Policía también había atacado al principal contrincante de Museveni, que había sido Kizza Besigye. Pero lo chocante es que ahora las fuerzas de seguridad tomaron como objetivo a los seguidores. No sólo mataron a 51, sino que también hay 100 miembros de su partido que siguen en prisión”.

Todos los regímenes autoritarios necesitan de un mínimo de respaldo para mantenerse en el poder, y hay muchas señales de que el de Museveni es cada vez menor. A medida que pasa el tiempo y se profundiza la renovación generacional, crece el malestar social, el anhelo de un cambio político y la necesidad del gobierno de apelar a la violencia para evitarlo. Cuando eso sucede, el riesgo de terminar mal es muy alto para quienes aspiran a presidencias vitalicias. Sobran los ejemplos en el continente y en el mundo.

Elecciones con un solo resultado posible

Uganda es un país de 42,7 millones de habitantes, ubicado en la región de los Grandes Lagos de África, junto a la República Democrática del Congo, Malawi, Kenia, Ruanda, Burundi y Tanzania. Como muchos de sus vecinos, es una nación extremadamente pobre, con un PIB per cápita de 710 dólares y un Índice de Desarrollo Humano de 0,528, ubicado en el puesto 159 sobre 189 países.

Su historia de convulsión social y política es inseparable de los devastadores efectos de la colonización europea en el continente. Los años posteriores a la independencia, consumada en 1962, estuvieron marcados por guerras civiles y gobiernos militares. Milton Obote ganó las primeras elecciones de la historia, pero fue destituido en 1971 por un golpe militar perpetrado por Idi Amin, que lideró uno de los regímenes más sangrientos y demenciales del siglo XX, hasta su derrocamiento en 1979.

Museveni, que había recibido formación marxista y adiestramiento en tácticas guerrilleras con el FRELIMO en Mozambique, era el líder de una de las organizaciones armadas que invadieron Uganda para deponer a Amin, con el apoyo del Ejército de Tanzania. Obote regresó al poder en 1980, tras comicios muy cuestionados, y gobernó con niveles de violencia no muy diferentes de los de su predecesor.

Museveni también contribuyó a su caída en 1985. El sucesor fue Tito Okello, comandante militar que lideró un efímero golpe. Al año siguiente, el Movimiento de Resistencia Nacional (NRM) de Museveni derrocó a Okello y así comenzó una presidencia que, en sus primeros años, fue abiertamente dictatorial. Con el argumento de la guerra civil en curso por la acción de múltiples grupos insurgentes, prohibió los partidos y la política electoral durante diez años.

El gran mérito de Museveni es haber estabilizado a un país que estuvo décadas en permanente conflicto. Con todos sus potenciales enemigos derrotados y ya con pleno control del aparato estatal, se acopló al clima de época y habilitó el juego electoral en 1996. La apertura fue paulatina, para asegurarse de no correr ningún riesgo. En los primeros comicios no se habilitó la participación de partidos, sino de candidatos individuales.

En 2001, tras su primera reelección, Museveni reformó la Constitución para eliminar los límites a los mandatos consecutivos y, a modo de contrapeso, habilitó la competencia partidaria. Pero el acoso contra los opositores no cesó. Kizza Besigye, que había sido su amigo y que lo enfrentó en todas las elecciones hasta las de este año, en las que apoyó a Bobi Wine, fue arrestado numerosas ocasiones.

El músico, que se hizo famoso por sus canciones de protesta, tiene mucha llegada a los jóvenes de los barrios pobres de Kampala, la capital del país. Tiene un carisma y una capacidad de comunicación que lo hacen diferente de cualquiera de los adversarios que enfrentó Museveni en el pasado. Por eso, es víctima del acoso policial y judicial desde que decidió ser un político profesional.

En agosto de 2018, cuando iba a un acto de un candidato al que apoyaba para una elección local, el auto en el que viajaba fue atacado por miembros de las fuerzas de Museveni y el conductor murió de un disparo. El cantante fue arrestado, aunque durante algunas horas no se supo dónde estaba. Fue acusado de posesión ilegal de armas e incitación a la violencia ante un tribunal militar. Cuando lo llevaron a declarar tenía claros signos de haber sido golpeado.

Ante la creciente presión, retiraron los cargos contra el legislador, que fue liberado. No duró mucho afuera, porque en septiembre volvió a ser apresado, luego de que se le iniciara un juicio penal ante una corte civil. Salió en libertad bajo fianza poco después. Este tipo de prácticas, que se suman al control total de los medios de comunicación y de los organismos de control, hacen imposible una competencia política más o menos equilibrada.

A pesar de las intimidaciones, que continuaron sin parar, Wine anunció en 2019 su intención de ser candidato a presidente por la Plataforma de Unidad Nacional (NUP). Para extender el acoso a sus seguidores, la Policía notificó que no permitiría el uso de la boina roja que se convirtió en el símbolo distintivo del músico. Luego, con la excusa de la pandemia, cualquier acto suyo pasó a ser declarado ilegal.

