Macario Schettino: Nada es gratis

Macario Schettino: Nada es gratis

Se supone que todos sabemos, desde niños, que el dinero no crece en los árboles. Por alguna razón, los políticos suelen olvidarse de ello y creen que pueden multiplicar el gasto impunemente. Por otra parte, muchas personas que no están en la política creen que el gobierno tiene su propio dinero, y no conciben que cada peso gastado tiene su origen en impuestos que alguien está pagando. Estas dos creencias están en el origen del populismo económico.

Desde hace tiempo esta columna ha insistido en que la supuesta disciplina fiscal del gobierno actual es falsa, y que está sentando las bases de una muy seria crisis en las finanzas públicas. Muchos analistas se contentan con ver si los ingresos y los gastos se parecen, para con ello dictaminar que no hay problema. No entran en los detalles. Cuando uno lo hace, se encuentra con un proceso de destrucción bastante grave, que es perceptible en el deterioro de las funciones gubernamentales, del equipamiento, y en algún momento se convierte en un accidente de consecuencias fatales, como ejemplifica la tragedia del Metro de la Ciudad de México.

López Obrador es un populista económico. Cuando gobernó el Distrito Federal promovió la entrega de una pensión a adultos mayores que le dio gran popularidad –como siempre que alguien regala dinero–. Para poder hacerlo sin dar señales de excesos, se redujo el gasto en las dependencias públicas, e incluso en mantenimiento. Conforme fue pasando el tiempo, el gasto ‘social’ se fue comiendo el presupuesto, y el equipamiento urbano lo resintió. Calles céntricas llenas de baches, problemas con abasto de agua o con inundaciones –encharcamientos, les dicen– y problemas crecientes en el Metro, que hoy ya son trágicos.





Ahora que gobierna el país entero, para poder repartir dinero y ser popular López Obrador ha destruido la capacidad de gobierno. Desabasto de combustible al inicio, de medicinas desde entonces, y ya problemas importantes en mantenimiento de instalaciones e incluso en los servicios indispensables del gobierno en materia de sanidad animal, vegetal y humana. Pero eso no aparece en las cuentas públicas, y los financieros no lo ven. Por si fuera poco, no sólo hay que financiar ese gasto pretendidamente social, sino las pérdidas inmensas en Pemex y CFE, y un puñado de obras inútiles, pero costosas.

El nivel del capital humano en el gobierno se ha desplomado y nada funciona, al extremo que el mismo Presidente ha tenido que recargarse cada vez más en el Ejército para actividades totalmente impropias de las Fuerzas Armadas que, por cierto, dudo mucho que hoy pudiesen cumplir con su objetivo primordial, entretenidos en construir aeropuertos y sucursales bancarias, atender aduanas y seguridad pública, cuidar vacunación y mucho más.

Por eso mi reclamo a medios y academia, que nunca revisaron las finanzas del DF cuando AMLO gobernaba, que con toda facilidad olvidaron cómo se escondió la información del segundo piso en su gobierno, lo mismo que Línea 12 en el de Ebrard. Nunca asociaron el deterioro de la ciudad al exceso de gasto social –exceso en tanto no es posible financiarlo–. Por el contrario, celebraban la cercanía del líder, su pragmatismo, su vocación social, que no han sido sino grandes mentiras construidas para llegar adonde está hoy. Mentiras que no son inocuas. Mentiras que cuestan distorsiones, atraso, deterioro. Peor aún, como es ya evidente: son mentiras que cuestan vidas. En accidentes que jamás debieron ocurrir –más de 100 muertos en Tlahuelilpan, más de 20 en la Línea 12–. En emergencias nacionales manejadas no para defender las vidas de los mexicanos, sino el poder: más de medio millón de muertos por la pandemia.

Aquí hay responsables por comisión, por omisión y por ilusión.


Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 5 de mayo de 2021.