Se cumple un año más de aquella asonada militar fallida, impulsada por un grupo violento que se aprovechaba de la antipolítica, del trasnocho de las izquierdas, del resentimiento.
Ese día atacaron a la Democracia, pero también engañaron a muchos. Y entre esos engañados estaban los jóvenes militares, algunos con ideales legítimos y otros ignorando lo que se venía, arriesgando su vida por el capricho de un grupito que los condujo al fracaso, a la cárcel y a algunos a la muerte.
En 1992 los violentos vendieron el espejismo de un cambio: dijeron que habían hecho eso “para cambiar las cosas”. Un cambio que nunca ocurrió.
Mejor dicho: sí ocurrió, ocurrió para peor.
No voy a caer los lugares comunes del tema de la Democracia ni de todo lo que implica el 4 de febrero de 1992 en nuestra historia política.
Hoy sólo quiero hacer una pregunta: esos mismos que decidieron tomar un fusil, justificándose con unos ideales que no comparto ni compartiré jamás, ¿cómo se sentirán después de ver la tragedia, la debacle económica y social, la farsa y el infierno que ayudaron a fundar con sus acciones?