La frontera Colombo-Venezolana: Tierra de nadie, por Pedro Carmona Estanga

La frontera Colombo-Venezolana: Tierra de nadie, por Pedro Carmona Estanga

 

Son 2.219 km. de línea fronteriza los que comparten ambos países, de los cuales el Estado Táchira y el Departamento de Norte de Santander han sido siempre una de las fronteras más vivas de América Latina. Las comunidades de las regiones colindantes están unidas por lazos de sangre, y por apreciables valores comunes. Así, en la península de la Guajira, la etnia Wayú no es venezolana ni colombiana sino binacional, la inmensa Orinoquía está ligada por fuertes vínculos culturales, los llaneros, en tanto que la región andina ha sido una comunidad eminentemente transfronteriza. Pero ha sido tradicional que las capitales, Bogotá y Caracas, no hayan comprendido suficientemente esa realidad, o que se hayan desentendido de los tantos problemas que las aquejan.





Solo en los proyectos que en su momento se manejaron en la Comunidad Andina (CAN) se intentó el desarrollo de Zonas de Integración Fronteriza (ZIF), tema en el cual se involucraron con interés varias instituciones académicas. Pero el aletargamiento del proceso de integración andino a partir del retiro de Venezuela, y de las orientaciones políticas del autoproclamado bolivariano régimen chavista debilitaron esos significativos esfuerzos, y destruyeron el tejido integracionista que con tanto esfuerzo se había construido entre ambos países bajo el paraguas andino, hasta haber llegado a conformar una unión aduanera, con un intercambio que superó los 7.400 millones de dólares en 2008, predominantemente de productos manufacturados, en la actualidad extinto.

A pesar de los problemas propios de esa extensa frontera, y del diferendo insoluto de delimitación de áreas marinas y submarinas en el Golfo de Venezuela, hasta la llegada al poder del régimen chavista funcionaban comisiones de asuntos fronterizos para considerar temas relevantes como la masificación de hitos, la navegación fluvial, la migración, la seguridad fronteriza, y prevalecía un clima de comunicación y de respeto entre las fuerzas militares de ambos países. Solo la incursión de la corbeta Caldas en aguas del Golfo en 1987 creó una situación delicada, que fue superada gracias a la intervención personal de los presidentes Barco y Lusinchi. Pero Chávez proclamó que no podía haber contacto con unas fuerzas militares colombianas, que calificaba de represivas y de derecha.

A partir de allí, y de la identificación de Chávez con los grupos revolucionarios colombianos, las FARC y el ELN, a los cuales reconocía como fuerzas beligerantes que luchaban contra las “oligarquías colombianas”, se creó un matrimonio indisoluble, del cual vemos ahora sus nefastas consecuencias. Recordemos a los “embajadores” de Chávez ante las FARC: el General Hugo Carvajal y el Capitán de Navío Ramón Rodríguez Chacín, o el cálido recibimiento brindado en el palacio de Miraflores a Iván Márquez, amén de la activa participación venezolana en el rescate de secuestrados por la guerrilla en Colombia, y del apoyo logístico brindado a los desplazamientos del Secretariado de las FARC rumbo a Cuba para participar en las conversaciones de paz de La Habana.

El apoyo del régimen chavista al financiamiento de la guerrilla colombiana a través del narcotráfico, y las alianzas de estos con grupos venezolanos como el tristemente célebre “cartel de los soles”, junto a la acogida a líderes y tropa guerrillera en territorio venezolano, ha llevado a una situación de anarquía y de lesión de soberanía en Venezuela, auspiciada por las autoridades, estimándose que hay más de 5.000 guerrilleros colombianos en suelo venezolano, que ejercen actividades de narcotráfico, minería ilegal masiva, extorsión y presencia territorial, militar y política, en al menos 16 de los 23 Estados de Venezuela.

