Yosmar Poleo: “Dale a tu hijo agua de tomillo con sal”

Yosmar Poleo: “Dale a tu hijo agua de tomillo con sal”

Me imagino que al igual que yo, crecimos en hogares donde hablar del doctor José Gregorio Hernández era algo común y predecible, porque a muchos les hizo un favor religioso o un milagro.

En mi casa me cuentan que mi único hermano varón, Horacio Ernesto, nació padeciendo de Asma y otras afectaciones respiratorias, lo que hacían su supervivencia algo difícil e imposible, debido a lo complicado de su estado.

Muchos fueron sus días de hospitalización y de ir y venir de un médico a otro en busca de una solución a ese problema de salud. No obstante, para hacerles la historia corta, me dice mi mamá que un día estando mi hermano hospitalizado y con muy pocas probabilidades de salvación, lo dieron de alta pero no por mejoría, sino que lo indicado era que ese angelito se despidiera de este mundo en su hogar, rodeado de mis padres, mi hermana, familiares y sus juguetes que poco podía usar.





Una madre de un paciente al ver esa joven desolada y angustiada, es decir, a mi mamá, le dijo: “Pídele al doctor José Gregorio Hernández con fe, el lo salvará”, a esa afirmación mi mamá aturdida en medio del llanto y la desolación le dijo: “A quién” y la buena mujer le repitió: “Al doctor José Gregorio Hernández”, y mi mamá confundida le dijo: “Y cómo le pido”, y ella le respondió: “con fe”.

Esa sugerencia quedo ahí y mis angustiados padres HORACIO y PROVIDENCIA se lo llevaron a casa, cumpliendo con la recomendación del doctor, quien por cierto le dijo a mi padre que preparara todo para el funeral de esa criatura que es mi hermano.

Estando en casa, mi abuela, tíos y allegados acudieron a colaborar en lo que pudieran, pero era inútil, aquella criatura no toleraba ni agua en el tetero porque los excesos de tos lo asfixiaban.

Aquel panorama era muy triste en una familia tan unida cómo la mía. Mi mamá una joven, totalmente resquebrajada por el cruel diagnóstico, en medio del llanto, se desplomó y quedó dormida no profundamente pero si por el agotamiento.

Los familiares no hicieron ruido alguno, la dejaron descansar. Sin embargo, un fuerte suspiro de ella, los alertó y corrieron a verla. Ella con otro semblante les dijo: “El doctor José Gregorio Hernández me habló, y me dijo: Dale a tu hijo agua de tomillo con sal”.

Mi tía Noemí, con poco dinero salió a comprar aquella rama, pero no la conseguía, y así fue gastando las pocas monedas que tenía en otros brebajes parecidos, hasta que agotada de caminar por una Caracas desolada un día domingo, encontró en un puesto de ramas el tomillo, y preguntó, cuánto cuesta y le dieron el precio, le faltaba dinero para comprarlo y se lo hizo ver al vendedor y este le dijo que si no tenía la plata completa no se lo podía llevar.

Ella muy frustrada, ya casi emprendía la retirada, cuando sintió a alguien detrás de ella que dijo: “Dele a la señora el tomillo, yo lo pago”, y el tacaño vendedor se lo envolvió en un papel de periódico y se lo entregó, y cuando mi tía se volteó a agradecer a aquel hombre bondadoso, no había nadie detrás de ella.

Apresuró el paso y llegó a casa contando el episodio con aquel hombre, e inmediatamente se dispusieron a preparar el agua de tomillo con sal, dejaron que se reposara y le dieron unas onzas en su tetero a ver si ese bebé ya cianótico respondía.

Pues bien, mi hermano tomó unas onzas de este brebaje mágico y no lo rechazó; ellos maravillados ante esto, esperaron un rato y le volvieron a dar, esta vez aumentaron la dosis y así hasta que mi amado hermano se tomó un tetero completo. A lo que mi madre gritó sin pena y con mucha fuerza: MILAGRO, el doctor José Gregorio Hernández, me hizo el milagro”.

Fue así como al otro día, llevaron a aquel niño desahuciado con el neumonólogo y éste se asombró del cuadro clínico, a lo que suspiró, qué hicieron, qué le dieron.

Mi papá, no le quiso dar más explicación, pero mi mamá le contó todo a aquel incrédulo hombre vestido de blanco, quién acertando con la cabeza le comentó, señora lo que le puedo decir, es que lo que ha ocurrido con su hijo es un verdadero milagro.

Desde ese momento el doctor José Gregorio Hernández, siempre ha estado en un sitial de honor en mi casa. Mi mamá dice que ella le habla y el le responde y que muchas veces la ha ayudado en causas imposibles de salud.

Mi hermano Horacio Ernesto, está próximo a cumplir 58 años el 31 de mayo, y para el José Gregorio Hernández, es su padrino y lo más sagrado que tiene. Es un hombre de mucha fe, la cual ha transmitido a sus hijos y a su entorno.

“Dale a tu hijo agua de tomillo con sal”, fue una recomendación espiritual que sanó a mi hermano para siempre.

PD. La imagen con la que quise compartir este milagro de mi hermano, fue la misma que mi mamá conserva desde hace muchos años.

Yosmar Poleo C.
Periodista
Asesora Comunicacional