Julio Castellanos: ¿Es irrefutable la verdad oficial?

Julio Castellanos: ¿Es irrefutable la verdad oficial?

Al parecer, debido a múltiples circunstancias, los años de precaria y casi inexistente coincidencia entre lo previsto en la Constitución Nacional y la práctica cotidiana de nuestras instituciones nos hacen olvidar a los ciudadanos la obviedad de ciertos razonamientos. Por ejemplo, ¿autoridad es igual a sinceridad?, no necesariamente, ¿o acaso dudamos de qué un alcalde, un gobernador o un presidente pueden mentir?, son seres humanos, con fortalezas y debilidades, la autoridad no les hizo santos, por tanto, una autoridad puede mentir tanto como podría decir la verdad. Este ejercicio de lógica elemental tiene consecuencias para el espacio público dado que si entendemos que las autoridades son falibles, humanamente falibles, es claro que los gobernados, los simples ciudadanos, estemos en capacidad de poner en duda lo dicho por las autoridades, podemos desconfiar, podemos buscar otras fuentes de información para contrastar la verdad oficial. Dicho de forma menos amable, los ciudadanos no tenemos el deber de tragarnos todo lo que nos dicen.

Ahora bien, otra practica de lógica, ¿los periodistas son ciudadanos? Pues si, tienen los mismos deberes y derechos que el resto de los ciudadanos. Entonces, tal como todo ciudadano, ¿pueden dudar de lo dicho por las autoridades?. Meditemos un poco esto porque es grueso. Si un gobernante miente y el periodista sabe que miente, ¿el periodista debe difundir la mentira o debe buscar la verdad?. Alguien pudiese decir: “el periodista debe ser imparcial y, por tanto, no puede cuestionar a las autoridades, simplemente debe difundir lo dicho porque de otro modo deja de ejercer el periodismo y pasa a ser la oposición o la disidencia de quién ejerza el poder”. Ese razonamiento es sinceramente peligroso. Si el periodista, por miedo, comodidad o intereses económicos, difunde mentiras gubernamentales a sabiendas, viola el derecho al resto de la ciudadanía a estar informados oportuna y verazmente. Bajo ese esquema, podría ocurrir la siguiente presunción: En medio de una epidemia mortal, con muchos contagiados y fallecidos, un gobierno irresponsable deliberadamente ocultaría la información para aparentar eficiencia y, encontrando periodistas atemorizados, cómodos o venales, lograría difundir la mentira, los ciudadanos la creerían y no se cuidarían adecuadamente de la enfermedad. El resultado sería un mayor número de casos y más muertes. Los periodistas que así actúan podrán decir, a modo de justificación, que si dicen la verdad pierden su trabajo, les cierran el periódico o el programa de radio, y que sin una pequeña ventana de información pues el asunto sería peor. No estoy seguro de lo práctico o beneficioso de tener “pequeñas ventanas de información” que difundan solo la “verdad” oficial.

Por el contrario, comunicadores sociales y medios de comunicación útiles para la ciudadanía practicarían, de forma consecuente, la búsqueda de los diferentes puntos de vista para contrastarlas y que la verdad sea mostrada al entendimiento de la audiencia. La verdad oficial no estaría sola, el criterio de los ciudadanos podría alimentarse de la óptica de otros actores sociales relevantes. Y, continuando con el ejemplo del párrafo anterior, aunque el gobierno irresponsable diga que solo hay 15 fallecidos en un día, el periodista y los medios puedan mostrar las listas de espera en los crematorios, los reportes de fallecidos en los hospitales, la opinión de los médicos, enfermeras y sus respectivos gremios y, aún más acuciantes, los testimonios de los pacientes que ante el total desmantelamiento del sistema de salud, buscan desesperadamente medicamentos e insumos en un atroz “sálvese quién pueda” donde la suerte solo puede pintar para el que tenga dólares.





Es claro, obvio, que periodistas y medios independientes, corren graves riesgos en contextos donde el miedo, la represión y la violencia le pueden dar la certeza de la muerte a todo comunicador social que diga la verdad. Pero es bien sabido que ese no es el caso venezolano, cómo todo el mundo sabe (o más les valdría saber), Venezuela es una democracia plena, con separación de poderes, autoridades legitimas, sin presos políticos, sin perseguidos, sin partidos ilegalizados, con jueces independientes y garantías judiciales y, muy importante, con una altísima calidad de vida que estimula una intensa corriente de inmigrantes desde todos los países de América y Europa sorprendidos del meteórico ascenso del poder de compra del salario de los trabajadores venezolanos, la fortaleza de nuestra moneda y el ejemplar control de la inflación. Nuestros periodistas y medios de comunicación tienen todas las garantías para ejercer con probidad su importante oficio. Por cierto, aprovecho la oportunidad para postular al premio Pulitzer o al Nobel de la Paz al ancla de Venezolana de Televisión (VTV) quién, en un ejercicio de un valiente periodismo, dijo “las vacunas no son prioridad para el gobierno de Venezuela” demostrando que la verdad puede decirse sin miedo en cualquier espacio.
¡Chávez Vive! ¡Independencia y Patria Socialista! ¡Viviremos y Venceremos! ¡El Sol de Venezuela nace en El Esequibo! ¡Y se oculta en el Apure!

Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica