Marcel Gascón Barberá: Lluvia de acero sobre Israel

Vándalos palestinos provocan disturbios en Nablus (Margen Occidental-Judea y Samaria) | Cordon Press

 

Hoy martes, después de comer, cuando me he sentado a escribir este artículo, Jerusalén y otras ciudades israelíes, como Ashdod, Ascalón o Beerseba, estaban siendo atacadas con cohetes por segundo día consecutivo por parte del régimen terrorista de Hamás en la Franja de Gaza. Veinticuatro horas después de que comenzara el lanzamiento masivo e indiscriminado de proyectiles, al menos dos israelíes habían perdido la vida.

Al otro lado de la frontera, veintiséis personas han muerto como consecuencia de la respuesta israelí a la agresión. Entre los fallecidos en Gaza habría varios niños y numerosos líderes de Hamás y de la otra organización terrorista palestina implicada en el lanzamiento de cohetes, la Yihad Islámica.





Esta nueva lluvia de acero sobre Israel comenzó el lunes después de casi un mes de tensión en Jerusalén, provocada por un cúmulo de factores que trataré de resumir aquí.

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A mediados de abril, la aparición en Tik Tok de una serie de vídeos en que jóvenes árabes se grababan agrediendo y humillando a judíos religiosos en las calles de Jerusalén provocó indignación entre los israelíes y llevó a grupos nacionalistas a protestar.

Los primeros enfrentamientos entre árabes y policías israelíes tuvieron lugar a finales de abril, cuando las fuerzas del orden impidieron el acceso a una zona adyacente a la Puerta de Damasco a los árabes que solían congregarse allí al término del ayuno durante el Ramadán.

La medida israelí provocó las protestas de cientos de jóvenes musulmanes. Los encontronazos con la policía pronto se extendieron al interior mismo de la mezquita de Al Aqsa, un lugar sagrado para el islam donde los agitadores habían buscado refugio.

Los choques continuaron en varias jornadas de violencia en que jóvenes árabes se enfrentaron también con manifestantes judíos. Las noches de caos dejaron decenas de heridos entre civiles y policías, así como multitud de vídeos que inflamaron las redes sociales.

En algunos de ellos se veía a radicales judíos gritar “muerte a los árabes”. En otros, la muchedumbre árabe animaba a Hamás a bombardear Tel Aviv mientras hacía llamamientos a la guerra santa.

Como es habitual, los medios de comunicación más poderosos solo se hicieron eco de lo primero. En sus informaciones, los alborotadores judíos eran “radicales” y “ultraderechistas”, mientras que los árabes seguían siendo “jóvenes” y “vecinos” con la paciencia desbordada ante tanta injusticia.

La escalada de tensión se produjo, además, tras el aplazamiento de las legislativas palestinas, previstas para el próximo día 22, dictado por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, que no ha celebrado comicios desde 2006 y quiso cargar el muerto de este nuevo retraso a Israel con el argumento de que el Estado judío boicoteaba la participación de los palestinos de la zona oriental de Jerusalén.

A avivar las brasas también parece haber contribuido el proceso judicial sobre la evacuación de cuatro familias árabes de una zona de Jerusalén oriental en la que los judíos que allí vivían fueron expulsados por los jordanos tras la guerra de 1948. Dos tribunales israelíes se han pronunciado ya a favor de la evacuación al considerar que los antiguos dueños judíos tienen derecho a recuperar las propiedades de las que fueron despojados.

En medio de todo ello, las sirenas que anuncian el lanzamiento de cohetes empezaron a sonar el lunes por la tarde en Jerusalén y otras ciudades israelíes, obligando a los ciudadanos a buscar cobijo en los refugios. Como respuesta a los ataques, las Fuerzas Armadas israelíes han bombardeado la franja de Gaza para destruir centenares de objetivos terroristas y eliminar a capos terroristas.

Como ocurre siempre que se produce esta sucesión de acontecimientos, Israel es condenado casi unánimemente por la “desproporción” en su respuesta. Este razonamiento ignora, en primer lugar, que grupos como Hamás o la Yihad Islámica tienen como objetivo declarado la aniquilación del Estado judío y tratan de lograrlo con todos los medios a su alcance a través del asesinato del mayor número de civiles israelíes posible. Si los líderes palestinos no consiguen matar a más judíos es simplemente porque Israel ha sido capaz de dotarse de formidables sistemas de seguridad y defensa que lo impiden.

Israel podría devastar los territorios en que viven los palestinos en cuestión de horas, pero no lo hace porque su objetivo son únicamente los terroristas que tienen en el punto de mira a sus ciudadanos, no la población civil. Un bombardeo indiscriminado como los que lanza Hamás sería la verdadera proporción, pero Israel no ha practicado nunca el castigo colectivo, aunque en ocasiones provoque víctimas colaterales en su respuesta.

Por otra parte, como ha explicado en numerosas ocasiones Dan Schueftan, la desproporción en la respuesta es un requisito imprescindible para que funcionen las políticas de disuasión. Israel debe la relativa tranquilidad que ha conseguido en los últimos años al miedo que infunde en sus enemigos con sus contundentes represalias.

Dicho de otra forma: la lluvia de acero bajo la que viven estos días los israelíes sería un fenómeno casi diario si el Gobierno de Jerusalén respondiera de forma simétrica, entre otras cosas porque los líderes palestinos han demostrado poder asumir todos los muertos civiles que hagan falta, siempre que el martirio no les toque a ellos.

Los dirigentes de Hamás y Yihad Islámica han de saber que intentar el asesinato masivo de israelíes les costará la vida y la destrucción de sus casas e infraestructuras, o continuarán golpeando regularmente al enemigo con la falta de escrúpulos que les es característica. Exigir contención a Israel desde las pacíficas capitales europeas es pedirle que acepte con naturalidad que sus habitantes se acostumbren a vivir bajo los cohetes, algo que no aceptarían para ninguno de sus pueblos y ciudades esos mismos líderes que hoy denuncian al Estado judío por sus represalias antiterroristas.


Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital el 11 de mayo de 2021