“Los principales políticos de la oposición, como Bobi Wine y Patrick Amuriat, sufrieron un acoso constante por parte de la Policía”, contó a Infobae el periodista y consultor independiente ugandés Angelo Izama. “Colaboradores suyos fueron detenidos, golpeados y tiroteados, y hay informes de desapariciones y asesinatos. El Presidente pudo hacer campaña con más libertad, presentando varios proyectos de gobierno, mientras que las restricciones para la reunión de grandes multitudes por el COVID-19 se aplicaron selectivamente contra los candidatos opositores. Las elecciones no fueron justas ni libres”.

Con esos antecedentes se llegó al día de los comicios. Entre la gran cantidad de gente en el interior del país que apenas pudo escuchar el mensaje de Wine por la censura y por la imposibilidad de asistir a sus actos, y el miedo inyectado por el gobierno a cualquiera que muestre simpatías por él, podría haber sido suficiente para que Museveni gane apelando al poder de movilización que le otorga la maquinaria gubernamental.

No obstante, el mandatario prefirió no correr ningún riesgo el 14 de enero. Más allá de que todo lo que había hecho antes le auguraba una victoria, el Gobierno se encargó de que la votación fuera lo más opaca posible.

“En muchos colegios electorales, especialmente en las zonas rurales, no había agentes ni de Wine ni de otros candidatos de la oposición. También se ha informado de papeletas previamente marcadas a favor de Museveni junto a las autoridades electorales y, en algunas zonas, denunciaron que agentes de seguridad se llevaron urnas. Se entiende que la Comisión Electoral tiene las manos atadas, porque simplemente recibe órdenes de Museveni. Aunque en algunos lugares se cree que la votación fue tranquila y libre, especialmente en la región central, la gente siente cada vez más que Museveni ha utilizado el poder de las armas para declararse ganador”, explicó la antropóloga Katie McQuaid, investigadora de la Escuela de Geografía de la Universidad de Leeds y estudiosa de la realidad ugandesa, consultada por Infobae.

Para empezar, prohibió el acceso a la mayoría de los observadores internacionales y en muchos centros de votación no permitió la presencia de los fiscales de la oposición. Entre los excluidos estuvieron los veedores de la Unión Europea. Josep Borrell, jefe de la diplomacia de la UE, dijo que el uso excesivo de la fuerza y la ausencia de auditorías independientes alteraron todo el proceso electoral. Como si eso no fuera suficiente, el Gobierno dispuso un bloqueo total de internet en todo el país.

“El corte de internet desde la víspera de la elección hasta el lunes siguiente supuso un shock para muchos ugandeses y paralizó casi todos los sectores de la economía —continuó McQuaid—. Las redes sociales siguen bloqueadas y sólo se puede acceder a ellas mediante una VPN. Esto, en sí mismo, dice mucho sobre lo justos y libres que podían ser los comicios. La participación de los votantes fue extremadamente baja, y muchos, tras haber presenciado la violencia y la represión durante la campaña, creyeron que ganaría el oficialismo y por eso no votaron”.

Wine dijo tener evidencia de que en los centros de votación más alejados se perpetró un fraude masivo, con algunas urnas que no fueron contadas y otras que fueron rellenadas con boletas marcadas con votos a Museveni. Las autoridades responden que no hay evidencias de eso, más allá de videos difundidos en redes sociales que muestran movimientos extraños alrededor de las urnas.

Si efectivamente la trampa llegó a ese nivel es muy difícil de probar, porque para eso se necesitaría de la presencia de veedores en los lugares de votación y de una comisión electoral independiente. Esa es la razón por la que no se puede considerar competitiva una elección que no reúna esos requerimientos.

Joanna R. Quinn, directora del Centro para la Justicia Transicional y la Reconstrucción Post-Conflicto de la Western University de Ontario, conoce desde el terreno la realidad política ugandesa, así que todas las denuncias le parecen verosímiles. “Hay pruebas anecdóticas que sugieren que el resultado comunicado está radicalmente sesgado —dijo a Infobae—. Museveni inclinó el campo de juego mediante ataques físicos contra los opositores e intimidación a los votantes. Pero la gran pregunta es si las papeletas fueron contadas. En 2006, por ejemplo, más de seis meses después de las elecciones, encontré contenedores llenos de boletas que seguían esperando en la oficina de una parroquia de Luweero para ser recogidas y contadas, a pesar de que el resultado de las elecciones allí se había comunicado hacía tiempo. Hay muchas historias como esta a lo largo de los años. Las elecciones de 2021 no son inusuales por las injustas tácticas utilizadas, sino por el aumento de los niveles de corrupción, intimidación y violencia”.

El Observatorio Electoral Africano es uno de los pocos entes no gubernamentales que pudo hacer un relevamiento, con unos 2.000 observadores en 146 distritos. En un comunicado informó que habían observado irregularidades, como la habilitación tardía de la mayoría de los colegios electorales, la falta de papeletas y la apertura ilegal de urnas. No llama la atención que en Kampala, donde todo está más a la vista, Wine ganó ampliamente, en ocho de sus nueve circunscripciones.

