Consabido, principiando el año, la llamada jefe de gobierno del Distrito Capital reveló el propósito de expropiar a su favor los municipios mirandinos de Baruta, Chacao y El Hatillo, suscitando la movilización de los gremios vecinales, principalmente en los sectores medios. A nuestro juicio, las autoridades municipales respondieron tímidamente esbozando un referéndum consultivo para evadir responsabilidades que les son tan directas.
Además, luego del tardío y asaz oportunista pronunciamiento del gobernador usurpador, rechazando el desmembramiento territorial de la entidad federal tan sólo retóricamente, pues, lo sabe indispensable para dar curso al Estado Comunal de sus afanes, los aspirantes a reemplazarlo se pronunciaron, invocando expresa o tácitamente la unidad para defender al estado. Aparente y sólo aparentemente, quedó zanjado el asunto con el adicional cambio en el despacho de la ciudad capital, sin que haya póliza alguna que nos proteja de la repetición de algo más que una comedia.
Postergada la desintegración territorial mirandina, se abre el cauce para la social, porque no hay otra explicación para retomar la proyectada ley estadal de condominios, esbozada en 2020: so pretexto de las urgencias de una clase media agobiada por el colapso económico que no vino por azar, el auxilio que el régimen propugna se parece más a una extorsión. Aspectos jurídicos jamás aclarados en casi un año, esta vez, con la creación y manipulación de un fondo económico, obviamente pocos sobrevivirán a la concesión nada graciosa de la usurpación que pretende hipotecar la voluntad de la ciudadanía que más resistencia le ha hecho, acarreando la pérdida de la más elemental cohesión para la defensa de sus intereses.
Asediados por una situación social y económica que ha llevado a la desintegración familiar, la engañosa tabla de salvación busca el perfeccionamiento del mal llamado autoritarismo competitivo. Generador de sendos niveles de anarquía o de caos en las fuerzas sociales que deben responder sistémicamente al régimen, la debilidad será propicia para retomar las condiciones que hagan factible el comunalismo, luego de veinte años de intentarlo por vías alternas.
Es en el escenario de los propietarios, añadidos los de las barriadas populares, donde prefiere actuar la usurpación en la presente etapa. Valga la paradoja, les prestará o subsidiará para que paguen por los cada vez más cotosos e ineficientes servicios que les dispensa o dice dispensarle, por cierto, metafóricamente, como si la desintegración del átomo no reportara riesgos para todos.