Juan Pablo García: Del proceso político, se trata

Juan Pablo García: Del proceso político, se trata

Quienes tenemos una fuerte y profunda convicción democrática y, agreguemos, liberal, estamos obviamente predispuestos a dirimir nuestras diferencias a través de las elecciones. No hay otro modo de solventar los conflictos que explican la propia naturaleza humana y social para optar racional y pacíficamente entre diferentes planteamientos y visiones de la realidad, así como de aquellos líderes que cabalmente pueden y deben representarlos. Presupuesto este que parecería lógico e indiscutible, pero que es necesario aclararlo por la propia naturaleza del régimen que, por cierto, es de cuño comunista, por mucho que desee confundirnos.

Y es que se ha tomado por elecciones, consultas o comicios, lo que el chavismo y, uno de sus derivados, el madurismo, nos ha vendido en más de veinte años. En realidad, se ha tratado de un torneo continuo de plebiscitos amañados, ventajistas y prestos a la corrupción, creando una cierta ilusión democrática que sólo nos reporta una tragedia. Un autor, precursor de la tesis, Steven Levitsky, ha hablado del autoritarismo competitivo, en el que el autócrata convoca y realiza las elecciones y, cada vez más tramposas (sobre todo en el ámbito electrónico), garantiza sus resultados a través de la censura, la persecución, la represión, el asalto y la manipulación de los partidos, creándose su propia oposición. En verdad semicompetitivo o nada competitivo, nos hace creer y cree el régimen mismo, sus seguidores más ingenuos, que nos encontramos en medio de los comicios, numerosamente hechos, pero en los que se vota sin elegir nada y a nadie, porque los números están previamente cantados con el concurso delictivo de CNE y de la Fuerza Armada que se presta para la farsa.

Este largo siglo XXI, así lo demuestra. Salvo los errores cometidos por las mafias del poder, como ocurrió en 2015 al permitir unas parlamentarias más desahogadas para luego enmendar la plana, el chavo-madurismo ha apretado las tuercas de procesos electorales en los que, una y otra vez, determinados sectores de la oposición cayeron en las emboscada por ratos involuntariamente, por ratos participando del soborno o extorsiones que nadie desmintió nunca. Lo peor es que la empresa que hizo tan jugosos negocios con el poder establecido, repentinamente, se marchó del país dejando ver las razones que la llevaron a desertar, cómplice de los fraudes electorales, pero fue sustituida por otra u otras de las que poco se sabe; un incendió estratégico en una de las sedes operativas del organismo comicial, arrasó con cualesquiera evidencias; o, contrario a las prácticas universales, no se permitieron los observadores internacionales e imparciales de antes o muy antes, a favor de los – valga el eufemismo – de los acompañantes que son los aliados de países aliados, agentes y operadores políticos en el extranjero, partícipes – además – de negocios harto sospechosos.





De nuevo, para 2021, la usurpación repite la receta. A nadie, en su sano juicio, puede entusiasmarle una consulta para gobernadores, concejales y alcaldes, sin las más mínimas garantías democráticas. Y, desde ya, las rechazamos con total vehemencia poniendo las piezas en un tablero estratégico que dé al traste con la tiranía. Aspiramos a unos comicios libérrimos y verificables, para los cuales ha de cesar la usurpación. Habrá, como siempre, los que buscarán pescar en río revuelto, subastar la tarjeta partidista que le ha sido validada por las mafias en el poder, recibir de éste toda suerte de favores. Eso lo condenamos y rechazamos frontalmente.

Otra cosa, muy distinta, es meterse en el PROCESO POLÍTICO, no dejar a sus anchas al régimen, demandar incansablemente condiciones que tengan resonancia y receptividad en la comunidad internacional, bregar porque los cuadros genuinos de la oposición desarrollen cabalmente sus actividades, creciendo en el sentimiento y la confianza de una ciudadanía mayoritariamente opuesta al poder comunista, prepararse para cualquier eventualidad. Vale decir, lejos de echar tierrita y no jugar más, según el dicho venezolano, comprender y asumir nuestro rol histórico en una de las tantas coyunturas que afrontaremos en el presente año. Porque tenemos una vocación y una responsabilidad políticas a las que no podemos renunciar por miedo, por conveniencia o por creer que militamos en un club recreativo,