Los ataques recientes ocurridos en la población de la Victoria, Estado Apure por parte de fuerzas militares venezolanas contra el campamento FARC liderado por alias Gentil Duarte y por Nando, han creado una difícil situación causante del desplazamiento a Colombia de entre 4 a 5.000 personas de dicha población, pero ha puesto de relieve las verdaderas motivaciones de dicho operativo. Las informaciones disponibles coinciden en que el ataque de las fuerzas armadas venezolanas al grupo de Gentil Duarte obedece a la disidencia de este con Iván Márquez, Santrich y “El Paisa”, quienes conforman la denominada “Segunda Marquetalia”, en alusión al lugar del Tolima donde Tiro Fijo fundó a las FARC y su republiqueta marxista en los años 50. En otras palabras, el régimen de Maduro ha tomado partido en favor de la “Segunda Marquetalia”, y trata de desarticular los asentamientos de Gentil Duarte, en un lugar estratégico para las redes del narcotráfico entre Apure y Arauca.

Es conocida la existencia de un gran número de pistas clandestinas en el Estado Apure como puente de salida de la cocaína hacia el mundo, como sale también oro, coltán y diamantes desde los Estados Bolívar y Amazonas, extraídos ilegalmente en el Arco Minero de Guayana en Venezuela, creando una situación de anomia, inseguridad y violación de derechos humanos que afecta a pobladores civiles, y estimula flujos migratorios hacia Colombia. Las cortinas de humo del régimen no se han hecho esperar, acusando al gobierno colombiano de promover la inseguridad en la frontera, lo cual solo causa hilaridad, pues los hechos recientes no hacen sino evidenciar la estrecha alianza entre el régimen de Maduro y las fuerzas más oscuras del terrorismo y del crimen organizado, causantes de una grave amenaza a la seguridad nacional de Colombia, de Estados Unidos y del continente, todo ello vinculado a la extensa red de corrupción y criminalidad que se ha asentado en Venezuela.

En un reciente debate televisivo en el canal internacional NTN24, se analizaba si no es el momento de que Colombia abra canales de diálogo con el gobierno de Maduro, para encarar asuntos sensibles en la relación bilateral, y atender las necesidades consulares de la población binacional. Es mi opinión que se necesita recrear una alianza estratégica de la comunidad internacional democrática para enfrentar el genocidio en marcha en Venezuela, y las amenazas del régimen a la paz mundial, dada la ocupación cubana, rusa, china, iraní, de la guerrilla colombiana, y de grupos yihadistas como Hezbollah y Hamas en su territorio. Solo un cambio de gobierno en Venezuela será capaz de detener los masivos flujos migratorios y revertirlos. Allá radica el corazón del problema. El régimen aferrado al poder desde hace 22 años en Venezuela, ha propiciado la formación de un escudo guerrillero y paramilitar a lo largo de la frontera binacional, como estrategia de defensa ante una supuesta invasión a Venezuela de parte de Estados Unidos. Son por tanto ellos, los verdaderos dueños de la frontera, sin desconocer que hay regiones sensibles en el territorio colombiano, como el Catatumbo, donde no hay presencia del Estado, y la ley la ejercen grupos irregulares conectados con Venezuela.

Es sí plausible encomendar a algún país amigo la atención de las relaciones consulares, pues la apreciable población binacional sufre con la carencia de estos servicios. Pero creer que los canales de diálogo pudieran generar una distensión bilateral es una ilusión, de la cual sacaría provecho la tiranía venezolana para lograr una legitimación con la cual hoy no cuenta. El argumento de que Colombia mantiene relaciones diplomáticas con dictaduras o autocracias como Cuba, Nicaragua, China, Rusia o Turquía, no tiene la misma connotación al tratarse de un gobierno hostil, que promueve la desestabilización de la democracia colombiana, y el triunfo de la extrema izquierda, para así coronar el sueño de Chávez de conformar una “Gran Colombia” revolucionaria, una de cuyas piezas está próxima a materializarse: el triunfo del correísta Andrés Arauz en Ecuador, para apostar luego a la conquista del poder por parte de un líder radical como Gustavo Petro en Colombia.


P.S. Recomiendo vivamente la lectura del libro “Súper red de corrupción en Venezuela. Cleptocracia, nepotismo y violación de derechos humanos”, de los académicos e investigadores Eduardo Salcedo Albarán y Jorge Garay Salamanca (Fundación Vortex 2021), un serio trabajo sobre el caso de corrupción y despotismo de mayor profundidad que haya conocido la región, y quizás, el mundo.