El límite de las reelecciones sin legitimidad

El éxito fue total para Museveni. A pesar de la abundancia de denuncias, fue suficiente con mantener a Wine bajo arresto domiciliario para calmar a sus seguidores y contener a la población. Su triunfo y la estabilidad de su gobierno parecen garantizadas.

“Museveni llegó al poder tras una sangrienta guerra civil que acabó con un golpe de estado —dijo Quinn—. Durante mucho tiempo se ha considerado a sí mismo un luchador por la libertad, cuando en realidad es un líder rebelde cuyo grupo ha mantenido el poder durante los últimos 35 años. Como le ha servido en el pasado, nunca ha dudado en utilizar la violencia y la intimidación contra sus oponentes. Durante mucho tiempo ha sido mimado por la comunidad internacional, que ha apuntalado su régimen porque servía a sus propósitos, por ejemplo, para bloquear la expansión de grupos islamistas como Al-Shabaab. Así que no es probable que busquen su salida. Por ello, lo más factible parece que Museveni siga en el poder durante algún tiempo. Su control casi total sobre casi todos los aspectos de la vida de los ugandeses ha hecho que no haya ninguna facción con suficiente poder para derrocarlo”.

Sin embargo, hay indicios de que sus bases de sustentación no son tan sólidas como podría desprenderse de la tranquilidad posterior a los comicios. El principal activo de Museveni durante décadas fue ser el garante de un orden autoritario, pero relativamente incruento en comparación con la historia ugandesa. El problema es que ese pasado caótico quedó ya muy atrás, y las nuevas generaciones no lo conocieron.

El contrato informal que tenía Museveni con parte de la población, según el cual le concedían el control total del poder político a cambio de estabilidad y paz, quedó viejo. Para muchos jóvenes es más importante ser tenidos en cuenta en la toma de decisiones y repudian a un orden que los excluye completamente. Ahí hay que buscar las fuentes del atractivo de Wine.

“Bobi Wine se unió a la NUP en julio de 2020 y en muy poco tiempo ganó mucho impulso y se quedó con la mayoría de los escaños de la Región Central en el parlamento nacional”, dijo a Infobae Gerald Kagambirwe Karyeija, profesor de administración pública del Instituto de Management de Uganda. “Lo nuevo de este partido es que está reclutando específicamente a los jóvenes. Su mensaje es ‘no nos gusta el statu quo y es nuestra hora de gobernar’. La base de esto es que los partidos tradicionales, tanto el oficialismo como la oposición, no tienen planes de sucesión. Así que los jóvenes se frustran, se marchan e incluso deciden luchar por una banca contra el candidato al que habían apoyado en las anteriores elecciones”.

El cantante podrá ser arrestado de por vida o incluso enviado al exilio. También podría perder popularidad por algún escándalo. Pero nada de eso cambiaría la fragilidad que empiezan a experimentar los dictadores después de un plazo tan prolongado en el poder. Especialmente cuando cambiaron tanto las condiciones vigentes al momento en que tomó las riendas y cuando es tan poco lo que hay para repartir, de modo que no hay libertad ni bienestar.

“Ciertamente, es fuente de ansiedad y temor por parte del gobierno la posibilidad de que se produzcan protestas —dijo Izama—. Aunque éstas no se han producido, en parte debido al cansancio luego de meses de tensión política por las elecciones y la pandemia, lo que consiguieron Bobi Wine y su partido sugiere que la gente está dispuesta a que tomen la iniciativa y enfrenten al gobierno”.

Museveni puede mirar el ejemplo de muchos dictadores africanos que parecían eternos, pero se revelaron más vulnerables de lo que parecía. Omar al-Bashir iba a cumplir en 2019 tres décadas en el poder en Sudán y nada hacía pensar que podía caer. Pero ante una ola imparable de protestas las Fuerzas Armadas le retiraron el apoyo y lo destituyeron el 11 de abril.

El general Abdel Fattah al-Burhan se convirtió en presidente de hecho en agosto, al frente del Consejo Soberano de Sudán que se había comprometido a delegar el poder en un gobierno civil en febrero de este año, pero ya anunció que continuará por 20 meses más en el poder. Está claro, la caída del dictador no significa el fin de la dictadura.

Otro ejemplo de esa máxima es lo que sucedió en Zimbabwe con Robert Mugabe. Fue el líder absoluto del país durante 37 años, inicialmente como primer ministro y luego como presidente. A los 93 años, pretendía seguir mientras le diera el aliento.

Pero, consciente de que no le quedaba mucho tiempo, trató de posicionar como posible sucesora a su esposa Grace. Para ello despidió a su vicepresidente, Emmerson Mnangagwa, lo que generó tanto descontento en su partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabwe (ZANU), que lo derrocó a través de un golpe. Lo reemplazó precisamente Mnangagwa, para que quede claro que todo seguiría igual.

Museveni se siente fuerte y tiene el control de las fuerzas armadas y de seguridad. Pero cuando el desgaste es tan grande que todos los engranajes del sistema se empiezan a atrofiar, a veces es muy poco lo que se necesita para que el líder caiga.