La historia del marino colombiano que halló la muerte tras ser detenido por la Dgcim

La historia del marino colombiano que halló la muerte tras ser detenido por la Dgcim

La embarcación iba al mando del capitán de navío mercante colombiano Jaime Herrera Orozco. Foto: El Tiempo

 

El barco mercante San Ramón partió a medidos del 2019 del puerto de Georgetown en Guyana, con rumbo a Cartagena de Indias, donde entraría a astilleros para ser reparado.

Por El Tiempo





La embarcación iba al mando del capitán de navío mercante colombiano Jaime Herrera Orozco.

La carta de navegación señala que el capitán tomó la costa y navegó en línea recta rumbo a aguas venezolanas para luego tomar rumbo a Cartagena de Indias.

“Mi esposo llevaba un año trabajando para la empresa Sulpply & Solutions GV C.A. y ya venían de Guyana hacia Cartagena”, recuerda Claudia Fortich, en el municipio de Turbaco, Bolívar.

Pero el viaje tranquilo se interrumpió el 7 de agosto del 2019 cuando el motor del viejo barco presentó fallas y el capitán colombiano ordenó fondear en la Bahía de Pozuelos, ya en aguas venezolanas, a 12 kilómetros de Puerto de la Cruz.

El curtido capitán se reportó al puerto más cercano y esa misma noche fueron interceptados por una patrulla de la Armada de Venezuela.

Los militares fuertemente armados ordenaron a la media docena de marinos que conformaban la tripulación reunirse en la cubierta del San Ramón.

Pese a que el capitán del barco abrió las bodegas de la vetusta nave para mostrar que no llevaban carga y que el buque iba a ser reparado en Cartagena, los militares adscritos a la unidad de contrainteligencia militar de Venezuela, DGCIM, anunciaron que el barco estaba confiscado y la tripulación detenida. El grupo fue involucrado en un presunto caso de contrabando.

Los detalles del proceso los presentó la agencia de noticias Reuters en un completo informe sobre el caso, basado en los reportes de autoridades portuarias y en las declaraciones que entregaron al tribunal estatal siete marineros y soldados, que fueron involucrados en el hecho.

En comunicaciones con su familia en Colombia, el capitán Herrera, de 51 años, señaló que la guardia venezolana los sobornó. Pero él, seguro de su inocencia y la de su tripulación, esperó un juicio justo de las autoridades venezolanas que nunca llegó.

 

La noche del crimen

Con la amenaza de 14 años de cárcel por los delitos de contrabando, la tripulación del buque San Ramón recibió el año nuevo del 2020 prisioneros en su propia nave y vigilados por hombres de la Armada Venezolana.

Sin embargo, el tribunal penal en Barcelona, la capital del estado Anzoátegui, nunca falló pena alguna contra los marineros cuyo único error fue navegar sobre aguas venezolanas.

Los primeros 50 días del 2020 fueron de trámites ante las autoridades judiciales sin tener respuestas.

El domingo 23 de febrero, la tripulación, siete marineros en total, como presagio de un final trágico, celebraron una fiesta que culminó a las 7 de la noche, cuando todos se encerraron en sus camarotes.

“Alrededor de la medianoche, Juan Carlos Cabeza, mecánico de motores, caminó hacia la popa para hacer una llamada telefónica. Mientras estaban allí, dijo Cabeza a sus colegas, seis hombres enmascarados subieron a bordo desde una lancha, le apuntaron con armas, luego lo ataron y amordazaron. Uno de los asaltantes montó guardia mientras los otros se dirigieron hacia los camarotes”, señala Reuters en uno de sus informes sobre el caso.

Los asaltantes encañonaron a la tripulación en sus respectivos camarotes mientras saquearon.

“Yo estaba en mi cabina. Descansando. Eran más o menos las 12 de la noche. Cuando escucho caminar por los pasillos y voces no conocidas, que dicen ‘quédate quieto Mamahuevo’. Inmediatamente comprendí que habían piratas a bordo”, le dijo a EL TIEMPO Eulalio Bravo, uno de los marinos colombianos que acompañaba al capitán Herrera en La travesía.

Pero fue en el camarote del capitán Herrera- donde se encontraba la caja fuerte con el dinero que la compañía naviera, propietaria del barco, había enviado para la manutención de los hombres retenidos- donde se escucharon las más fuertes intimidaciones, agresiones, gritos y finalmente un disparo.

“Me quedé paralizado. No sabía qué hacer. Pensé en abrir la ventana de mi cabina y tirarme al mar, cuando sentí que pateaban la puerta de la cabina del primer oficial”, agrega Bravo, curtido marinero, hoy desde su natal Buenaventura.

El cuerpo de Herrera Orozco quedó tendido en el piso.

“El dictamen forense fue fractura de cráneo y traumatismo craneoencefálico severo producido por herida de arma de fuego. El cuerpo de mi esposo llegó a Cartagena el domingo 1 de marzo de 2020 y fue sepultado el 2 de marzo, una semana después de su asesinato”, recuerda Claudia Fortich.

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