Gabriel Reyes: Esperanza no aprendida

Gabriel Reyes: Esperanza no aprendida

Cuando el psicólogo Martin Seligman expuso la idea de la «desesperanza aprendida», muchos venezolanos jamás imaginaron que lo insertarían en la agenda diaria de las conversaciones más diversas, que se convertiría en un pretexto universal para explicar lo que nadie se explicaba, lo que todavía nadie comprende: ¿Por qué tanta pasividad, tanta renuncia a la posibilidad de un cambio real, tanta apatía hacia el esfuerzo al considerarlo inútil?

Sin embargo, nuestra disertación de hoy trata de un evento que muchos ignoran, y otros prefieren no comprender, y no es otra cosa que la «esperanza no aprendida».

Nos dice el Diccionario de la Real Academia Española que la «esperanza» es la confianza de lograr que se realice algo que se desea.





Si bien es cierto, varios millones de venezolanos han partido más allá de nuestras fronteras buscando rescatar su condición de ciudadanos en tierras extranjeras, un grupo no menos numeroso nos mantenemos en nuestro país y no nos hemos rendido, ni ante el oprobioso régimen, ni ante la galopante hiperinflación, ni ante la vergonzosa devaluación de nuestro signo monetario, ni ante las circunstancias mismas de haber sido, de forma sistémica y sistemática, privados de todos nuestros derechos, individuales y colectivos.

Eso lo estudian psicólogos, sociólogos, neurocientíficos interesados en el fenómeno de la resiliencia del venezolano, buscando comprender qué alimenta el alma de quienes todos los días se despiertan siempre dispuestos a superar las calamidades que nos rodean.

Y la esencia de esa lucha, a juicio de este escribidor, radica en que no hemos perdido la esperanza, esa que el adagio popular refiere como «lo último que se pierde», esa luz al final del túnel que a veces desconfiamos sea un camión de frente, pero que nos mantiene activos y siempre optimistas en la procura de un mejor amanecer.

Si analizamos la esperanza del venezolano bajo el microscopio de la realidad actual, encontraremos que todos apostamos a un cambio que no llega, pero que llegará, y sin embargo no aprendimos que si ese cambio ocurre es porque cada uno de nosotros lo ha activado, y no por líderes carismáticos, mesías oportunistas, o héroes de la circunstancia.

Si el venezolano que lucha está movido por esa luz interna de la esperanza, debe aprender que él mismo es una parte activa de ese cambio que espera, y que su deseo de lograrlo lo ha movido a ser un líder en su familia, en su entorno social y laboral, porque representa el espíritu de la vergüenza al no conocer la rendición, la entrega, el deshonor.

Si todos los venezolanos de bien, esos «resilientes» que son adornados con tantos adjetivos apropiados descubrieran en la esperanza que sienten, las lecciones de confianza en sí mismos, de confianza en sus pares, y confianza en un futuro diferente para todos, no habría bozal que los callara, ni régimen que nos oprimiera, porque la esperanza se convertiría en un sentimiento plural que se llevaría todo por el medio, porque el cambio habría llegado.

Aprendamos de la esperanza que cada uno de nosotros guarda en su interior, y escuchemos esa misma voz que nos alienta en los tantos momentos adversos, y que ahora nos invita a compartir esta experiencia de ver en el futuro una Venezuela, de justicia y de progreso, donde todos quepamos, y rememos a la vez sorteando este mar de leva en medio de una tempestad, convencidos de que cuando todo amaine, llegaremos a puerto seguro.