El otrora gladiador a favor de los derechos humanos de antaño y, faltando poco, jurándose como poeta, nunca pestañó y le importó un bledo estas muertes y la suerte de los familiares que todavía exigen una respuesta. Tarek, el usurpador del Ministerio Público, ha cumplido a cabalidad su papel, porque Nicolás lo sacó del fondo de la gaveta donde se encontraba, luego del desprestigio ganado como como gobernador de Anzoátegui, y lo elevó a tan delicada responsabilidad asignada: callar y taparear la ruda fana de la represión que ha tenido resonancia en la propia ONU. Pero, ahora, le flaquean las piernas al fiscal, o eso aparenta.
Más allá de todo remordimiento, ¿será porque se sabe candidato a sentarse en el banquillo de los acusados de la Corte Internacional Penal? Lo acontecido en Venezuela no es poca cosa y Saab es corresponsable de la feroz e inmunda represión que sigue su curso. Quizá pensará que es más fácil entregarse y pactar con la DEA que esperar al derrumbe del régimen de Nicolás y, esposado, viajar a lejanas latitudes para esa suerte de juicio de Nurnberg que todo el mundo imagina que vendrá. ¿O quizá le ha enviado un público mensaje a Nicolás, advirtiéndole del conocimiento pleno de las cosas que han pasado, en demanda de un ministerio que le proyecte como un potencial sucesor en Miraflores, o de la imposible vicepresidencia de la República que está en manos de los hermanos Rodríguez, agentes por excelencia del G-2? Tarek está arrugando con el caso de Albán y Acosta Arévalo y no gratuitamente, esperando algo a cambio, sabiéndose rechazado por la población y hasta por los clubes literarios y de fisioculturistas mientras no los subsidie.